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viernes, 9 de agosto de 2024

 Al suelo, que vienen los nuestros



Se creen con derecho a dar lecciones desde un púlpito que ya no existe y está solo en sus cabezas

ElPlural

9-8-24

Antonio Manfredi


Lo malo de ser mayor es que uno tiene memoria histórica y ha vivido momentos que contrastan mucho con los que ahora marcan nuestra existencia. Aquellos protagonistas de la política española de antaño se comportan hoy de forma contraria a como lo hicieron entonces, presuntamente arropados por un legítimo prestigio y un lógico conocimiento; pero que, a la postre, lo único que están haciendo es dar munición a los que siempre han sido sus enemigos. Por si no se me ha entendido, estoy hablando de los que fueron altos dirigentes socialistas, que hoy utilizan la misma argumentación del Partido Popular para explicar el presente, lo que parece no importarles, a pesar del daño que causan a su partido.

Empezaré por José Rodríguez de la Borbolla, nuestro Pepote de siempre, que ha dicho esto: "La soberanía fiscal de Cataluña es un golpe de Estado institucional" y se queja amargamente del coyunturalismo que alimenta la acción del presidente Sánchez, secretario general del PSOE. Esta ruptura de la que acusa hoy contrasta con su comportamiento rupturista en el XXX Congreso Federal de diciembre de 1984 (han pasado casi 40 años), donde fue precisamente él el encargado de dar la vuelta

al eslogan de “OTAN, de entrada NO” mantenido desde 1982 por el partido, para solicitar abiertamente a sus compañeros que abrazaran la causa atlántica, lo que abrió las puertas al referéndum de 1986. En aquella ocasión mantuvo que la coyuntura internacional exigía un esfuerzo a todos y, de paso, González y él se inventaron la propuesta de cierre de las bases norteamericanas, que nunca se cumplió. Dos de esas instalaciones militares, Morón de la Frontera y Rota, están plenamente operativas a menos de 100 kilómetros de la casa de Pepote. La coyuntura sólo permitió cerrar Torrejón, como un equivocado símbolo, una vez más, de que lo que pasa en Madrid le pasa a toda España.

 Por cierto, que Rodríguez de la Borbolla fue nombrado presidente de la Junta de Andalucía para sustituir al defenestrado Rafael Escuredo, precisamente ese mismo año de 1984. El ejecutor del cambio fue Alfonso Guerra, que no consintió nunca la disidencia en el socialismo andaluz y mucho menos en el sevillano. Siendo vicepresidente del Gobierno, llamaba personalmente a las pequeñas agrupaciones locales de toda la provincia para nombrar a sus dirigentes, a los que exigía pleitesía absoluta. Pero se descuidó y perdió el congreso provincial de Sevilla del año 1985 y lo ganó Pepe Caballos por abrumadora mayoría, a pesar de que ya no gozaba de su confianza.

Guerra llamó entonces al histórico Manuel del Valle, alcalde de la ciudad de 1983 a 1991, y le exigió amablemente que organizara a toda prisa un congreso extraordinario y, esta vez sí, Caballos se quedó descolgado de la acción política hasta ser recuperado como portavoz en el Parlamento Andaluz por otro secretario general, Manuel Chaves. Para entonces los locales ya conocíamos a Juan Guerra y su capacidad de otorgar favores desde su despacho en la Delegación del Gobierno de Andalucía, en la bellísima Plaza de España, que le había conseguido su hermano, fruto de la coyuntura política.

Juan Guerra recibía a Alfonso cada sábado por la mañana en el aeropuerto de San Pablo y le ponía al día de la situación andaluza. El vicepresidente se marchaba luego a inaugurar cualquier cosa y a hacer declaraciones a un reducido grupo de periodistas sobre la cambiante coyuntura nacional, constituidos en comitiva permanente. Es el mismo señor que ahora dice cosas como ésta: "El PSOE no puede apoyar un latrocinio que elimina la solidaridad entre españoles". Claro, esta no es la coyuntura de entonces.

Lo dicho. Al suelo, que vienen los nuestros. Además, se creen con derecho a dar lecciones desde un púlpito que ya no existe y está solo en sus cabezas.


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