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sábado, 1 de febrero de 2025

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Opinión | El gran error de estrategia de Feijóo que pagará caro: así se fabrican votantes de ultraderecha 

31-1-25

Javier F. Ferrero

SPNISH

Revolution

Nada en su discurso responde a la realidad; todo se reduce a crear indignación prefabricada para movilizar (mal) a su electorado.



La política española lleva años atrapada en una burbuja mediática que no representa al país real, sino a los intereses de una élite informativa que dicta qué es importante y qué no. Desde las redacciones de los grandes medios y las tertulias de rigor, se decide qué merece ser un escándalo y qué puede pasar desapercibido. Y no, no es casualidad que esa maquinaria mediática siempre termine sirviendo a la derecha. El problema no es solo la manipulación, sino la facilidad con la que la ciudadanía es arrastrada por estos montajes.

El caso del palacete de París es un claro ejemplo. Un edificio que la Gestapo incautó y que Franco aprovechó para su dictadura se ha convertido, por obra y gracia de la derecha mediática, en la “prueba definitiva” de la traición de Sánchez. Lo curioso es que nadie en el PP dijo nada cuando Rajoy negociaba exactamente lo mismo con el PNV. Pero ahora había que fabricar ruido, y la derecha ha demostrado que en eso es imbatible. Nada en su discurso responde a la realidad; todo se reduce a crear indignación prefabricada para movilizar a su electorado.

Feijóo, que antaño renegaba del ruido madrileño, ha terminado siendo prisionero de él. Ha aprendido que en la política actual no importan los hechos, sino la capacidad de imponer el relato. Por eso, cuando tuvo que decidir entre actuar con responsabilidad o alimentar la farsa del “escándalo del palacete”, no dudó: eligió lo segundo. El problema es que ahora su partido tendrá que votar a favor del decreto que inicialmente rechazó. Un ridículo que, lejos de perjudicarle, solo empuja a más votantes de derecha hacia Vox, el único que sigue vendiendo el mismo relato sin contradicciones.

EL PALACETE Y LOS INQUIOKUPAS: EL NEGOCIO DEL MIEDO

El PP y su entorno mediático no podían dejar escapar la oportunidad de meter en la coctelera otro gran clásico de la política del miedo: la okupación. La obsesión por demonizar a las familias que no pueden pagar un alquiler es clave en el discurso de la derecha, porque permite desviar la atención del verdadero problema: los precios abusivos de la vivienda. Si el alquiler es inasumible y comprar un piso es un sueño inalcanzable para la mayoría, mejor señalar a los más débiles como culpables en lugar de enfrentarse a los especuladores.

Y así nacieron los “inquiokupas”, un concepto diseñado en los laboratorios de la antipolítica para convencer a la ciudadanía de que cualquier inquilino con dificultades económicas es un delincuente en potencia. Una mentira útil para justificar la falta de soluciones reales al problema de la vivienda y, de paso, fortalecer el negocio de la seguridad privada. No es casualidad que los anuncios de alarmas hayan crecido exponencialmente en los medios que más insisten en esta narrativa.

El resultado es claro: el votante del PP que se tragó el cuento del palacete y los inquiokupas ahora se siente traicionado cuando ve que su partido cambia de postura. Y ahí es donde aparece Vox. Abascal no necesita ser coherente, solo necesita parecerlo. Mientras el PP hace equilibrios para contentar a sus medios afines, Vox puede seguir vendiendo el mismo discurso sin matices ni rectificaciones.

El Palacetegate no es más que otro episodio en la larga lista de farsas que alimentan la antipolítica. Un escándalo prefabricado que no resuelve nada, que no mejora la vida de nadie y que solo sirve para inflar las expectativas de la extrema derecha. Mientras tanto, los alquileres seguirán disparados, los salarios seguirán siendo insuficientes y las verdaderas urgencias del país seguirán esperando. Pero a la burbuja mediática eso le da igual, porque su negocio es otro: vender indignación. Y en eso, llevan años siendo los mejores.


 

La encrucijada del PP

Es evidente que el PP, desde lo que podemos llamar la crisis de los balcones o la foto de Colón, se ha situado en una encrucijada imposible, actuando de forma errática y confusa

ElPlural

Tania Sánchez Melero

1-2-25



En cuestión de una semana hemos visto al PP negarse a apoyar el decreto del escudo social del PSOE, llegando a afirmar Núñez Feijóo que contenía medidas perjudiciales para los españoles, a anunciar su voto favorable a la mayor parte del mismo, incluidas medidas a las que previamente se habían mostrado contrarios.

Este cambio de posición, así como los diferentes tonos en los que sus líderes nacionales y regionales hablan del nacionalismo catalán y vasco, son muestra de la encrucijada en la que se ha metido el PP, parecida a la que tiene buena parte de la derecha tradicional europea.

El avance del extremismo de derechas en diferentes expresiones y formas, no sólo en poder institucional y político, pero también, es un fenómeno complejo que tiene múltiples variables y explicaciones, y que muestra contornos diferentes en cada realidad nacional. Sin embargo, hay algunos elementos que en la última década van siendo comunes; uno de los más resaltados por expertos investigadores, tiene que ver con el salto que dan muchos de estos proyectos debido a la normalización de sus ideas y posiciones en el debate público, a manos de los partidos de la derecha tradicional.

Esta normalización, no tiene que ver exclusivamente con la ruptura de los llamados cordones sanitarios, sino que en ocasiones son sutiles cambios de estrategia, o de discurso, de la derecha tradicional, derivada habitualmente del miedo ante el riesgo de pérdida de votos, poder, e influencia institucional.

Es evidente que el PP, desde lo que podemos llamar la crisis de los balcones o la foto de Colón, se ha situado en una encrucijada imposible, actuando de forma errática y confusa con respecto a la extrema derecha española. Sin duda han sentido y sienten una amenaza real de pérdida de votos, que no terminan de resolver, desde los inicios del mandato de Pablo Casado hasta hoy, cual es la estrategia y posición correctas, lo que les ha llevado a ensayar múltiples tácticas, sin que ninguna les termine de funcionar.

Sólo por repasar lo acontecido en esta última semana, hemos visto a un Tellado furibundo en una batalla algo ridícula con el PNV, a un Borja Sempere defender la responsabilidad política con los pensionistas y personas usuarias del transporte público, a un Moreno Bonilla abierto al diálogo con la derecha catalana, a una Díaz Ayuso declarar que los nacionalismos son el peor enemigo de España. y a una Esperanza Aguirre acusar a su compañero, Esteban González Pons, de que sus posiciones de sentido común sobre Trump son propias de la extrema izquierda.

Hay quien cree que diversificar portavoces les permite dirigirse a todos los públicos disponibles, sin embargo, creo que se equivocan. Las posiciones pendulares en los partidos, aunque sean encarnadas por diferentes portavoces, contribuyen a la desafección de los perfiles más moderados, mientras que frustran a los más polarizados, motivando la desmovilización electoral de los primeros, y el acercamiento a sus contrincantes de los extremos de los segundos.

  •  Al final, por más equilibrios que uno quiera hacer con cada asunto coyuntural, en lo estratégico se ve obligado a tomar una posición y un rumbo, y el PP, mientras no resuelve la cuestión de fondo, se está acorralando a sí mismo en una táctica propia de la extrema derecha que llevan demasiado tiempo haciendo propia; deshumanizar a tus adversarios. En el caso del PP se encarna en la absoluta demonización, descrédito y deslegitimación de quien, te guste o no, ha sido investido presidente democráticamente, y, por arrastre, a todo ciudadano que libremente le haya votado y defienda.

    Seguir profundizando en esa demonización del adversario les deja muy poco margen para que sus electores, moderados o no, entiendan cualquier posición institucional distinta a la oposición radical y furibunda a los actos del gobierno, y en ese estrecho margen, siguen y seguirán alimentando a una extrema derecha que jamás va a dudar de su posición, porque nada tienen que perder manteniéndose en la negación de legitimidad del adversario político.

    Si el PP no se toma en serio resolver la encrucijada estratégica de fondo, tomando un rumbo claro entre la normalización de la extrema derecha, sus discursos y práctica políticas, y la confrontación de ésta, quedará a la deriva, como barco sin rumbo, en un mar de confusión en el que seguir siendo el timón de la derecha en España dependerá de la coyuntura y los éxitos y errores de los demás, pero no de sus propios actos. Porque a los barcos sin rumbo les viene mal cualquier viento.

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