Josep Renau: El cartelista que soñó la República
Hay hombres que no sólo nacen en un país: nacen en un tiempo, en un ideal, en una esperanza. Josep Renau, pincel de mil batallas y voz visual de la utopía republicana, fue uno de ellos
ElPlural
Amanda Ramos
14-4-25
Corría la primavera de 1931 y España, tras siglos de monarquías cansadas y dictaduras sombrías, abría por fin los ojos a una nueva luz. Era la Segunda República: imperfecta, frágil, pero luminosa como una mañana después de la tormenta. Y en algún rincón de Valencia, un joven de apenas 24 años, Josep Renau, tomaba su primera bocanada consciente de futuro. No tardaría en entender que el arte también podía ser una barricada.
Renau no fue un pintor cualquiera. Tampoco fue sólo un cartelista. Fue, sobre todo, un militante de la imagen. Desde muy joven, comprendió que el arte no podía quedarse en los museos, a salvo del barro y de la sangre de la calle. El arte debía servir para movilizar, para gritar, para construir una nueva realidad.
Así, a brochazos furiosos y a trazos urgentes, Renau convirtió los sueños de la República en imágenes. Sus carteles, hoy icónicos, no fueron meras ilustraciones de propaganda: fueron auténticos manifiestos visuales, latidos gráficos de un pueblo que luchaba por su dignidad.
Un pincel al servicio del pueblo
En una España cada vez más polarizada, donde la libertad era una flor amenazada, Renau supo que el arte debía ser, antes que nada, accesible. No para una élite, no para los salones de mármol, sino para el obrero, para el campesino, para la mujer que aprendía a leer bajo la nueva escuela laica.
Su compromiso lo llevó a convertirse en director general de Bellas Artes durante el gobierno del Frente Popular. Desde allí, impulsó uno de los proyectos más audaces de la época: la evacuación de los tesoros artísticos del Museo del Prado para protegerlos de los bombardeos fascistas. Porque en aquella España de trincheras y exilios internos, hasta los cuadros de Velázquez y Goya eran parte de la resistencia.
Pero Renau no se conformó con salvar el pasado. Su mirada estaba clavada en el porvenir. Quería un arte nuevo para un hombre nuevo. Bajo su impulso, el arte mural, el fotomontaje y la estética soviética se fundieron en un lenguaje visual inédito en España. La estética revolucionaria, que hasta entonces parecía un lujo lejano, cobró vida en las paredes de Madrid, en las portadas de revistas como Nueva Cultura, y en los carteles de la Guerra Civil.
El exilio interminable
Pero la República fue derrotada, y con ella se apagaron —o se dispersaron— muchos de sus sueños. Renau, como tantos otros, emprendió el largo camino del exilio. Primero a México, donde compartió vivencias con Diego Rivera y Siqueiros, y más tarde a la RDA, donde continuó su producción artística, marcada siempre por el anhelo de una España libre.
En el exilio, su obra cambió de forma, pero no de fondo. De los murales vibrantes de México a los fotomontajes críticos de la Alemania socialista, Renau siguió denunciando la injusticia, señalando los horrores del capitalismo y soñando, incansablemente, con la República perdida.
Entre sus trabajos más impactantes de esta etapa destaca la serie The American Way of Life, un corrosivo análisis visual de la cultura consumista y militarista de los Estados Unidos. Con la precisión de un cirujano y la furia de un exiliado, Renau diseccionó las promesas vacías del sueño americano, dejando al descubierto su reverso de desigualdad y violencia.
El legado de un visionario
Hoy, cuando España celebra otro Día de la República, el nombre de Josep Renau resuena como un eco necesario. Porque su vida —y su arte— nos recuerdan que la libertad nunca es un regalo, sino una conquista; que el arte verdadero no puede ser neutral; que soñar con un mundo mejor no es ingenuidad, sino valentía.
Renau entendió que la República no era sólo un sistema de gobierno: era un estado del alma. Era el hambre de justicia, la sed de cultura, el ansia de modernidad. Y en cada uno de sus carteles, en cada una de sus imágenes, sigue latiendo esa esperanza que ni la censura ni el exilio lograron apagar.
Su pincel sigue ahí, como una antorcha tendida hacia nosotros, recordándonos que otro país, otra España, sigue siendo posible.
Porque como escribió Antonio Machado, otro exiliado de la esperanza: "Se hace camino al andar". Y Josep Renau nunca dejó de andar, de pintar, de soñar.
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