Franco
y la cruz laureada de San Fernando (9/17): Un oficial y caballero
empieza a mentir
Ángel
Viñas
22
de noviembre de 2021
InfoLibre
Para
comprender ésta y las próximas entregas conviene recordar dos
cosas: la primera es que en la época a que nos referimos, los
juicios contradictorios no eran ya una bagatela. Implicaban el examen
minucioso de los
hechos y
los testimonios de numerosos testigos que debían dar cuenta formal
de lo que habían presenciado. Lo cual no implica que no hubiera
movimientos de fondo que no aparecen en los papeles. La segunda es
que una gran parte de lo que exponemos en este artículo figura en el
apéndice a la
hoja de servicios de Franco
publicada (pp.
93- 98). Es decir, nadie
en su sano juicio podría aducir ignorancia.
No es, pues, admisible que eminentísimos historiadores de la talla
de Stanley G. Payne o Luis Suárez puedan alegar que escribieron sus
simpáticas biografías de Franco, que tanta fama y tanto honor les
han reportado, pero que dejaron de lado una pieza fundamental. El
caso de Payne/Palacios es todavía más sangrante, al haber ignorado
a un historiador militar, el coronel Carlos Blanco Escolá, autor de
un notable libro sobre Franco, en el que ya hizo uso de la
información contenida en la publicada hoja de servicios.
Nos
encontramos, pues, con la primera sorpresa, que ya destacó este
último autor. El capitán (a la sazón ya ascendido a comandante
cuando prosiguió el juicio contradictorio) Fernando Lías Pequeño se
escurrió como una lagartija y
declaró “que Franco
fue muy gravemente herido y que coronó la loma,
sin precisar el tiempo que medió desde la herida hasta ser recogido,
ni las bajas que hasta ese momento había sufrido”. ¡Caramba,
caramba! Obsérvese la galaica astucia del paisano del aspirante a
caballero de San Fernando.
El
tal Lías Pequeño la lió (valga la broma) de las buenas: no se
necesitaba ser un genio administrativo porque debía saber, antes
de lanzarse a la aventura de
pedir la Laureada para Franco, que entre los requisitos exigidos por
la Ley de 1862 ambos aspectos eran absolutamente prioritarios. ¿Por
qué, pues, se lanzó? ¿Tenía que saldar alguna deuda con Franco?
¿Cuestión de dinero? ¿Tal vez de mujeres? ¿Algún otro aspecto
turbio? Quizá historiadores gallegos puedan aportar alguna luz en el
futuro. También es impensable (aunque no imposible) que, antes de
promover lo que daría, inevitablemente, paso a un juicio
contradictorio, Lías no hubiese hablado con los oficiales y
suboficiales de Franco.
De
lo que hay constancia documental e inequívoca es de que tan
entusiasta superior accidental se escabulló, al declarar, de toda
posible indicación precisa. Sin embargo, recordemos
lo que señala la hoja de servicios publicadapublicada:
“en el parte de la operación, dado por [Lías Pequeño], [Franco]
figuró como muy distinguido por su incomparable valor, dotes de
mando y energía desplegada en dicho combate”.
Es
más, se añade que “en telegrama recibido por el general en jefe
de fecha 30 de junio del ministro de la Guerra, y publicado en la
Orden General del día 2 de julio en Tetuán, es felicitado por el
Gobierno de S.M. y ambas Cámaras” (p. 38). En román paladino, ya
se había montado un show
mediático sobre la carga de El Biutzshow y
Franco se había llevado muchas palmas. No hace falta entrar en estos
detalles, sin duda importantes, pero no en esta serie. En 1916, como
hoy, la publicidad ya hacía milagros y, sin duda, más de un
estudiante de grado podrá escribir algún paper utilizando
la prensa de la época.
Probablemente
Franco se enteró de todo ello cuando recobrara su lucidez. Es normal
que se hubiera puesto muy contento. Incluso que llorase de emoción.
¿Por qué no? No le proponían a uno para una Cruz Laureada todos
los días. Sin embargo, lo que cabe preguntarse es: ¿por qué
entonces dijo Lías Pequeño lo que dijo en el expediente, tras
reincidir en solicitar a petición de Franco que no se demorara el
juicio contradictorio? Otro misterio.
Tampoco
cabe olvidar que ya en
1916 el propio Franco se había personado en el expediente tan pronto
le fue posible.
No sabemos si conocía los términos del testimonio de Lías Pequeño.
Probablemente. En todo caso, no es importante. Lo que sí es
importante para enjuiciar el comportamiento de un oficial y caballero
como él, sin duda, se consideraba y era también considerado, es
mirar de cerca su declaración en el juicio contradictorio. ¿Y
qué hizo? Pues, simplemente, mentir como un bellaco, aunque
no en términos tan fantasiosos como en 1961.
El
futuro Caudillo declaró en el comienzo del juicio contradictorio
que, con su compañía de 113 hombres, sufrió “la
baja de sus cuatro (sic) oficiales y 56 más [suponemos que
simples soldaditos], casi todos antes de ser herido gravemente,
cuando estaba a media ladera, y pasado un cuarto de hora fue retirado
después de coronar la loma, siendo curado en la ambulancia”. Ruego
a los amables lectores que tengan presente esta solemne declaración.
La he subrayado en negritas. Pero, ¿qué ocurrió? No se publicó en
el apéndice a la hoja de servicios del caudillo. Tampoco la recogió
el comandante Gudín en su exposición final ante el consejo de
guerra y marina. Los motivos no se explicitaron. Quizá tuvieron
que ver con el hecho de que para entonces ya se había ascendido a
Franco a comandante. O tal vez porque sobre Gudín se hizo alguna que
otra presión.
Cualquier
lector observará que hubo alguna contradicción entre Lías Pequeño
y Franco. ¿Se quedó tendido el gallardo herido a media ladera?
¿Subió trabajosamente hasta la cresta (¿cómo?, ¿cuándo?) a
pesar de una herida gravísima? He reproducido en itálicas y
negritas el punto central: la
compañía sufre cuantiosas bajas ANTES de que el valiente declarante
cayera herido.
No lo dice servidor. Lo afirmó Franco como oficial sin tacha,
suponemos que, jurando por su honor de caballero, o sin jurar tal
vez, porque en el Ejército español de la época y en aquellas
sangrientas campañas en las que tantos morían el honor y el valor
se sobreentendían. Sobre
todo, en materia de ascensos.
Aun
así, en el expediente del juicio contradictorio empezado a incoar en
1916, según reprodujo el fiscal dos años más tarde –el 29 de
marzo de 1918–, constan otros testimonios que sí fueron
publicados en la tan mencionada hoja de servicios publicadosdel
supuesto salvador de España.
Llaman
la atención dos. Uno de los valedores de Franco, nada menos que el
general de División Joaquín
Milans del Bosch y Carrió,
comandante de la plaza de Ceuta y de su territorio, incluyó el caso
del valor del capitán en el supuesto sexto del
artículo 25 de la Ley de 1862, que mencionaremos más abajo. A mayor
abundamiento, añadió otro, el
caso cuarto del 27 cuarto(“en
momentos dudosos, o decisivos, cargar el primero y con buen éxito al
enemigo, causándole la pérdida de un tercio de su fuerza”). Fue,
además, ditirámbico: la 3ª compañía mandada por Franco atacó
“apoderándose de la primera trinchera en que se sostuvo, librando
rudo combate quedándose sin oficiales y continuando en su mando
hasta ser gravemente herido”. Exageró en ambos aspectos, pero esto
permite pensar dos cosas. O bien que Franco
ya tenía algún valedor en las alturas o que la Superioridad
consideraba que por la acción de El Biutz convendría que el
Ejército amasara tantas Cruces Laureadas como fuese posible. Sin
poder demostrarlo, la experiencia comparada apunta a esta segunda
posibilidad.
Como
cualquier aficionado a las películas de tema bélico sabrá, si ha
visto Zulú (coprotagonizada
por Stanley Baker y un jovencísimo Michael Caine, en su primer papel
estelar), mientras el Ejército Imperial británico era aniquilado en
la batalla de Isandlwana el 22 de enero de 1879, un pequeño
contingente de soldados galeses y algunas tropas coloniales (poco más
de un centenar de efectivos) defendieron una posición en Rorke´s
Drift contra varios miles de zulúes sedientos de sangre blanca. La
defensa se saldó con once cruces Victoria, que si bien de reciente
creación era ya la más alta distinción militar británica al
valor. Se
rumoreó que en Londres tal acumulación de concesiones de tan
preciada condecoración en un solo hecho de armas quiso contraponer
tal éxito al deshonor de Isandlwana. ¿Respondió
a la misma motivación el deseo de generar el mayor número de
Laureadas en un insignificante encuentro con los rebeldes marroquíes?
Tal vez hubo más motivos, pero no he encontrado EPRE. Otros quizá
la hallen.
En
el juicio contradictorio también intervino el coronel Juan Génova,
jefe de la columna. No precisó las bajas causadas, pero añadió,
como Milans del Bosch, que Franco caía dentro del supuesto sexto del
artículo 27 (“rehacer
instantáneamente una tropa desordenada por las pérdidas sufridas, y
dispersar con ella al enemigo cuyas fuerzas no sean inferiores o
tomar o recuperar en el acto una batería o posición”).
Me parece evidente que tan distinguido coronel se pasó de rosca
varios metros y ruego al lector no olvide esta afirmación porque fue
esencial… y radicalmente falsa.
¿Dudar de las palabras, ahora, de todo un general y de todo un
coronel? Pues sí. Ambos mintieron. Lo lamento, pero son cosas que
pudieron demostrarse sobre la marcha en el juicio contradictorio. Lo
que no sé es quién extrajo las oportunas consecuencias. Pudo ser el
fiscal comandante Gudín, pero si fue el caso, prudentemente no hizo
mención alguna en sus conclusiones.
Otra
sorpresita es que en favor de Franco se
pronunciaron igualmente un capitán apellidado Palacios y los
tenientes Muñiz y Valcárcel. Pero,
¿cómo se pronunciaron? Dijeron haberlo visto y añadieron otro
supuesto de concesión de la Cruz Laureada. Ahora fue el segundo del
artículo 27 (“defender
el puesto que se le confía hasta perder entre muertos y heridos la
mitad de su gente”).
A primera vista absurdo. Franco y su compañía no defendieron una
posición. La atacaron porque estaba en manos del enemigo. No
obstante, los dos primeros declarantes no precisaron el número de
bajas entre los rifeños y el tercero únicamente que “Franco
fue uno de los primeros que retiraron en el momento en el que las
bajas todavía eran menos de la mitad”.
Naturalmente esto implicaba que si las bajas fueron 60 o 66 de los
118 hombres de que constaba la 3ª compañía del 2º tabor de
Regulares no todas podrían computarse a la actuación y mando de un
capitán que había sido de los primeros en caer, malherido, en
la acción.
La
superpalma se la llevaron otros dos oficiales. El primero fue el
capitán López de Haro. Pero, ¡ay!, desgraciadamente, ignoraba
muchos de los particulares que se le preguntaron. Otro, el teniente
Martínez. Este sabía que Franco asistió al combate y que fue
herido, “ignorando
que realizase acto alguno digno de estar comprendido en la Orden de
San Fernando”.
Así que, a la salva distancia de cien años, nos sorprenden las
razones por las cuales habrían sido convocados. No es de extrañar
que también las declaraciones hayan llamado la atención de Andrés
Rueda (p. 66s), pero que no se cuestiona los motivos.
De
todas maneras, las cosas no tardaron en empezar a ir de mal en peor
para Franco. Esto
no lo afirma servidor. Se desprende de su hojita de servicios
publicada cuando
ya era Jefe del Estado, quizá un poco pasado de rosca, como lo
demostró ante el Dr. Soriano Garcés.
El
comandante González Tablas, los capitanes Carreras y Monís y los
tenientes Romero y Loma afirmaron que el capitán
Franco no había hecho más “que auxiliar el avance de la
caballería, sin ninguna cosa de particular en su actuación,
pues todo lo ignoran, como que pueda estar dentro de la Ley del 18 de
marzo de 1862, como asimismo el número de bajas que sufriera cuando
fue retirado, las del enemigo y cuando fuera curado”. ¡Bravo! ¡Por
fin un poco de luz! Ignoramos,
ciertamente, los motivos por los que fueron convocados. ¿Un
procedimiento de rutina? ¿Se presentaron voluntarios? ¿Alguien dio
su nombre? ¿Por qué?
Sin
respuestas posibles a estas preguntas debo concluir que no cabe sino
sospechar –siendo bondadoso– que Lías
Pequeño y algunos de sus compañeros habían abultado el heroísmo
sin límites del capitán Francisco Franco.
La cuestión sigue siendo la misma: ¿por qué?
De
todas maneras, las declaraciones más
alucinantes por
su carácter anodino corresponden
a un capellán del Cuerpo Eclesiástico del Ejército que tuvo que
dejar al menos un día o un par de días su destino en el Batallón
de Cazadores de Barbastro. Se llamaba Carlos Quirós Rodríguez.
Respondió a las preguntas de rigor afirmando que: no conocía al
capitán Franco; solo sabía de él por referencias; había oído que
había sido herido en la acción; no podía precisar ni cuándo ni el
tiempo que permaneció herido en el lugar de los hechos; tampoco
sabía si el capitán había perdido el conocimiento o no. En cuanto
a los cuidados médicos afirmó que la mayoría de los heridos los
recibían tan pronto llegaban al puesto de socorro, pero de manera
deficiente por carencia de medios. Preguntado si prestó a Franco los
auxilios de su sagrado ministerio respondió que lo hacía con todos
los heridos, oficiales y clases y que por ello no podía precisar si
también ocurrió con Franco; tampoco sabía si llegó a darle la
extremaunción y que nunca la daba sin consultar previamente con el
médico. Igualmente, y esto es lo más importante para lo que se
dilucidaba, ignoraba
si Franco había estado en condiciones de mandar.
Por no saber, desconocía si había hecho algún acto heroico o no.
No sabía el número de fuerzas y sus movimientos a las órdenes de
Franco porque había estado ocupado en ejercer sus propias funciones.
Es
decir, uno se pregunta por qué diablos había comparecido el
capellán en el juicio contradictorio que se ventilaba. No extrañará
que en
la hoja oficial de servicios publicada no hubiese la menor referencia
a tal testigopublicada.
El editor de la misma pudo ser un “pelota”, pero no
necesariamente lelo, y lo más probable es que no le preocupase
ahorrar papel y tinta.
Esta
es la ocasión de indicar que los rumores que circulan o han
circulado por el mundo editorial y cibernético de que Franco pidió
confesión al capellán Quirós Rodríguez ya fueron desautorizados
por el propio eclesiástico.
¡Qué no se ha dicho y se dirá sobre Franco!
(continuará)
*Esta
serie está dedicada a la memoria del Dr. Miguel Ull y de mi primo
hermano, Cecilio Yusta, fallecidos a causa de la pandemia, que me
ayudaron a desentrañar el primer asesinato de Franco, en la persona
del general Amado Balmes.
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Ángel
Viñas es
economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el
franquismo.