viernes, 31 de octubre de 2025

 



Cuando la guerra terminó, él no lo supo.

Durante treinta años siguió luchando — solo, escondido entre los árboles de la selva, hasta olvidar incluso su propio nombre.

Se llamaba Hirō Onoda, segundo teniente del ejército imperial japonés.

En diciembre de 1944 fue enviado a la isla de Lubang, en Filipinas, con una orden precisa: resistir, sabotear, no rendirse jamás.

Y él lo creyó con todo su ser.

Cuando Japón se rindió, los aviones estadounidenses lanzaron panfletos anunciando el fin del conflicto.

Onoda los recogió, los leyó… y los tiró.

Pensó que era propaganda enemiga.

Se internó en la selva con tres compañeros.

Vivieron de arroz robado, frutas salvajes y el orgullo de quienes no conocen la derrota.

Uno a uno, sus compañeros murieron o se rindieron.

Pero Onoda permaneció.

Para él, cada campesino era un espía, cada ruido, una trampa.

El mundo cambió — el hombre pisó la Luna, Japón se convirtió en potencia —, pero él siguió allí, fiel a una orden que nadie recordaba ya.

En 1974, un joven aventurero japonés, Norio Suzuki, decidió buscarlo.

Dijo a sus amigos:

Busco tres cosas: al teniente Onoda, un panda y al abominable hombre de las nieves.”

Después de días caminando por la jungla, lo encontró.

Delgado, armado, con su uniforme aún intacto.

Pero Onoda se negó a regresar: obedecería solo a su comandante directo.

Suzuki volvió a Japón y localizó al mayor Yoshimi Taniguchi, ahora un bibliotecario retirado.

Taniguchi voló a Filipinas y lo encontró en las ruinas donde había vivido durante treinta años.

Leyó en voz alta la orden oficial de cesar toda actividad militar.

Onoda escuchó en silencio.

Luego, con un gesto solemne, bajó su fusil.

Era el 9 de marzo de 1974.

Tenía 52 años.

La mitad de su vida había sido guerra, y en soledad.

Regresó a Japón entre flores y aplausos, pero dentro llevaba un vacío que nadie pudo llenar.

Viví cumpliendo con mi deber”, dijo. “Pero el mundo al que volví ya no era el mío.”

Murió en 2014, a los 91 años.

Y quizá, en algún rincón de la jungla del tiempo, aquel joven soldado sigue patrullando en silencio, fiel a una orden que el mundo olvidó, pero que marcó toda su vida.


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