Hubo un tiempo en el que pensar libremente podía costarte no solo la libertad, sino también la cordura.
Tras la Guerra Civil, muchas mujeres republicanas —maestras, enfermeras, militantes— fueron utilizadas en supuestos estudios “científicos” que buscaban encontrar una explicación biológica a sus ideas.
El doctor Vallejo-Nájera, jefe de los servicios psiquiátricos del ejército franquista, llegó a realizar pruebas con presas republicanas para descubrir lo que él llamaba “el gen rojo”. Quería demostrar que el pensamiento republicano, feminista o laico era una enfermedad mental.
Las sometieron a tests, entrevistas, observaciones y hasta tratamientos psiquiátricos forzados, todo en nombre de una ciencia al servicio de la ideología.
En realidad, lo que se estaba estudiando no era la mente, sino el miedo.
Estas mujeres, muchas de ellas maestras, encarnaban el modelo de mujer libre, culta y comprometida que el régimen no podía tolerar.
Y por eso las convirtieron en “casos clínicos”, intentando borrar su ejemplo bajo el diagnóstico de la locura.
Pero la historia, con el tiempo, terminó dándoles la razón: la única locura fue perseguir la inteligencia.
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