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jueves, 18 de abril de 2024

 


Benedetta Carlini, simulacros de santidad de una monja italiana del siglo XVII

Ernesto Reséndiz Oikión

Elegí comentar la biografía de Judith C. Brown, Afectos vergonzosos. Sor Benedetta: entre santa y lesbiana, por dos razones: en primer lugar, me interesa reflexionar sobre la posibilidad de la escritura de una historia sobre las representaciones lésbicas en la literatura, y también se impuso esta elección porque mi dominio del idioma inglés no es tan fluido para hacer lecturas profundas de obras especializadas de historiografía y biografías. Asimismo, hacía un año había empezado la lectura y después la abandoné, así que fue un buen pretexto para no dejar incompleta esta actividad, por momentos disfrutable. Judith C. Brown es una historiadora nacida en Buenos Aires, Argentina. En 1986, año de la publicación de su investigación en inglés, era profesora de la Universidad de Stanford, y actualmente es profesora emérita de Wesleyan University. Su obra Immodest Acts. The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy, publicada por Oxford University Press, es la más famosa de sus publicaciones, y, según se puede consultar en el currículum de Brown, ha sido traducida a doce lenguas: holandés (1986); francés (1987); italiano (1987); portugués (1987); alemán (1988); japonés (1988); español (1989); serbocroata (1989); chino (1993); húngaro (2001); hebreo (2002) y coreano (2011). Ninguno de los libros anteriores o posteriores de la historiadora ha alcanzado tal difusión. Cabe destacar que, desde su aparición, a lo largo de estas tres décadas sin interrupción, la historia ha llegado a lectores de otros continentes. Es pertinente señalar que durante la década de los ochenta el libro tuvo el mayor número de traducciones en Europa, e incluso en Asia; considero que esto pudo deberse no sólo a la novedad y originalidad de la investigación, sino a un contexto de lectura favorable que estuvo en sincronía con el desarrollo de los movimientos lésbicos y feministas de dicho periodo. Es decir, el libro activó en el presente de su publicación una serie de reflexiones sobre el género e identificaciones que podían rastrear un pasado prestigioso en el Renacimiento. Este uso político de la historia, y de un caso en particular, sin duda, es polémico, arbitrario, legítimo y problemático, porque obliga a pensar en qué medida el relato histórico sirve como una ficción de identificación para personas no heterosexuales. Algunas personas pueden asumir como propios orígenes y experiencias distintas y lejanas, a riesgo de atribuir significaciones del presente. Esta acción resulta en un “eco de fantasía”, del que Joan W. Scott ha advertido por su carácter homogeneizante, unívoco y unilateral, ya que establece equivalencias de experiencias del presente con el pasado, sin advertir sus diferencias. Además, hay que criticar el marco conceptual de Brown, quien atribuye significados sociales y culturales de la modernidad a contextos históricos con sus diferencias sustanciales, cuando no abismales. ¿Se puede biografiar una vida lésbica en el periodo de 1590 a 1661, lapso de la existencia de Benedetta Carlini, abadesa del convento de la Madre de Dios, en Pescia, Italia? ¿Se puede encontrar, referir, entender y biografiar a una persona lesbiana en un contexto religioso de tal época? Me parece muy problemático que Brown asigna la etiqueta de “sexualidad lesbiana” a las prácticas eróticas de Benedetta Carlini. Aunque la historiadora afirma que en ese periodo histórico la sexualidad lesbiana no existía, utiliza esta contradicción para referirse al caso de la monja. Primeramente, la autora afirma: las dificultades conceptuales que los contemporáneos tenían con respecto a la sexualidad lesbiana se reflejan en la carencia de una terminología adecuada. La sexualidad lesbiana no existía; por lo tanto, tampoco existían lesbianas. Aunque la palabra 'lesbiana' aparece una vez en el siglo XVI en la obra de Brantome, no fue de uso corriente hasta el siglo XIX, e incluso entonces fue aplicada antes a ciertos actos en lugar de a una categoría de personas. (Brown 1989: 28)

No obstante esta explicación coherente desarrollada en la introducción de la obra sobre la imposibilidad de hablar de una sexualidad lesbiana, Brown sostiene que: “por eso es tan importante la investigación eclesiástica de la vida de Benedetta Carlini, abadesa del convento de la Madre de Dios. Constituye uno de los raros ejemplos en los que podemos ojear, en la realidad práctica y con bastante detalle, las actitudes occidentales hacia la sexualidad lesbiana” (Ibid.: 33). No se puede alegar que se trata de un problema de traducción, puesto que el subtítulo en inglés funciona como un buen gancho publicitario: “The Life of a Lesbian Nun”. Se trata de un problema de conceptualización de la historiadora no resuelto. Las palabras no son ingenuas y tienen su historicidad y sus significados concretos que se van transformando a lo largo del tiempo y el espacio, y los usos de ellas están marcados por la clase, el género, la edad y la educación. En su libro Lenguajes de la sexualidad, Jeffrey Weeks ofrece una breve revisión histórica de la palabra en cuestión: “El término lesbiana se remonta en el uso del inglés a comienzos del siglo XVII y hace referencia a los habitantes de la isla griega de Lesbos” (Weeks 2012: 149). Por su parte, el lingüista Félix Rodríguez González en la entrada de su Diccionario gay-lésbico refiere: “Lesbiana fue utilizado por primera vez en el siglo XVI en francés (lesbienne) por el escritor Pierre de Bourdeille -más conocido como señor de Brantome- en alusión al lugar donde vivió Safo. Lo empleó en una obra titulada precisamente Les lesbiennes ('Las lesbianas'), donde recopiló poemas de amor entre mujeres, incluidos los de Safo” (Rodríguez 2008: 242). La afirmaciones de la historiadora y el lingüista coinciden en señalar la acuñación de la palabra al escritor francés Brantome en el siglo XVI, cuya difusión no se extendió sino hasta el XIX. Debido a estas razones, asignar esta categoría a Benedetta Carlini no sólo es anacrónico, sino impreciso porque le da un uso ahistórico, como si “lesbiana” hubiera significado lo mismo para el mundo religioso en el contexto italiano renacentista, y esto supone una interpretación forzada.

No sólo ello, además, carecemos del testimonio de la percepción de la abadesa, y resulta muy arriesgado aventurar hipótesis sobre los significados que Benedetta Carlini daba a sus deseos y sus prácticas eróticas. Sólo llegó al presente el legajo conservado en el Archivo de Estado de Florencia, que la historiadora rescató del olvido, titulado “Papeles relativos al juicio contra la hermana Benedetta Carlini de Vellano, abadesa de las teatinas de Pescia, que pretendía ser mística, pero reveló ser mujer de mala reputación”. Este documento está constituido por un centenar de folios elaborados entre 1619 y 1623, por el preboste de Florencia y otras autoridades eclesiásticas que se encargaron del caso (op. cit.: 12). Cualquier palabra atribuida a Benedetta Carlini en estos folios está mediada por la palabra escrita de los varones florentinos de la Iglesia y sus escribanos, lo que nos lleva a considerar una imposibilidad de acercamiento a la autoidentificación de la abadesa. Sin duda, la palabra lesbiana no aparece en estos papeles viejos. La metodología seguida por Brown emprende el tradicional quehacer de la disciplina, porque durante la investigación de archivo que la historiadora realizaba para la redacción de un manuscrito sobre el primer gran duque Medici y la ciudad de Pescia en el Renacimiento encontró un material histórico que “hacía del documento una pieza única en la Europa premoderna, de valor inestimable” (Idem). Es decir, su trabajo de archivo le brindó una nueva línea de investigación derivada de la primera. Asimismo, la historiadora leyó estos folios con una mirada desde la historia religiosa; además, se valió de la historia social para reconstruir las relaciones vividas en los conventos. De forma aguda, recurrió a preguntas de género para caracterizar la condición de subordinación de las monjas teatinas en el siglo XVII italiano. En ello, Brown realiza una narración histórica rica, compleja y, en muchos momentos, aguda sobre los significados de género para las religiosas, y experimentados por la propia Benedetta Carlini. Por ejemplo, los capítulos 2 y 3, “El convento” y “La monja”, respectivamente, desarrollan reflexiones desde la historia de género. Brown apunta que la dote que debía pagar una muchacha pesciatina para entrar al convento aumentó su coste, porque los varones retrasaban el matrimonio o permanecían solteros (Ibid.: 47). También señala que “las visiones de las místicas femeninas eran comprobadas con más celo aún que las de los hombres” (Ibid.: 67), porque los teólogos desacreditaban a las místicas, afirmando que las mujeres no tenían la misma capacidad de raciocinio que los hombres y eran poseídas por una “desenfrenada curiosidad e insaciable lujuria” (Idem). Aunque existía una prohibición para que las religiosas predicaran en los conventos, y esto derivó en el silencio de la mayoría, Brown explica que “a un puñado de mujeres se les permitió en principio alcanzar la elocuencia por medios más convencionales: a las que gobernaban, a las que lograban adquirir conocimientos inusitados a pesar de las barreras que limitaban la educación femenina y a las que caían en trance” (Ibid.: 78). Así, los trances de Carlini la colocaron en una categoría privilegiada que le dio atención y un poder relativo al interior del convento de la Madre de Dios. La metodología de la historiadora también se vale de la psicología para esclarecer las motivaciones subjetivas de Benedetta Carlini y la monja Bartolomea Crivelli, compañera de Benedetta durante sus primeros años de novicia. Así, Brown recurre a lo que Lois W. Banner llama “psychohistory” en su artículo “Biography as History” (Banner 2009: 582). Sin embargo, en la narración histórica hay una suerte de ahistoricidad en los síntomas mentales, como si se hubieran vivido de la misma forma en el pasado y ahora: “Al igual que la gente de nuestros días que presenta un desdoblamiento de personalidad, Benedetta manifiesta muchos otros rasgos. Era impresionable e influenciable con facilidad [...] Su personalidad pública dominante era un modelo de buena conducta (era humilde y obediente)” (op. cit.: 143). De nuevo, es polémico realizar esta interpretación, porque se atribuye un desdoblamiento de personalidad en la modernidad a una experiencia de una religiosa en el Renacimiento.


La estructura del libro Afectos vergonzosos está constituida por una introducción, cinco capítulos, un epílogo y un apéndice con fragmentos de los documentos. Cabe señalar que la introducción fue reproducida posteriormente como un capítulo titulado “Lesbian Sexuality in Medieval and Early Modern Europe”, del libro colectivo Hidden From History: Reclaiming The Gay and Lesbian Past. En el quinto capítulo titulado “Segunda investigación” se incluye el testimonio de la monja Bartolomea Crivelli que significó la defenestración de Benedetta Carlini, en su carrera de mística y en su cargo de abadesa. Benedetta Carlini falleció a los setenta y un años de fiebre y dolores de cólico, murió en penitencia, después de pasar cárcel por su comportamiento. Con seguridad puede afirmarse que la investigación de Brown ha trascendido el campo estrictamente historiográfico o académico, para llegar a un amplio público, no especializado, ni conocedor del tema de la historia de las religiosas teatinas del Renacimiento en los conventos italianos del siglo XVII, aunque quizá con interés en dicha temática o en la historia del lesbianismo. ¿Y qué se puede entender por una historia del lesbianismo? ¿Acaso se trata de la historia de los discursos sociales sobre prácticas o sobre subjetividades, o identidades, o es la historia de comunidades de personas con una identificación compartida, o la historia del vínculo entre religión-ciencia-Estado-movimientos sociales? ¿Quiénes son los sujetos de esta historia? ¿Qué tipo de historia del poder es ésta? ¿La historia de las lesbianas forma parte de la historia de las mujeres? ¿O éstas son historias autónomas? Este debate de carácter filosófico e historiográfico no está resuelto de forma concluyente ni se observa siquiera una tendencia para conceptualizarlo por las voces de especialistas ni por sus protagonistas, tampoco es el interés de Judith C. Brown, tal complejidad rebasa las intenciones más modestas de la historiadora. Sin embargo, considero que, debido a esta elisión de la discusión, la historiadora incurre en la construcción de un marco conceptual sobre el lesbianismo que no favorece ni permite una mejor comprensión de la experiencia vital de la abadesa Benedetta Carlini. El anacronismo de la categoría es uno de los problemas más críticos en la investigación histórica. En una consideración general, Afectos vergonzoso es un ejemplo de una biografía de divulgación de las experiencias de las monjas italianas del Renacimiento, no es una biografía estricta o exclusivamente sobre Benedetta Carlini, sino que el relato de una parte de su vida sirve de pretexto para hablar de la vida social y cultural de las monjas italianas en la Florencia de los Medici. Benedetta Carlini era una perfecta desconocida para historiadores del siglo XVII, y tampoco fue un personaje histórico que detentara un poder político, económico o cultural considerable para trascender en las narraciones de la época. Brown construye una biografía que, gracias a su título comercial, atrae a lectores fuera del campo de la historiografía.







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