Es, desde luego, verdad que el traspaso de la Corona de padre a hijo se hizo en el momento más adecuado y de modo correcto e incluso ejemplar, aunque, sin duda alguna, no hubiera podido haberse llevado a cabo de cualquier otro modo. Este recambio de reyes repercutió positivamente en determinados sectores de la opinión pública.
Pero el nuevo Rey no ha dicho ni mú respecto a un asunto tan grave como el de la Infanta Cristina. Aplaude a su padre que lo hizo Rey, pero, mientras, calla después de conocerse que el juez José Castro –un héroe de la Justicia- iba a sentar en el banquillo de los acusados a la Infanta Cristina, hermana del monarca. No se ha atrevido a mencionar el affair de corrupción que se arrastra desde hace varios años ya y que apunta no sólo al matrimonio Urdangarín y Cristina de Borbón, sino también, ¡ojo!, a la Casa del Rey.
¿Por qué Felipe VI no anuncia públicamente que él sí está dispuesto a modificar la Constitución, de manera que el Rey, sea el que sea, no debe ser judicialmente inviolable? ¿Qué sentido democrático tiene que el Rey de la Monarquía española sea intocable ante la Justicia?
Los privilegios y las prebendas que siguen funcionando en el ámbito de la Monarquía tendrían que desaparecer de modo fulminante. Las reformas que conduce Felipe VI son tal vez acertadas, pero no acaban de cuajar en los ciudadanos. Eso sí, el Rey contradijo en su discurso televisado al presidente Rajoy. Don Mariano sostiene que la crisis ha terminado. Felipe VI ha dicho: “Estamos viviendo tiempos complejos y difíciles (…) La dureza y duración de la crisis económica produce en muchas familias incertidumbre por su futuro”.
En cuanto a Cataluña, su frase en la que subraya que lleva a “Cataluña en el corazón” es bonita y, al mismo tiempo, sin embargo, inane. Es fácil hablar pero muy difícil actuar buscando puentes y cambios urgentes en la Constitución. Majestad, no lo olvide; ¡obras son amores y no buenas razones!
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