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lunes, 14 de abril de 2025

 




Las Casas del Pueblo durante la República: cuando la cultura obrera lo era todo

Durante la Segunda República, fueron auténticas fábricas de cultura: ateneos, bibliotecas, teatros y salas de cine al servicio de la clase trabajadora

ElPlural

Luis Abascal

14-4-25

Hubo un tiempo en que la cultura no se vendía: se compartía. Las Casas del Pueblo, impulsadas por la UGT y el PSOE desde principios del siglo XX, fueron el corazón cultural del movimiento obrero. Más que locales sindicales, eran verdaderas fábricas de pensamiento, educación y arte al servicio de la clase trabajadora. Durante la Segunda República, se convirtieron en epicentros de formación política, alfabetización, mutualismo, solidaridad y cultura popular. La más emblemática, la de Madrid, llegó a tener 100.000 afiliados antes de ser demolida por el franquismo.

¿Qué eran las Casas del Pueblo?

Las Casas del Pueblo fueron los locales sociales del movimiento obrero socialista. Allí convivían las agrupaciones y juventudes socialistas, las sociedades obreras afiliadas a la UGT y múltiples iniciativas sociales: escuelas para hijos de trabajadores, bibliotecas, cooperativas de consumo, mutualidades médicas, comedores, cafés, grupos culturales, corales, teatrales y musicales.

Su objetivo no era solo organizativo, sino pedagógico: formar al trabajador organizado, instruirlo en política, sindicalismo, arte y ciudadanía. Eran, en palabras de la época, “un ensayo de emancipación obrera”, un modelo de vida alternativo a la dominación cultural y social del antiguo régimen.

Cultura y educación como pilares del socialismo

En las Casas del Pueblo se combatía el analfabetismo con escuelas laicas, círculos de lectura y clases nocturnas. La biblioteca no era un adorno: era una herramienta de liberación. Se organizaban cursos de formación profesional, ciclos sobre historia del movimiento obrero, talleres artísticos, conciertos, funciones teatrales y proyecciones de cine.

Eran espacios donde cultura y conciencia iban de la mano: leer, escuchar, debatir y crear era tan importante como organizar huelgas o manifestarse. También eran una alternativa a la taberna: en sus cafés se hablaba de política, no solo de fútbol o lotería.

La joya del movimiento obrero: la Casa del Pueblo de Madrid

La más importante fue la de Madrid, inaugurada el 28 de noviembre de 1908 en el antiguo palacio de los duques de Béjar, en la calle Piamonte. Su compra y rehabilitación —con una inversión de más de 600.000 pesetas— fue una demostración de fuerza del socialismo madrileño, que logró transformar un símbolo del antiguo régimen en un bastión obrero.

Contaba con secretarías, biblioteca, cafetería, escuelas, comedores, y en 1915 se inauguró su gran Salón-Teatro (con entrada por la calle Gravina), con capacidad para 4.000 personas. Allí se celebraron congresos históricos del PSOE y la UGT, pero también recitales poéticos, obras de teatro, cine y conciertos populares. Fue un símbolo de modernidad obrera y un orgullo para miles de trabajadores.

Mutualismo, cooperativas y asistencia social

La Casa del Pueblo no era solo un centro cultural: era un refugio social. Acogía iniciativas como la Mutualidad Obrera Médico-Farmacéutica, la Cooperativa Socialista Madrileña, las Escuelas Infantiles de la Fundación Cesáreo del Cerro o las Escuelas profesionales para metalúrgicos y artes gráficas. También funcionaban despachos de abogados laboralistas y asesoría política para afiliados.

Era, en suma, una estructura completa de apoyo mutuo y autogestión que respondía a las carencias del Estado liberal en sanidad, educación y derechos laborales.

Confiscación, demolición y olvido franquista

Con la victoria del bando sublevado, las Casas del Pueblo fueron clausuradas, incautadas o directamente destruidas. La de Madrid fue ocupada en 1939 por los Juzgados Militares y demolida en 1953. Sus archivos, libros, muebles y símbolos fueron confiscados por la Delegación Nacional de Sindicatos del franquismo.

Se intentó borrar su legado, pero en la memoria colectiva del movimiento obrero sigue vivo el recuerdo de aquellos espacios donde ser culto, organizado y libre era posible incluso para quien había nacido sin nada.

¿Qué queda hoy?

Hoy, algunas Casas del Pueblo han sido recuperadas como sedes de agrupaciones socialistas, centros culturales o ateneos vecinales. Pero la mayoría desaparecieron o fueron reconvertidas en edificios oficiales.

Aun así, su legado sigue inspirando proyectos culturales autogestionados, centros sociales alternativos y movimientos que siguen creyendo que la cultura debe ser un derecho, no un privilegio.


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