Franco,
Gibraltar y la falsa neutralidad británica en la Guerra Civil
española (I)
La
injerencia del Reino Unido en el conflicto era, y lo sigue siendo en
algunos aspectos, un tema poco estudiado y que necesita ser
investigado en profundidad
La
visita de Franco a Gibraltar en marzo de 1935 fue determinante
para el desarrollo de la guerra y la consolidación del régimen
franquista
EuropaSur
JOSÉ
BENEROSO SANTOS
15
Noviembre, 2021
No
es tarea fácil abordar un tema con tantas caras y aristas como el de
la Guerra
Civil española y
el papel jugado por los distintos elementos y factores que se
conjugaron en esta. Naciones, gobiernos, políticos, autoridades
civiles y militares, empresas, empresarios, organizaciones, espías…
irrumpieron en la escena bélica española dando lugar a una espiral
de trascendentales consecuencias.
Comúnmente,
y de forma un tanto generalizada, se hace siempre referencia a
las intervenciones
directas y
bastantes significativas de algunos países como Alemania, Italia y
la antigua Unión Soviética, con unos resultados que, a todas luces,
influyeron en el desenlace de la Guerra Civil, pero se obviaba de
forma sistemática, hasta hace relativamente poco tiempo, la
investigación sobre el protagonismo que tuvieron otros países como
Francia, Estados Unidos, Portugal y, en particular, el Reino
Unido.
Concretamente,
la injerencia
británica,
tanto de forma directa desde Gran Bretaña como a través de su
colonia de Gibraltar,
resultaron ser determinantes en la contienda española y en el
afianzamiento de Franco en el poder bajo un régimen dictatorial.
Existía
un generalizado rechazo del Gobierno británico hacia la Segunda
República española
que se puso de manifiesto de inmediato tras su proclamación en 1931.
La idea de que los postulados revolucionarios soviéticos se
extendiesen por Europa había creado gran malestar en el Reino Unido,
y más aún cuando el peligro podía provenir de forma más directa
de España, donde los británicos contaban con el valioso enclave de
Gibraltar.
Gibraltar
ante la Guerra Civil española
Si
la injerencia británica no ha sido bien estudiada, menos lo ha sido
el papel jugado por Gibraltar, papel
que creemos decisivo pues
es muy probable que una parte del planteamiento y desarrollo de
la insurrección
militar de 1936 tuviese
sus orígenes en Gibraltar y dado que tanto los políticos como los
militares antirrepublicanos encontraron ahí un fuerte apoyo.
La
proclamación de la Segunda República en España había generado en
los británicos una desconfianza que se vio confirmada tras las
diversas medidas tomadas por los sucesivos gobiernos republicanos,
que perjudicaban fundamentalmente a sus intereses económicos, y que
se acentuaría aún más con la victoria del Frente
Popular en
febrero del 36.
Durante
1934 se asistía en España a una progresiva radicalización política
que desencadenó la revolución de octubre y que hizo saltar todas
las alarmas en la ya recelosa Gran Bretaña, y también y en
proporciones distintas en toda Europa. El Foreign
Office consideraba
que la situación política española era en esos momentos
irreversible. La amenaza de que el comunismo se instaurase en el país
era una temida y cada vez más cercana realidad. No obstante, la
determinación en la intervención de Franco para aplastar el conato
de revolución, y la forma en la que lo realizó, fue considerada por
los británicos como sumamente eficaz y, al mismo tiempo, albergaba
la esperanza de poder contener el avance ideológico bolchevique.
Conjuntamente
y por estas fechas, para Juan
March,
en su particular y abierta lucha por derribar el sistema republicano,
la solución del país no pasaba por la regeneración de la
República, que consideraba un sistema degenerado y convulso, ni
tampoco por la restauración monárquica por la que abogaban muchos
de los militares antirrepublicanos. Su solución debía pasar por una
intervención militar. Así, March se acerca a Franco,
al que considera el militar más capacitado para acabar no solo con
el Gobierno de ese momento, sino con la Segunda República como
modelo de Estado, y le ofrece su total apoyo, apostando por un
gobierno militar dirigido por él.
De
este modo, a los intereses económicos británicos, y también a los
de otras naciones, se une el de un amplio sector del empresariado
español con el propio Juan March a la cabeza.
El
magnate mallorquín logra que la balanza se incline a su favor para
que fuese aceptado, también en el ámbito internacional, un
levantamiento dirigido por Franco, un militar sin convicciones
políticas definidas y que ya había demostrado en Asturias su
determinación. Y, aunque elementos pro-monárquicos siguieron
conspirando posteriormente, lo cierto es que la opción de una
intervención militar contundente fue tomando una mayor
consideración.
Franco,
muy ambicioso en el plano personal, despertaba, aun contando con el
respeto de sus compañeros, gran recelo porque nunca manifestó un
posicionamiento político definido y claro, haciendo de la indecisión
y de la ambigüedad dos estratégicos y eficaces recursos para
desarrollar sus principios ideológicos.
Esta indecisión,
que aparentemente mantuvo hasta momentos antes de su entrada en
acción en julio
de 1936,
no era debida a la incertidumbre en el éxito o fracaso del golpe
contra la República, que siempre creyó posible llevar a cabo, sino
por el temor de que gran parte del Ejército, muy monárquico, no lo
apoyase. Un Ejército que veía todavía en Sanjurjo su jefe
“natural” y el militar más respetado.
Por
otro lado, una de las mayores preocupaciones de Londres era
evidentemente Gibraltar. Esta plaza venía teniendo una mayor
importancia desde finales del siglo XIX, debido al auge económico
propiciado por el aumento en las relaciones comerciales, en
particular, con América del Sur y Asia, al igual de por su ya
probado valor geo-estratégico. Además de por su condición de
puerto libre, que le permitía beneficiarse económicamente con
relativa facilidad.
Los
mayores impulsos económicos de Gibraltar han coincidido siempre con
periodos de crisis políticas y militares internacionales. Como
instrumento del Reino Unido sometido rigurosamente a sus directrices
político- económicas, Gibraltar ha reaccionado siempre de forma
perfecta como un
eslabón más dentro del engranaje del Imperio británico.
Su sociedad, con una anulada voluntad, sumisa y poco problemática,
aparecía fuertemente jerarquizada y comprometida con los designios
británicos.
Socialmente,
Gibraltar contaba en estas fechas con una considerable colonia de
españoles residentes y con la frecuente presencia de otros que, sin
residir allí, pasaban largas temporadas. Los residentes conformaban
un grupo compuesto en su mayoría por descendientes de familias
aristocráticas españolas, empresarios y refugiados políticos de
distintas ideologías, que variaba según el momento político que se
vivía en España. De hecho gozaba al respecto de una gran tradición
como refugio de discrepantes políticos españoles.
Las visitas
oficiales y
no oficiales de importantes autoridades españolas —sobre todo
militares— a Gibraltar eran bastante frecuentes. Cualquier
acontecimiento social, partidos de polo, carreras de caballos,
paradas militares, fiestas en el palacio del Gobernador, etc., era
una excusa suficiente para la asistencia de personalidades españolas.
Por
lo tanto, no
tenía por qué ser sorprendente ni llamar la atención pública
la presencia de militares y de relevantes personajes españoles en la
ciudad.
Así,
cuando se producen las estancias en marzo y abril de 1935, en primer
lugar de Franco, que acababa de ser nombrado Jefe Superior de las
tropas de Marruecos, y de Martínez Barrio, y posteriormente de
Sanjurjo y de Rico Avelló, pasan prácticamente desapercibidas o son
contempladas con naturalidad por la población gibraltareña.
En 1935 el
ambiente en Gibraltar con respecto a España es de absoluta
desconfianza debido a su deriva política. La situación
gubernamental española, que desde octubre de 1934 venía empeorando
bajo una incertidumbre total, era ya, en los meses de abril y mayo,
crítica.
Franco
y Juan March en Gibraltar
Franco
visitó Gibraltar el 8 de marzo de 1935 y se presentó no solo como
la mejor opción para “arreglar” los problemas del país sino,
también, como la solución que necesitaban los británicos para
defender sus intereses en España. Con firmeza y convicción, mostró
claramente que su intención ya no era regenerar el sistema
republicano. Su postura representaba un viraje
en la ideología,
en los fundamentos de un futuro golpe de Estado, sobre todo en su
concepción y finalidad, que hasta ese momento estaba siendo gestado
por elementos monárquicos. No contemplaba una conspiración que
condujese a un gobierno cívico-militar y así lo expuso ante los
británicos. El golpe había
de dirigirse contra el modelo republicano e iba a ser, ante todo,
militar y realizado por militares que él personalmente iba a
dirigir. A partir de ahí, la cuestión política aparecerá
definitivamente en un segundo plano.
Juan
March, como agente al servicio del MI6,
había puesto en contacto a los militares conspiradores españoles
con las autoridades locales y británicas, y la oligarquía
empresarial gibraltareña. Más tarde, durante la contienda civil, se
convertirá en el principal interlocutor entre los británicos y el
Gobierno de Burgos. Es, con absoluta certeza, uno de los artífices
de la conspiración para derribar la República y el principal
financiador del golpe, y como tal organizará y coordinará gran
parte de la ayuda extranjera que recibieron los militares
insurrectos.
Contaba
para esto con recursos económicos suficientes, que le sirvieron de
aval para las concesiones de capitales extranjeros, y con la banca,
en particular con el Kleinwort Bank, que se erigió desde 1935 en
uno de los principales apoyos financieros para la causa rebelde,
apoyos que serían canalizados siempre a través de él, valiéndose
de sociedades y entidades propias como la Banca March.
Juan
March dejó claro en Gibraltar que su financiación al golpe se haría
efectiva siempre y cuando Franco asumiese totalmente el mando
y encabezase
el levantamiento.
Su apoyo estuvo siempre condicionado a su persona y no de una forma
genérica a los militares conspiradores contra la República. No
quería interferencia alguna entre ambos.
La
visita de Franco, pero, sobre todo, la reunión que mantuvo en el
Rock Hotel, es sumamente importante porque, a partir de ese momento,
quedaron atadas varias tramas, perfilándose algunas cuestiones
necesarias, cuando no imprescindibles, para alcanzar los objetivos de
los conspiradores. Quedó señalado que, dentro de las prioridades
más inmediatas y precisas, estaban las de tipo logístico. Es decir,
Franco necesitaba contar con Gibraltar, punto estratégico para
controlar el paso del Estrecho, como base para operaciones de
abastecimiento.
Se
sabe que asistieron a esta reunión Charles
Harington,
gobernador de Gibraltar; Alex Beattle, secretario colonial; el
capitán del puerto, Arthur Steele, y, probablemente, el almirante
Fisher, que estaba en esa fecha en la ciudad por unas maniobras
navales de la Royal Navy en el Estrecho. Las autoridades
gibraltareñas acogieron con satisfacción las propuestas de los
conspiradores, presentadas por Franco siempre con la garantía y el
incondicional apoyo de Juan March, y habían de seguir con rigor y
disciplina, como posteriormente se pudo comprobar, las consignas
dadas por el Gobierno británico acerca de cómo proceder sobre la
cuestión.
Se
conjugaron en esta visita todos los intereses, humanos y materiales,
existentes en acabar con el régimen republicano español. No se
completaron todos los detalles referentes tanto de la colaboración
británica como gibraltareña, pero la conspiración quedó
básicamente diseñada en aquellos momentos: la ciudad se
constituiría en un punto de conexión e interacción entre los
conjurados españoles, británicos y empresarios locales, y de
gestión de las ayudas materiales exteriores.
Destacadas
personalidades británicas, algunas muy vinculadas con la colonia,
respaldarán inicialmente y sin paliativos a los sublevados; otras lo
irán haciendo después, influyendo trascendentalmente en la
evolución de la contienda española. Una cuestión a menudo olvidada
es que, en Gibraltar, los republicanos siempre pudieron contar con la
simpatía de los sindicatos obreros y de las logias masónicas, pero
tanto las autoridades como el sector social más acomodado estuvieron
más próximos a los sublevados.
En
la citada reunión se insistió en que los intereses
económicos extranjeros,
en particular los británicos, no solo no correrían peligro al
desaparecer el régimen republicano, sino que se verían
salvaguardados. March y Franco serían piezas claves en esa nueva
situación, y así lo vieron en el Foreign
Office,
que apostó por el nuevo orden e incluso llega a plantearse
intervenir directamente en la cuestión.
Franco
abandonó Gibraltar con su postura fortalecida y con la certeza de
que el golpe no podría esperar mucho más. Pero el planificado
levantamiento no se efectuaría en 1935 porque, como se percató
Franco semanas después, cuando estuvo al frente del Estado Mayor, el
Ejército no estaba unido, y pudo también comprobar personalmente
que no contaba con el apoyo de un amplio sector de los militares
conspiradores. Tanto Sanjurjo como Mola advirtieron que el Ejército
-en particular la UME- no secundaría un
golpe dirigido única y exclusivamente por Franco.
Fue el momento en que ideología, legitimidad y obediencia jerárquica
militar pasaron a ser para Franco cuestiones meramente
circunstanciales.
Artículo
publicado en el número
54 de Almoraima.
Revista de Estudios Campogibraltareños (Abril
de 2021).