En un país con cinco millones de parados y varios millones más que trabajan cobrando menos que si estuvieran en el paro, no nos podemos permitir tener en la jefatura del Gobierno a un vago de solemnidad. ¿Cómo es posible que después de decir que participar en debates no le gusta porque exigen esfuerzo y preparación, no haya dimitido de forma inmediata? Es más, ¿qué país es éste que después de escuchar semejante rebuzno, no sólo no exige su cese inmediato sino que cerca de un 30% de la población sigue pensando en votarlo en las próximas elecciones?
Y lo de los debates no fue lo peor que dijo nuestro ilustre zángano. Cuando Pepa Bueno le preguntó sobre si los gerentes del partido en los diversos territorios los nombraba Génova, tal y como asegura Ricardo Costa, el presidente, sin el mínimo atisbo de vergüenza, declaró: "Francamente, no lo sé". Al fin y al cabo él sólo es el presidente del partido. Cabe suponer que si desconoce algo tan básico, su ignorancia sobre otros temas importantes del partido y del país debe estar a la altura de su nivel de inglés.
Claro, que cabe la posibilidad de que no sea un ignorante y un haragán, sino que nos esté mintiendo. Que lo haya hecho desde antes de comenzar a dirigir el partido. Que ese conocimiento y participación en las tramas internas haya sido, precisamente, el que lo haya encumbrado a presidente del PP, y el que le proporcione el poder absoluto que impide que surjan voces divergentes en el partido. Tal vez lo estemos juzgando mal y tras esa aparente fachada de holgazán se esconda un hombre tan trabajador como indecente. Qué dilema tan alentador tener que escoger entre una u otra personalidad para que dirija nuestros destinos.
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