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viernes, 26 de noviembre de 2021

 

Defensa financia una exposición para honrar a los militares que no se sublevaron con Franco

La muestra homenajea a 30 generales, almirantes y coroneles que se mantuvieron leales a la República y que después de la Guerra Civil fueron expulsados, encarcelados, ejecutados o se tuvieron que exiliar


Aurelio Ruiz Enebral

18-11-21

El Ministerio de Defensa apoya la recuperación de la llamada “Memoria Histórica” relativa a la Guerra Civil. Lo hace con una exposición que lleva por título Los leales. 30 militares de la República’, y que homenajea a generales y oficiales que no se sumaron a la sublevación del 18 de julio de 1936 y al bando que acabó liderando Franco dos meses y medio después.

La muestra la organiza la Fundación Pablo Iglesias, cuyo presidente es Santos Cerdán, secretario de Organización (número tres) del PSOE y en cuyo patronato figuran Pedro Sánchez y numerosos ministros, ex ministros y dirigentes socialistas: Félix Bolaños, Carmen Calvo, José Luis Ábalos, Reyes Maroto, Adriana Lastra y José Félix Tezanos, presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).

De acuerdo con el díptico promocional de la exposición, la organizan la Fundación Pablo Iglesias y el Ministerio de Defensa, en este caso a través de la Secretaría General de Política de Defensa.

Además, en el mismo documento se indica que “esta actividad ha recibido una subvención de la Secretaría General de Política de Defensa del Ministerio de Defensa”, que dirige el almirante Juan Francisco Martínez Núñez.

Encarcelados, ejecutados, exiliados...

La exposición ‘Los leales. 30 militares de la República’ se puede ver en la Universidad de Alcalá de Henares, en este municipio madrileño, hasta el 21 de noviembre.

La Fundación Pablo Iglesias explica la muestra describe “el recorrido personal de 30 militares profesionales que mantuvieron su compromiso de lealtad hacia la República, sufriendo las consecuencias: cárcel, ejecución o exilio. Todos ellos fueron expulsados del Ejército, cayendo en un olvido que esta muestra pretende paliar”.

En esta exposición respaldada por el Ministerio de Defensa se intenta dejar claro que el apoyo de los militares a la sublevación “fue mayoritario pero no tan homogéneo y absoluto como a veces se da por hecho”.

En el díptico de la muestra se refleja que “las jefaturas de Estado Mayor de las Divisiones Orgánicas no tuvieron una fuerte implicación en la conspiración y la sublevación. De los nueve jefes divisionarios sólo cuatro participaron en la conspiración (ninguno en Marruecos), seis se sublevaron pero tres se opusieron. El 29 % de la oficialidad en activo no se sublevó, frente a un 36% que sí lo hizo. La diferencia la marcó el 35% restante que abandonó la zona republicana”.

De esta forma, hubo “un desequilibrio de más de tres a uno en cuadros de Estado Mayor en el territorio franquista, factor clave de su superioridad militar a lo largo de la guerra”.

Además, se destaca que “los militares que se mantuvieron en su posición anterior al golpe, sufrieron las consecuencias directas: algunos fueron juzgados ejecutados. Otros fueron encarcelados o se marcharon al exilio al término de la guerra. Todos ellos, a pesar de su brillante trayectoria profesional, fueron expulsados del Ejército”.

Concluye que estos militares, “víctimas de la guerra y de la dictadura, cayeron en un olvido que esta exposición trata de paliar a través de 30 trayectorias representativas de todo un conjunto generacional”.



El teniente general Rojo, el coronel Casado...



Entre los recordados en esta exposición destaca el teniente general Vicente Rojo Lluch, jefe del Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa Nacional durante la Guerra Civil y una de las principales figuras militares del bando republicano.

También se homenajea al almirante Miguel Buiza y Fernández Palacios, quien mandó la Flota Republicana durante el conflicto.

Rojo y Buiza se exiliaron al final de la guerra. Buiza acabó muriendo en Francia, pero Vicente Rojo sí regresó a España bajo la dictadura franquista, aunque fue procesado por “rebelión militar”.



Entre los “30 militares leales a la República” se ha incluido al general de Brigada de la Guardia Civil José Aranguren Roldán. Roldán era el general jefe de la Guardia Civil en Cataluña cuando se produjo la sublevación de julio de 1936. Se mantuvo del lado del gobierno republicano, y la Guardia Civil sofocó el alzamiento del general Goded.



Por mantenerse leal a la Segunda República y sofocar la sublevación en Barcelona, el general Roldán fue ejecutado en abril de 1939, después de que el ejército de Franco le detuviera en Valencia.



Otros homenajeados en esta exposición que ha subvencionado el Ministerio de Defensa son el general de División Miguel Núñez de Prado, que de Caballería pasó a la Aviación y fue fusilado en Zaragoza al intentar frenar la sublevación en esta ciudad; el general de Brigada Leopoldo Menéndez López, jefe del Ejército de Levante y de la Guardia Republicana de Manuel Azaña; el coronel Aureliano Álvarez-Coque, que destacó en la defensa de Madrid y murió exiliado en México; y el coronel Segismundo Casado, quien dio un golpe anticomunista en el bando republicano al final de la Guerra Civil para tratar de negociar con Franco una entrega de Madrid sin represalias.





 

Franco y la cruz laureada de San Fernando (9/17): Un oficial y caballero empieza a mentir

Ángel Viñas

22 de noviembre de 2021 

InfoLibre


Para comprender ésta y las próximas entregas conviene recordar dos cosas: la primera es que en la época a que nos referimos, los juicios contradictorios no eran ya una bagatela. Implicaban el examen minucioso de los hechos y los testimonios de numerosos testigos que debían dar cuenta formal de lo que habían presenciado. Lo cual no implica que no hubiera movimientos de fondo que no aparecen en los papeles. La segunda es que una gran parte de lo que exponemos en este artículo figura en el apéndice a la hoja de servicios de Franco publicada (pp. 93- 98). Es decir, nadie en su sano juicio podría aducir ignorancia. No es, pues, admisible que eminentísimos historiadores de la talla de Stanley G. Payne o Luis Suárez puedan alegar que escribieron sus simpáticas biografías de Franco, que tanta fama y tanto honor les han reportado, pero que dejaron de lado una pieza fundamental. El caso de Payne/Palacios es todavía más sangrante, al haber ignorado a un historiador militar, el coronel Carlos Blanco Escolá, autor de un notable libro sobre Franco, en el que ya hizo uso de la información contenida en la publicada hoja de servicios.

Nos encontramos, pues, con la primera sorpresa, que ya destacó este último autor. El capitán (a la sazón ya ascendido a comandante cuando prosiguió el juicio contradictorio) Fernando Lías Pequeño se escurrió como una lagartija y declaró “que Franco fue muy gravemente herido y que coronó la loma, sin precisar el tiempo que medió desde la herida hasta ser recogido, ni las bajas que hasta ese momento había sufrido”. ¡Caramba, caramba! Obsérvese la galaica astucia del paisano del aspirante a caballero de San Fernando.

El tal Lías Pequeño la lió (valga la broma) de las buenas: no se necesitaba ser un genio administrativo porque debía saber, antes de lanzarse a la aventura de pedir la Laureada para Franco, que entre los requisitos exigidos por la Ley de 1862 ambos aspectos eran absolutamente prioritarios. ¿Por qué, pues, se lanzó? ¿Tenía que saldar alguna deuda con Franco? ¿Cuestión de dinero? ¿Tal vez de mujeres? ¿Algún otro aspecto turbio? Quizá historiadores gallegos puedan aportar alguna luz en el futuro. También es impensable (aunque no imposible) que, antes de promover lo que daría, inevitablemente, paso a un juicio contradictorio, Lías no hubiese hablado con los oficiales y suboficiales de Franco.

De lo que hay constancia documental e inequívoca es de que tan entusiasta superior accidental se escabulló, al declarar, de toda posible indicación precisa. Sin embargo, recordemos lo que señala la hoja de servicios publicadapublicada: “en el parte de la operación, dado por [Lías Pequeño], [Franco] figuró como muy distinguido por su incomparable valor, dotes de mando y energía desplegada en dicho combate”.

Es más, se añade que “en telegrama recibido por el general en jefe de fecha 30 de junio del ministro de la Guerra, y publicado en la Orden General del día 2 de julio en Tetuán, es felicitado por el Gobierno de S.M. y ambas Cámaras” (p. 38). En román paladino, ya se había montado un show mediático sobre la carga de El Biutzshow y Franco se había llevado muchas palmas. No hace falta entrar en estos detalles, sin duda importantes, pero no en esta serie. En 1916, como hoy, la publicidad ya hacía milagros y, sin duda, más de un estudiante de grado podrá escribir algún paper utilizando la prensa de la época.

Probablemente Franco se enteró de todo ello cuando recobrara su lucidez. Es normal que se hubiera puesto muy contento. Incluso que llorase de emoción. ¿Por qué no? No le proponían a uno para una Cruz Laureada todos los días. Sin embargo, lo que cabe preguntarse es: ¿por qué entonces dijo Lías Pequeño lo que dijo en el expediente, tras reincidir en solicitar a petición de Franco que no se demorara el juicio contradictorio? Otro misterio.

Tampoco cabe olvidar que ya en 1916 el propio Franco se había personado en el expediente tan pronto le fue posible. No sabemos si conocía los términos del testimonio de Lías Pequeño. Probablemente. En todo caso, no es importante. Lo que sí es importante para enjuiciar el comportamiento de un oficial y caballero como él, sin duda, se consideraba y era también considerado, es mirar de cerca su declaración en el juicio contradictorio. ¿Y qué hizo? Pues, simplemente, mentir como un bellaco, aunque no en términos tan fantasiosos como en 1961.

El futuro Caudillo declaró en el comienzo del juicio contradictorio que, con su compañía de 113 hombres, sufrió “la baja de sus cuatro (sic) oficiales y 56 más [suponemos que simples soldaditos], casi todos antes de ser herido gravemente, cuando estaba a media ladera, y pasado un cuarto de hora fue retirado después de coronar la loma, siendo curado en la ambulancia”. Ruego a los amables lectores que tengan presente esta solemne declaración. La he subrayado en negritas. Pero, ¿qué ocurrió? No se publicó en el apéndice a la hoja de servicios del caudillo. Tampoco la recogió el comandante Gudín en su exposición final ante el consejo de guerra y marina. Los motivos no se explicitaron. Quizá tuvieron que ver con el hecho de que para entonces ya se había ascendido a Franco a comandante. O tal vez porque sobre Gudín se hizo alguna que otra presión.

Cualquier lector observará que hubo alguna contradicción entre Lías Pequeño y Franco. ¿Se quedó tendido el gallardo herido a media ladera? ¿Subió trabajosamente hasta la cresta (¿cómo?, ¿cuándo?) a pesar de una herida gravísima? He reproducido en itálicas y negritas el punto central: la compañía sufre cuantiosas bajas ANTES de que el valiente declarante cayera herido. No lo dice servidor. Lo afirmó Franco como oficial sin tacha, suponemos que, jurando por su honor de caballero, o sin jurar tal vez, porque en el Ejército español de la época y en aquellas sangrientas campañas en las que tantos morían el honor y el valor se sobreentendían. Sobre todo, en materia de ascensos.

Aun así, en el expediente del juicio contradictorio empezado a incoar en 1916, según reprodujo el fiscal dos años más tarde –el 29 de marzo de 1918–, constan otros testimonios que sí fueron publicados en la tan mencionada hoja de servicios publicadosdel supuesto salvador de España.

Llaman la atención dos. Uno de los valedores de Franco, nada menos que el general de División Joaquín Milans del Bosch y Carrió, comandante de la plaza de Ceuta y de su territorio, incluyó el caso del valor del capitán en el supuesto sexto del artículo 25 de la Ley de 1862, que mencionaremos más abajo. A mayor abundamiento, añadió otro, el caso cuarto del 27 cuarto(“en momentos dudosos, o decisivos, cargar el primero y con buen éxito al enemigo, causándole la pérdida de un tercio de su fuerza”). Fue, además, ditirámbico: la 3ª compañía mandada por Franco atacó “apoderándose de la primera trinchera en que se sostuvo, librando rudo combate quedándose sin oficiales y continuando en su mando hasta ser gravemente herido”. Exageró en ambos aspectos, pero esto permite pensar dos cosas. O bien que Franco ya tenía algún valedor en las alturas o que la Superioridad consideraba que por la acción de El Biutz convendría que el Ejército amasara tantas Cruces Laureadas como fuese posible. Sin poder demostrarlo, la experiencia comparada apunta a esta segunda posibilidad.

Como cualquier aficionado a las películas de tema bélico sabrá, si ha visto Zulú (coprotagonizada por Stanley Baker y un jovencísimo Michael Caine, en su primer papel estelar), mientras el Ejército Imperial británico era aniquilado en la batalla de Isandlwana el 22 de enero de 1879, un pequeño contingente de soldados galeses y algunas tropas coloniales (poco más de un centenar de efectivos) defendieron una posición en Rorke´s Drift contra varios miles de zulúes sedientos de sangre blanca. La defensa se saldó con once cruces Victoria, que si bien de reciente creación era ya la más alta distinción militar británica al valor. Se rumoreó que en Londres tal acumulación de concesiones de tan preciada condecoración en un solo hecho de armas quiso contraponer tal éxito al deshonor de Isandlwana. ¿Respondió a la misma motivación el deseo de generar el mayor número de Laureadas en un insignificante encuentro con los rebeldes marroquíes? Tal vez hubo más motivos, pero no he encontrado EPRE. Otros quizá la hallen.

En el juicio contradictorio también intervino el coronel Juan Génova, jefe de la columna. No precisó las bajas causadas, pero añadió, como Milans del Bosch, que Franco caía dentro del supuesto sexto del artículo 27 (“rehacer instantáneamente una tropa desordenada por las pérdidas sufridas, y dispersar con ella al enemigo cuyas fuerzas no sean inferiores o tomar o recuperar en el acto una batería o posición”). Me parece evidente que tan distinguido coronel se pasó de rosca varios metros y ruego al lector no olvide esta afirmación porque fue esencial… y radicalmente falsa. ¿Dudar de las palabras, ahora, de todo un general y de todo un coronel? Pues sí. Ambos mintieron. Lo lamento, pero son cosas que pudieron demostrarse sobre la marcha en el juicio contradictorio. Lo que no sé es quién extrajo las oportunas consecuencias. Pudo ser el fiscal comandante Gudín, pero si fue el caso, prudentemente no hizo mención alguna en sus conclusiones.

Otra sorpresita es que en favor de Franco se pronunciaron igualmente un capitán apellidado Palacios y los tenientes Muñiz y Valcárcel. Pero, ¿cómo se pronunciaron? Dijeron haberlo visto y añadieron otro supuesto de concesión de la Cruz Laureada. Ahora fue el segundo del artículo 27 (defender el puesto que se le confía hasta perder entre muertos y heridos la mitad de su gente”). A primera vista absurdo. Franco y su compañía no defendieron una posición. La atacaron porque estaba en manos del enemigo. No obstante, los dos primeros declarantes no precisaron el número de bajas entre los rifeños y el tercero únicamente que Franco fue uno de los primeros que retiraron en el momento en el que las bajas todavía eran menos de la mitad”. Naturalmente esto implicaba que si las bajas fueron 60 o 66 de los 118 hombres de que constaba la 3ª compañía del 2º tabor de Regulares no todas podrían computarse a la actuación y mando de un capitán que había sido de los primeros en caer, malherido, en la acción.

La superpalma se la llevaron otros dos oficiales. El primero fue el capitán López de Haro. Pero, ¡ay!, desgraciadamente, ignoraba muchos de los particulares que se le preguntaron. Otro, el teniente Martínez. Este sabía que Franco asistió al combate y que fue herido, ignorando que realizase acto alguno digno de estar comprendido en la Orden de San Fernando”. Así que, a la salva distancia de cien años, nos sorprenden las razones por las cuales habrían sido convocados. No es de extrañar que también las declaraciones hayan llamado la atención de Andrés Rueda (p. 66s), pero que no se cuestiona los motivos.

De todas maneras, las cosas no tardaron en empezar a ir de mal en peor para Franco. Esto no lo afirma servidor. Se desprende de su hojita de servicios publicada cuando ya era Jefe del Estado, quizá un poco pasado de rosca, como lo demostró ante el Dr. Soriano Garcés.

El comandante González Tablas, los capitanes Carreras y Monís y los tenientes Romero y Loma afirmaron que el capitán Franco no había hecho más “que auxiliar el avance de la caballería, sin ninguna cosa de particular en su actuación, pues todo lo ignoran, como que pueda estar dentro de la Ley del 18 de marzo de 1862, como asimismo el número de bajas que sufriera cuando fue retirado, las del enemigo y cuando fuera curado”. ¡Bravo! ¡Por fin un poco de luz! Ignoramos, ciertamente, los motivos por los que fueron convocados. ¿Un procedimiento de rutina? ¿Se presentaron voluntarios? ¿Alguien dio su nombre? ¿Por qué?

Sin respuestas posibles a estas preguntas debo concluir que no cabe sino sospechar –siendo bondadoso– que Lías Pequeño y algunos de sus compañeros habían abultado el heroísmo sin límites del capitán Francisco Franco. La cuestión sigue siendo la misma: ¿por qué?

De todas maneras, las declaraciones más alucinantes por su carácter anodino corresponden a un capellán del Cuerpo Eclesiástico del Ejército que tuvo que dejar al menos un día o un par de días su destino en el Batallón de Cazadores de Barbastro. Se llamaba Carlos Quirós Rodríguez. Respondió a las preguntas de rigor afirmando que: no conocía al capitán Franco; solo sabía de él por referencias; había oído que había sido herido en la acción; no podía precisar ni cuándo ni el tiempo que permaneció herido en el lugar de los hechos; tampoco sabía si el capitán había perdido el conocimiento o no. En cuanto a los cuidados médicos afirmó que la mayoría de los heridos los recibían tan pronto llegaban al puesto de socorro, pero de manera deficiente por carencia de medios. Preguntado si prestó a Franco los auxilios de su sagrado ministerio respondió que lo hacía con todos los heridos, oficiales y clases y que por ello no podía precisar si también ocurrió con Franco; tampoco sabía si llegó a darle la extremaunción y que nunca la daba sin consultar previamente con el médico. Igualmente, y esto es lo más importante para lo que se dilucidaba, ignoraba si Franco había estado en condiciones de mandar. Por no saber, desconocía si había hecho algún acto heroico o no. No sabía el número de fuerzas y sus movimientos a las órdenes de Franco porque había estado ocupado en ejercer sus propias funciones.

Es decir, uno se pregunta por qué diablos había comparecido el capellán en el juicio contradictorio que se ventilaba. No extrañará que en la hoja oficial de servicios publicada no hubiese la menor referencia a tal testigopublicada. El editor de la misma pudo ser un “pelota”, pero no necesariamente lelo, y lo más probable es que no le preocupase ahorrar papel y tinta.

Esta es la ocasión de indicar que los rumores que circulan o han circulado por el mundo editorial y cibernético de que Franco pidió confesión al capellán Quirós Rodríguez ya fueron desautorizados por el propio eclesiástico. ¡Qué no se ha dicho y se dirá sobre Franco!

(continuará)

*Esta serie está dedicada a la memoria del Dr. Miguel Ull y de mi primo hermano, Cecilio Yusta, fallecidos a causa de la pandemia, que me ayudaron a desentrañar el primer asesinato de Franco, en la persona del general Amado Balmes.

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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo.


jueves, 25 de noviembre de 2021

 

Por las que podrían estar

Hoy propongo dar una vuelta más de tuerca y no

 limitarnos a homenajear a las que no están, con la

 resignación de quien no puede hacer nada


SUSANA GISBERT

 Jueves, 25 de noviembre de 2021

ElPlural




Un año más llega el 25N, día para la eliminación de la violencia contra las mujeres. Un año más, toca movilizarse. Porque sigue haciendo falta un día así para hacer, al menos durante un día, lo que no he hemos hecho el resto del año. Y, aunque la violencia de género es un problema de los 365 días del año, más vale que nos preocupemos uno que ninguno. Así son las cosas.

Solemos hablar de las que no están. A veces, con tanto cuidado que parece que se han marchado de vacaciones en lugar de emprender ese viaje del que no se vuelve, por culpa de la acción de un machista asesino. Pero si no están es porque las han asesinado. Así de claro y así de duro.

Hoy propongo dar una vuelta más de tuerca y no limitarnos a homenajear a las que no están, con la resignación de quien no puede hacer nada. Me niego a resignarme. Por eso hoy quiero hablar de las que no están, pero podrían estar. Quiero invitar a reflexionar sobre las causas por las que ya no están aquí. Porque el primer paso para solucionar un problema es reconocer que existe.

Estoy segura de que alguna de esas mujeres que no puede salir hoy a las calles podría hacerlo si ese vecino que oía voces hubiera llamado a la policía cuando las oía. Y esa misma, u otra, podría estar aquí si su familia o amistades le hubieran dado la confianza suficiente para romper su silencio, si no hubieran quitado importancia a su sufrimiento ni lo hubieran minimizado diciendo que eran cosas de pareja. Alguna de esas mujeres estaría aquí si hubiera tenido a su disposición un juzgado especializado cuando lo necesitaba, y no solamente en horas de oficina. Alguna otra estaría si hubiera recibido las ayudas necesarias para no tener que elegir entre ser maltratada o que sus hijos pudieran comer del sueldo de él. Y también habría mujeres que no habrían sido asesinadas si no se hubieran visto obligadas a aceptar el chantaje de una custodia impuesta para no perderlo todo, y otras que no contaron con la asistencia psicológica que les hubiera dado el empujón para librarse de su maltratador.

Y no solo ellas. Tampoco están algunas de sus criaturas, utilizadas como el instrumento de tortura más cruel que imaginarse pueda. También esos niños y niñas estarían aquí si todas esas cosas no hubieran pasado.

Les hemos fallado. Y de nada sirven lazos si no anudan soluciones ni minutos de silencio si ahogan los gritos de auxilio.

Ojalá el próximo año no tengamos que decir lo mismo.


Susana Gisbert

Fiscal especializada en violencia de género, delegada de Delitos de Odio y escritora



 

 



 

 


Libro recomendado

 


 


 


 

 

Juzgar el franquismo

    • La investigación de los crímenes del franquismo permitiría construir la historia judicial de la dictadura y llenar un vacío que clama desde las cunetas. Un vacío que los arquitectos de la Transición, algunos quizá de buena fe, creyeron que nunca haría falta llenar

ElDiario.es

Marco Schwartz

18 de noviembre de 2021




Es lo que sucede cuando se intenta esconder el pasado bajo la alfombra.

Hace casi medio siglo, España se enfrentó a un nuevo escenario tras la muerte del dictador Franco, y los líderes políticos de aquel momento consideraron que, ante una coyuntura tan excepcional, no había otra alternativa que hacer las cosas como se hicieron: mirando hacia adelante con anteojeras, sin el más mínimo examen de conciencia colectiva sobre lo que había ocurrido en las últimas cuatro décadas. Todo aquello era un baúl poblado de fantasmas que no convenía abrir bajo ningún concepto, so pena de nuevas desgracias.

La primera gran medida que tomaron las Cortes preconstitucionales fue la promulgación de la ley de Amnistía de 1977. Su objetivo más visible era liberar a los presos políticos del franquismo que quedaban en las cárceles, borrar los historiales delictivos elaborados por la dictadura contra sus opositores y amnistiar las acciones cometidas por organizaciones separatistas, primordialmente ETA. El único partido que no la apoyó fue Alianza Popular, antecesor del Partido Popular. "Parece que ahora la preocupación fundamental es amnistiar, no gobernar, y esto es la política más peligrosa y desestabilizadora de cuantos puedan seguirse", manifestó el portavoz de AP, Antonio Carro, al anunciar la abstención de su grupo. Sin embargo, el mayor beneficiario de la ley terminaría siendo la dictadura, pues el texto sirvió -y ha servido hasta hoy- como parapeto jurídico para impedir cualquier investigación judicial sobre las atrocidades cometidas bajo su implacable régimen. 

No sorprende que el PP defienda ahora con ahínco la ley de Amnistía y esté en pie de guerra contra la enmienda del PSOE y Unidas Podemos a la Ley de la Memoria Democrática que podría abrir el camino al enjuiciamiento de los crímenes franquistas. Esa posibilidad "dinamita los acuerdos de la Transición", han reaccionado con indignación los populares. El problema es que, por mucho que algunos se resistan a aceptarlo, las costuras de aquel pacto están rotas. En gran parte porque sus artífices rehusaron entender que la Transición era eso, un instrumento provisional para salir de un atolladero, y pretendieron hacer de ella una institución eterna e incuestionable, eludiendo la responsabilidad de construir un relato con potentes anticuerpos democráticos en el que quedara nítidamente claro, sobre todo para las futuras generaciones, que en España hubo quienes defendieron la legalidad y quienes se sublevaron contra ella.

Aquella forma peculiar de entender la "reconciliación" ha permitido el desolador espectáculo de que, mientras el franquismo dio solemne sepultura a los muertos de su bando en la Guerra Civil, las familias de los muertos republicanos continúen buscando a sus seres queridos en las cunetas y en fosas comunes, con unas ayudas financieras del Estado que solo se aprobaron en el Gobierno de Zapatero y que fueron suspendidas durante el mandato de Rajoy. También ha abonado el terreno a un preocupante revisionismo histórico que culpa descaradamente de la Guerra Civil a los republicanos y equipara a los españoles que lucharon en la División Leclerc con los que participaron en la División Azul. Y es lo que ahora desata un terremoto político por la posibilidad de que se abra un resquicio para investigar judicialmente los crímenes de lesa humanidad del franquismo, en virtud de los acuerdos internacionales suscritos por España que declaran imprescriptibles esos delitos.

Quizá inquieto por el paso que ha dado, el PSOE dice ahora que la ley de memoria no contempla el enjuiciamiento de los crímenes franquistas, puesto que el Estatuto de Roma, incorporado al Código Penal en 2002, no tiene carácter retroactivo. Sin embargo, prestigiosos juristas replican que los compromisos internacionales firmados por España impiden la irretroactividad o la prescripción de tales delitos. Ese principio lo tienen muy claro en Alemania, por ejemplo, donde el mes pasado comenzó un juicio contra un excabo nazi de 101 años de edad, acusado de complicidad en la muerte de 3.518 prisioneros en un campo de concentración entre 1942 y 1945.

Hasta ahora, el Tribunal Constitucional y el Supremo han actuado como muro de contención contra cualquier intento por juzgar el franquismo, como sucedió cuando el juez Garzón se declaró en 2008 competente para investigar la desaparición de los perseguidos durante la dictadura, una osadía que le costó la carrera judicial. Lo que está por ver es qué decisión tomarán ambos tribunales una vez se apruebe la enmienda a la ley de la memoria y ante la ofensiva creciente de la ONU y las más importantes organizaciones de derechos humanos para que la ley de amnistía deje de ser una coartada para la impunidad.

Juzgar los crímenes de lesa humanidad del franquismo difícilmente tendrá mayores efectos penales, puesto que los principales responsables ya no viven. Pero la sola instrucción de las causas sería un acto de justicia con las víctimas y sus familias, así como una herramienta para construir la historia judicial de la dictadura y llenar un vacío que clama desde las cunetas. Un vacío que los arquitectos de la Transición creyeron, algunos quizá de buena fe, que nunca haría falta llenar.