27/01/2020
Guía para negacionistas: las pruebas del horror de la Shoa
Cuando se
cumplen 75 años de la liberación del campo de Auschwitz, todavía hay quien
sostiene que el Holocausto es un cuento de los aliados y de Israel
Redacción El HuffPost
“De cualquier manera que termine esta guerra,
la guerra contra vosotros la hemos ganado; ninguno de vosotros quedará para
contarlo, pero incluso si alguno lograra escapar, el mundo no lo creería. Tal
vez haya sospechas, discusiones, investigaciones de los historiadores, pero no
podrá haber ninguna certidumbre, porque con vosotros serán destruidas las
pruebas. (...) La gente dirá que los hechos que contáis son demasiado
monstruosos para ser creídos: dirá que son exageraciones de la propaganda
aliada, y nos creerá a nosotros, que lo negaremos todo. No a vosotros”.
Por si no fuera suficiente con lo que les hacían, los miembros de las SS avisaban a sus prisioneros (judíos, gitanos, discapacitados, republicanos españoles...) de que, por mucho que contaran lo que pasaba en los campos, nadie les iba a hacer caso. Lo dejó escrito Simon Wiesenthal, apresado en Mauthausen, superviviente reconvertido en cazanazis. Aún hoy, 75 años después del horror, de la liberación del icónico campo de Auschwitz, hay quien niega la mayor: aquello no pasó, no es creíble, no es posible, no hay pruebas, es todo una exageración de los aliados para demonizar a Alemania o un relato bien montado para defender el Estado de Israel.
Por si no fuera suficiente con lo que les hacían, los miembros de las SS avisaban a sus prisioneros (judíos, gitanos, discapacitados, republicanos españoles...) de que, por mucho que contaran lo que pasaba en los campos, nadie les iba a hacer caso. Lo dejó escrito Simon Wiesenthal, apresado en Mauthausen, superviviente reconvertido en cazanazis. Aún hoy, 75 años después del horror, de la liberación del icónico campo de Auschwitz, hay quien niega la mayor: aquello no pasó, no es creíble, no es posible, no hay pruebas, es todo una exageración de los aliados para demonizar a Alemania o un relato bien montado para defender el Estado de Israel.
Los nazis trabajaron a fondo para borrar sus huellas:
enterramientos masivos bien ocultos, cuerpos quemados, edificios y campos de
labor encima de los que habían sido campos de exterminio... Los muertos no
hablan, los apresados nunca fueron censados, y eso complicaban las cosas.
También la escasez de documentos oficiales que dejaron a su espalda y en los
que las cosas se llamaban por otro nombre: no se hablaba de gaseamiento,
exterminio, genocidio, fusilamientos, hambruna, cámaras de gas ni nada por el
estilo, sino de “muerte piadosa”, “solución final”, “tratamiento especial”,
“evacuación”, “eutanasia”, “acción especial”... Cualquier eufemismo valía
frente al exterminio masivo de seres humanos que llevaban a cabo.
Pero, pese a quien pese, hay datos, hay documentos, hay restos, hay
supervivientes, hay fotografías e imágenes en movimiento, hay informes de las
inteligencias occidentales (esas que sabían desde hacía mucho y no actuaron tan
pronto como hubieran debido) que constatan que la Shoa pasó, que no fue una
mentira. Es genocidio que acabó con la vida de seis millones de judíos, siete
millones de civiles soviéticos (1,3 judíos), tres millones de prisioneros rusos
(50.000 judíos), 1,8 millones de civiles polacos no judíos, 312.000 civiles
serbios, 250.000 discapacitados, 220.000 gitanos, 70.000 asociales,
homosexuales y delincuentes y 1.900 testigos de Jehová. Son datos del Museo del Holocausto de Washington.
Lo que ellos mismos
dejaron por escrito
Los
nazis buscaban la perfección de la raza, del ser ario, por eso exterminaron a
todos aquellos que, a su forma de ver, degeneraban a la raza alemana. Dentro de
esos “degenerados”, estaban los judíos.
Ya
en 1935 se dictaron las leyes de Núremberg, en las cuales se decía que una persona era
alemana si tenía cuatro abuelos alemanes, y judío si tenía cuatro abuelos
judíos, quedaba el intermedio de mestizo (Mischling) si
tenía al menos un abuelo judío. Así comenzó a prohibirse por ley, toda unión
entre los alemanes verdaderos y los judíos. Estos últimos tampoco fueron
reconocidos como ciudadanos.
Pero
la “solución final al problema judío” ya venía de antes: Adolf Hitler había escrito su primer documento político contra
los judíos en 1919. Ya allí decía que debían ser removidos de toda Europa de
una forma eficiente. El 9 de noviembre de 1938 empezó la persecución real,
durante la Noche de los cristales rotos, cuando fueron deportados 30 mil
judíos a campos de concentración en Sachsenhausen, Buchenwald y Dachau.
Así
se los aisló totalmente de la sociedad alemana, para luego echarlos del país.
Pero tras la invasión de Polonia en 1939, la segregación se volvió cada vez más
maligna, al tener un plan detallado para aniquilarlos por completo. Todos los
judíos fueron deportados a los guetos del país. Pero paralelamente había
fusilamientos y matanzas de comunidades enteras en los países ocupados como la
Unión Soviética y otros países del este de Europa. Había escuadrones
especializados llamados Einsatzgruppen, que se ocupaban de estos temas.
También
las SS organizaban fusilamientos, y también se valían de camiones de gas,
conocidos como camiones fantasma. Furgonetas totalmente cerradas que se valían
del monóxido de carbono que sale del caño de escape del auto para asfixiar y
matar a quienes iban en su interior. De todo esto hay material gráfico.
Ya
en 1940 se usaban para exterminar a los enfermos mentales, y luego se aplicaron
a los judíos. Pero Rudolf Hess, figura clave en la Alemania nazi, cuenta en sus
memorias -de primera mano- que este método se consideraba muy caro y
complicado, por lo que se buscó uno más barato y sencillo.
Así
comenzaron a usar un gas producido industrialmente por los laboratorios Degesch yTesch, bajo
licencia de IG-Farben (Bayer). Se trataba del Zyklon B, un ácido
cianhídrico que mató a millones de personas en los campos de exterminio de
Auschwitz-Birkenau y Majdan ek. Hay pruebas de que Tesch proporcionaba 2000 kilos de este
gas al mes, y Degesch 750 kilos.
Durante
la Conferencia de Wannsee, el 20 de enero de 1942, la cúpula
nazi decidió acelerar la Solución Final. Adolf Eichmann, encargado de la
logística de la Solución Final, confesó en 1961 que en esta conferencia se
estudió a fondo el mejor método para exterminar a los judíos de Europa de la
forma más rápida posible.
Se
tomaron varias medidas, la más “benéfica” fue deportar a miles de judíos a los
frentes para que realizaran trabajos forzados. Pero la idea era que trabajasen
hasta morir, literalmente.
En
esa conferencia evaluaron que habría unos 11 millones de judíos en Europa, y
pergeñaron los métodos para poder deportarlos a todos hacia los campos de
exterminio. Todo lo que se habló en esta reunión quedó por escrito, y fue
descubierto y utilizado en los juicios de Núremberg contra los jerarcas nazis.
Para
el exterminio en masa, conocido como Operación Reinhard, se crearon los campos polacos de
Belzec, Sobibor y Treblinka , donde también se utilizó el Zyklon B. Sobre todo esto hay
pruebas, muchas pruebas. 3.000 toneladas de documentos escritos oficiales de
los nazis, autobiografías, memorias y testimonios de nazis como Josef Goebbels, Rudolf Hoess y Hermann Goering. Miles fotografías, material filmado, miles y
miles de testimonios de sobrevivientes judíos, que no se acabaron ni se
perdieron con el fin de la guerra ni con los bombardeos aliados, como sostienen
algunos llamados historiadores. Y miles de cuerpos de las víctimas que no
fueron cremadas.
Ahora
queda recordar la verdad y no olvidarla, para no repetirla.