Foto: Luis Viadel
Lleva años en una pared de una concurrida plaza en una ciudad del Mediterráneo
Política, religión, actualidad, cine, opinión, sociedad, humor, cultura, fotogalerías.....corrupción, corruptores, justicia, robos, fraudes, atracos, preferentes, rescate bancario, hambre, paro, miseria, desahucios, hipocresía, la verdad, mentiras y mas mentiras...crisis, ricos, pobres, muy pobres, muy ricos, miseria, niños hambrientos, familias que no pueden llegar a fin de mes, trabajadores esclavos...Santa Pederastia, Sagrada Pedofilia....
Cristina Coll Ordoñez
El Rey, cuya esposa no podría divorciarse como no fuera de mutuo acuerdo, nos explica la lacra de la violencia de género.
El Rey, que regaló a su hija el Toisón de Oro cuando cumplió diez años, nos explica la importancia de la educación.
El Rey, a quien un hijo no podría demandar legalmente alimentos, nos explica la importancia de la solidaridad familiar.
El Rey, que no podría ser demandado si tuviera hijo extramatrimonial para que se declarara filiación, nos explica valores familiares.
El Rey, amigo él y su Familia de la Familia Real saudí, nos explica lo importantes que son los valores democráticos.
El Rey, que pudo reinar tras tramitarse una ley orgánica completa en ocho días, nos explica el respeto a la ley.
El Rey, cuya hermana Cristina no ha renunciado a sus derechos dinásticos, nos explica las virtudes de la lucha contra la corrupción.
El Rey, que tiene parientes directos, sin cargo institucional, aforados, nos explica las virtudes de la igualdad.
El Rey, cuyo patrimonio personal y el de su Familia no están sometidos a transparencia, nos explica las virtudes de la transparencia.
En un AUSTERO salón, un AUSTERO rey, nos habla de AUSTERIDAD.
J.Pardo
30-12-25
ElPlural
Durante la dictadura franquista (1939-1975), la Iglesia católica desempeñó un papel central en la configuración ideológica, social y moral del régimen. Lejos de ser un actor marginal o meramente espiritual, la jerarquía eclesiástica se convirtió en uno de los pilares fundamentales del nuevo Estado surgido tras la Guerra Civil, legitimando el poder de Francisco Franco y participando activamente en la construcción de un sistema autoritario, represivo y profundamente conservador. Analizar este papel resulta imprescindible para comprender tanto la naturaleza del franquismo como algunas inercias que han perdurado en la sociedad española contemporánea.
Tras el golpe de Estado de 1936 y la posterior victoria franquista, la Iglesia interpretó el conflicto como una “Cruzada” contra el ateísmo, el marxismo y la modernidad republicana. Esta lectura no fue únicamente retórica: sirvió para justificar moralmente una guerra que dejó cientos de miles de muertos y para absolver, en gran medida, la violencia ejercida por el bando sublevado. Obispos y cardenales bendijeron armas, celebraron misas por la victoria y presentaron a Franco como un instrumento de la voluntad divina. La famosa “Carta colectiva del episcopado español” de 1937, dirigida a los obispos del mundo, es un ejemplo paradigmático de esta alineación: en ella se legitimaba el alzamiento militar y se culpaba a la Segunda República del caos moral y social.
Consolidada la dictadura, el régimen y la Iglesia establecieron una relación simbiótica conocida como nacionalcatolicismo. El Estado garantizaba privilegios económicos, educativos y legales a la institución eclesiástica, mientras esta ofrecía respaldo ideológico y control social. La religión católica se convirtió en elemento vertebrador de la vida pública: era obligatoria en la educación, omnipresente en los rituales oficiales y determinante en la legislación civil. El Concordato de 1953 selló esta alianza, otorgando a la Iglesia exenciones fiscales, subvenciones, control sobre la enseñanza y capacidad de censura moral, a cambio de su fidelidad al régimen.
Uno de los ámbitos donde esta colaboración fue más visible y lesiva fue el educativo. La Iglesia controló escuelas, institutos y universidades, imponiendo una enseñanza dogmática, segregada por sexos y orientada a reproducir los valores del franquismo: obediencia, jerarquía, sacrificio y sumisión, especialmente en el caso de las mujeres. El ideal femenino promovido desde los púlpitos y las aulas era el de esposa y madre abnegada, relegada al ámbito doméstico y privada de autonomía personal. La moral católica sirvió así para justificar un sistema legal que negaba derechos básicos a las mujeres, como el acceso al trabajo, el divorcio o la libertad sexual.
La Iglesia también participó, de forma directa o indirecta, en los mecanismos represivos del Estado. Capellanes en cárceles y centros de detención legitimaban la represión como castigo necesario, ofreciendo consuelo espiritual a los verdugos y exigiendo arrepentimiento a las víctimas. El silencio institucional ante las torturas, las ejecuciones y la persecución de disidentes fue, salvo contadas excepciones, la norma. Este silencio no fue neutral: contribuyó a normalizar la violencia y a perpetuar el miedo como herramienta de control.
No obstante, sería intelectualmente deshonesto presentar a la Iglesia como un bloque monolítico. A partir de los años sesenta, especialmente tras el Concilio Vaticano II, comenzaron a surgir fisuras en esta alianza. Sectores del clero, movimientos de base y sacerdotes comprometidos con el mundo obrero empezaron a cuestionar el autoritarismo del régimen y a denunciar las injusticias sociales. Las llamadas “curas obreros”, las comunidades cristianas de base y algunos obispos más aperturistas jugaron un papel relevante en la articulación de una oposición moral al franquismo, aunque siempre desde una posición minoritaria y,en muchos casos, reprimida por la propia jerarquía.
Con la llegada de la Transición, la Iglesia trató de adaptar su discurso a los nuevos tiempos, presentándose como mediadora y defensora de la reconciliación. Sin embargo, esta reconversión no vino acompañada de una autocrítica profunda sobre su responsabilidad histórica. A diferencia de otras instituciones, la jerarquía eclesiástica no ha pedido perdón de forma clara y contundente por su apoyo a la dictadura ni por su papel en la represión. Esta falta de memoria crítica sigue siendo un obstáculo para una verdadera reparación simbólica.
Suren Gasparyan
31-12-25
ElPlural
Hablar de religión ya no es un tabú en el discurso del Partido Popular, sino una elección estratégica. En un momento en el que el debate político se construye cada vez más desde lo emocional y lo identitario, la formación conservadora ha optado por reivindicar la fe cristiana como parte esencial de su relato. No se trata únicamente de una defensa genérica de las tradiciones o de una apelación cultural ligada al calendario navideño, sino de una operación política más profunda que busca redefinir el marco simbólico desde el que el PP interpela a su electorado y compite por la hegemonía en la derecha española.
Este giro discursivo se produce, además, en un contexto de creciente presión por la derecha. Vox continúa disputando al Partido Popular el voto más conservador, especialmente en el terreno de los valores, la identidad nacional y la religión. En ese escenario, Génova es consciente del riesgo de fuga de electores hacia una derecha que se presenta como más nítida ideológicamente y menos condicionada por el pragmatismo institucional. La reivindicación explícita de la fe cristiana funciona así como un dique de contención frente a Vox, un intento de cerrar flancos y evitar que la batalla cultural se libre exclusivamente en el terreno de la extrema derecha.
Las últimas semanas han sido especialmente ilustrativas de esta estrategia. La cena navideña del Partido Popular de Madrid actuó como un punto de inflexión simbólico. Allí, Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso no solo apelaron a la tradición cristiana como parte del acervo cultural español, sino que introdujeron una narrativa de agravio, sugiriendo que la fe católica estaría siendo cuestionada o desplazada del espacio público. La afirmación de que “no hay que pedir perdón por ser católico” condensa esa idea y la convierte en un mensaje político con vocación movilizadora.
Desde un punto de vista analítico, el valor de este discurso no reside tanto en su literalidad como en el marco que construye. El PP adopta una lógica similar a la que Vox ha explotado con éxito: presentar determinadas identidades mayoritarias como si estuvieran amenazadas por un poder progresista que impone una agenda cultural ajena. Al hacerlo, el partido intenta disputar ese terreno sin asumir los rasgos más extremos del discurso de la ultraderecha, pero asumiendo parte de su gramática política.
La elección del grupo Hakuna Group Music por parte de la Comunidad de Madrid se inscribe en esta misma lógica. Hakuna representa una religiosidad juvenil, emocional y desacomplejada, capaz de conectar con públicos a los que Vox también interpela desde el discurso identitario, pero desde un registro menos áspero y más transversal. Al asociarse con este fenómeno, el PP busca ofrecer una alternativa conservadora “amable”, moderna y culturalmente atractiva, evitando que la religión quede monopolizada por los sectores más radicales de la derecha.
Este movimiento cumple una doble función. Por un lado, refuerza el vínculo del PP con un electorado conservador que podría sentirse tentado por el discurso más contundente de Vox. Por otro, permite al partido presentarse como una opción capaz de integrar valores tradicionales sin renunciar del todo a una imagen institucional. Es un equilibrio complejo: marcar perfil ideológico sin caer en la estridencia, competir en la batalla cultural sin romper completamente con el centro político.
La polémica generada en redes sociales por el uso de “felices fiestas” frente a “Feliz Navidad” debe entenderse también desde esta clave competitiva. Más allá de su carácter artificial, el debate permite al PP ocupar un espacio simbólico que Vox explota habitualmente: el de la defensa de las tradiciones frente a una supuesta corrección política progresista. Al hacerlo, el partido intenta evitar que ese tipo de controversias se identifiquen exclusivamente con la extrema derecha y se normalicen dentro del discurso conservador mayoritario.
Estos conflictos culturales, aparentemente menores, ofrecen una alta rentabilidad política. Movilizan emocionalmente, generan visibilidad y permiten marcar posición ideológica sin entrar en debates complejos sobre políticas públicas. En un contexto en el que Vox presiona constantemente para endurecer el discurso del PP, la batalla cultural se convierte en un terreno más cómodo que la confrontación programática.
El contexto internacional refuerza esta estrategia y ayuda a entender por qué el Partido Popular ha decidido no mantenerse al margen de este terreno. En buena parte de los países occidentales, la religión y los valores tradicionales han reaparecido como instrumentos políticos frente a un escenario marcado por la fragmentación social, la incertidumbre económica y la crisis de los grandes consensos culturales. Desde Estados Unidos hasta varios países europeos, los discursos conservadores han incorporado la fe como elemento de cohesión identitaria, presentándola como un anclaje frente a sociedades cada vez más diversas y pluralizadas.
En ese marco, el PP parece haber asumido que renunciar a ese espacio simbólico implica dejarlo completamente en manos de Vox, que ha hecho de la religión, la nación y la tradición uno de los pilares de su relato. Incorporar estos elementos al discurso propio permite al PP disputar ese terreno desde una posición menos radical y más institucional, aunque no por ello exenta de tensiones internas ni de riesgos electorales.
Este giro discursivo también refleja transformaciones internas dentro del propio partido. El creciente peso de sectores religiosos en el entorno de Génova 13 no responde únicamente a una afinidad ideológica o a convicciones personales de algunos dirigentes, sino a una lectura estratégica del momento político. En un contexto de competencia directa por el electorado conservador, estas corrientes han ganado capacidad de influencia en la definición del mensaje, en la selección de símbolos y en la priorización de determinados debates culturales. La centralidad que adquiere la fe en el discurso del PP indica que estas sensibilidades ya no ocupan un espacio marginal o testimonial, sino que forman parte del núcleo desde el que se articula la estrategia política del partido, especialmente en lo relativo a la batalla cultural.
Más allá del caso concreto del Partido Popular, este giro se inscribe en un ciclo político más amplio en el que las identidades vuelven a ordenar el conflicto. La fe, la tradición y los valores aparecen como lenguajes capaces de ofrecer certidumbre en un contexto de fragmentación. El PP ha decidido hablar ese idioma. Lo relevante será observar cómo evoluciona ese discurso y qué lugar acaba ocupando en el conjunto del sistema político.
Mercedes Rodríguez
Lo vengo diciendo desde hace muchos días: o existe una política valiente dentro del Gobierno y, por añadidura, del PSOE, o vamos a salir de él humillados y, para muchos, con la duda de si será verdad todo lo que se está diciendo.
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En primer lugar, hay que apartar a todos estos dinosaurios del partido. Son quienes son y han llegado donde han llegado gracias al PSOE, partido que ahora tratan de hundir. De lo contrario, serían simples politiquillos con mayor o menor reputación en los bares que frecuentan.
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No es de recibo que, un día sí y otro también, tengamos que escuchar declaraciones de una mal llamada oposición “amiga” y que, pese a ello, sigan perteneciendo al partido como si no pasara nada. El derecho a la libertad de expresión existe, por supuesto, pero no desde las tripas de nuestra casa. Si quieren hacer oposición, es asunto suyo, pero deben hacerlo desde fuera y no desde dentro, donde nos vemos representados afiliados y simpatizantes que no los queremos ni en pintura. Dicho sin rodeos: todos estos, a la calle sin demora, y entonces que digan lo que quieran.
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Si se pierden unas elecciones o el Gobierno, puede ocurrir. Lo que no podemos permitirnos es perder con el “enemigo” desgarrándonos desde dentro y, encima, llamándoles camaradas.
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Uno ya no sabe cuántas atrocidades ha cometido la derecha. Ahí tienen a sus dos expresidentes y a toda la gama de ministros y altos cargos, todos alineados, sin poner nada en cuestión dentro de su partido; más bien al contrario: “el que pueda hacer, que haga”.
Nada de cuestionar lo que dice o hace su presidente, aquel que vino a prometer política para adultos y sin insultos y que se ha convertido en uno de los personajes más mentirosos y trileros de la España política.
Sin embargo, ahí lo tienen, tragándose todo lo que le pone encima de la mesa VOX, sin que nadie le contradiga. Ha hecho balance del año y solo ha propuesto barro, mentiras y trileradas. La última, decir que él no borra los mensajes de su móvil. No, claro: si hay algo comprometido, se rompe a martillazos. Y, aun así, repito, nadie pone en cuestión sus deslices, a veces de un calado infumable.
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Y mientras tanto tenemos a un personaje en las filas del PSOE que, solo con ver a qué medios se acerca cuando va a decir algo contra el Gobierno, ya nos está diciendo qué clase de persona es.
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Decía Chesterton —que hizo la mili conmigo—: “Es difícil dar una definición de la lealtad, pero quizá nos acerquemos a ella si la interpretamos como el sentimiento que nos guía ante una obligación”.
Y al lado, el cabo furriel Espinel añadía: “La traición la emplean únicamente aquellos que no han llegado a comprender el tesoro que se posee siendo dueño de una conciencia honrada y pura”.
¿Cuál de las dos definiciones se les puede aplicar a estos dinosaurios resabiados? Ahí lo dejo.
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El Bellotero .
Rodrigo de la Torre
30-12-25
ElPlural
La progresión de gasto en comidas y cenas del jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso ha ido en evolución desde el 2021. Aquel primer año, la cantidad de dinero dedicada por Miguel Ángel Rodríguez fue de más de 800 euros, pasando a casi 1.100 en el 2022, disminuyendo un poco en el 2023 para caer a los 950 y superando los 1.100 en el 2024. No obstante, en el 2025, tal y como reflejan las cuentas correspondientes al tercer trimestre de la Comunidad de Madrid, que publica los gastos protocolarios de sus altos cargos, la partida económica dedicada ha sido de 1.400 euros mensuales. Esta última es una cifra a la que todavía queda por sumar el cuarto trimestre del año, por lo que la media final podría consolidarse como la más alta en este tiempo.
De esta manera, Miguel Ángel Rodríguez, cuyo salario anual de 100.000 euros es similar al de Isabel Díaz Ayuso y superior al del presidente del Gobierno de España, ha dedicado en estos cuatro años hasta 53.000 euros a comidas y cenas que, según se indica, han gozado de un carácter institucional. La cifra se distribuye en un total de 360 citas, lo que vendrían a ser unas 90 por año, dedicando una media de 147 euros a cada una.
Son distintos los momentos en los que, a lo largo de su trayectoria, Miguel Ángel Rodríguez ha despertado polémica. Por ejemplo, ha sido cuestionado por su papel como jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso por la difusión de mensajes y posiciones muy críticas en redes sociales que algunos consideran confrontadores; también ha sido objeto de debate por cómo ha manejado y filtrado información confidencial de casos judiciales en los medios; e incluso ha generado críticas dentro del propio PP por su estilo combativo y su relación con periodistas. No obstante, en los últimos meses su figura ha despertado gran controversia por el papel que ha jugado en el juicio al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, donde él mismo reconocía haber difundido a los medios de comunicación una información de la que no tenía certezas, lo que vendría a ser el famoso bulo del correo de Alberto González Amador.
La polémica se centra en que Rodríguez, en la noche del 13 de marzo de 2024, difundió entre periodistas un mensaje sugiriendo que la Fiscalía había ofrecido un pacto al novio de Ayuso y que este pacto se había sugerido “por órdenes de arriba”, información que después se demostró falsa y que lo sucedido fue al contrario, fue Alberto González Amador quien reconocía ante la Fiscalía haber cometido un doble fraude a la Hacienda Pública. No obstante, aquello fue lo que desembocó en el juicio al fiscal general del Estado por un presunto delito de revelación de secretos, cuyo final es de sobra conocido a día de hoy. En aquel proceso ante el Tribunal Supremo, el jefe de gabinete de Ayuso, finalmente, reconoció en sede judicial que parte de ese mensaje era inventado o producto de “intuiciones” sin base documental, generando una enorme polémica en medios y foros políticos sobre su responsabilidad ética y periodística en un caso de tanta relevancia. Periodistas de distintos medios comparecieron ante los jueces para desmentir el bulo que Miguel Ángel Rodríguez propagó y desmontar esa versión errónea de los hechos.
Un episodio del que, por el momento, el jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso ha salido airoso, no sin provocar un gran debate por la ausencia de consecuencias que han tenido sus actos, a pesar de que reconoció ante los jueces que el mensaje que difundió entre los medios no gozaba de solidez.