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martes, 28 de enero de 2025

 

El juez Carretero y las tías

El sonrojante interrogatorio a Elisa Mouliaá sitúa al instructor a mitad de camino entre el castellano viejo de Larra, el aprendiz de Torquemada y el cura rijoso del pasado

Antonio Avendaño

El Plural

26-1-25



No es probable que haya expediente disciplinario del Consejo General del Poder Judicial al juez Adolfo Carretero: por definición, juez no come juez, aunque no esté de más recordar que cierto proverbio andalusí mejoraba el conocido “perro no come perro” añadiéndole muy oportunamente la coda “salvo en año de hambre”. Pese a estar muy cuestionado el desempeño profesional de algunos jueces, este no es año de hambre para la justicia española, y es bueno que no lo sea: bueno para todos, no solo para los jueces. 

Algunos jueces, en verdad muy pocos, están en cuestión no porque las izquierdas se hayan vuelto más sectarias de lo que es habitual en política, sino porque esos profesionales de la judicatura han dado motivos para la sospecha al prolongar artificialmente la instrucción de determinados casos con poca chicha penal pero con mucha carnaza política. Y, huelga decirlo, muchísima carnaza mediática. Cegadas ambas por el humo del resentimiento electoral y la paranoia antisanchista, ni la derecha mediática ni, por supuesto, la derecha política reconocerán nunca que la presunción de parcialidad ideológica sobre ciertos jueces está justificada.

¿Y cuántas veces te tocabas, hijo mío?

El caso del juez Adolfo Carretero es distinto. Instructor de la causa por agresión sexual de Íñigo Errejón a la actriz Elisa Mouliaá, Carretero no es sospechoso de parcialidad política pero sí de una extralimitación profesional que roza el atropello: su interrogatorio a la denunciante es casi un manual de cómo no debe hacer su trabajo un juez del siglo XXI… aunque sí uno del siglo XVII. 

Los fragmentos del interrogatorio filtrados a la prensa certifican que la actitud, el tono y la brutal literalidad de ciertas preguntas del juez recuerdan más al inquisidor de la España hace 400 años investigando un caso de limpieza de sangre que al juez de un Estado de derecho de hoy con una legislación específica sobre violencia contra las mujeres y, más genéricamente, una legislación que prescribe explícitamente que “toda víctima tiene derecho a recibir un trato respetuoso, profesional, individualizado y no discriminatorio desde su primer contacto con las autoridades o funcionarios”. 

El sonrojante interrogatorio a Mouliaá sitúa al juez Carretero a mitad de camino entre el zafio castellano viejo de Larra, el anacrónico aprendiz de Torquemada y el cura rijoso del pasado que se deleitaba requiriendo al pequeño pecador arrodillado en el confesionario que le diera más y más y más detalles de sus actos impuros: ¿y cuántas veces te tocabas, hijo mío, y lo hacías tú solo o en compañía de otros, y, dime, dime, en quién pensabas, en tu hermana, en tu prima, en mi sacristana…?

Un linaje infectado

Le ocurre quizá a nuestro juez con las mujeres lo que a los inquisidores con los cristianos nuevos: ni tías ni judíos han sido nunca de fiar. El obispo de Pamplona fray Prudencio de Sandoval ya lo dejó claro siglos atrás: “¿Quién podrá negar  -argumentaba el piadoso benedictino– que en los descendientes de los judíos se perpetúa y dura la inclinación al mal de su antigua ingratitud y desconocimiento, como en los negros el accidente inseparable de su negritud? [Aunque] el judío puede descender por tres lados de gentilhombres o de viejos cristianos, un único mal linaje lo infecta y lo echa a perder”. 

Viendo el vídeo del interrogatorio a la actriz se cierne sobre la audiencia la impresión de que quizá el juez opina de las mujeres que, en el fondo, todas son, ¿cómo decirlo?, un poco casquivanas, ¿verdad?, aunque seguramente él, fiel seguidor como el Braulio de Larra del castizo precepto de ‘al pan, pan y al vino, vino’, preferiría sugerir que son unas calientapollas y, en fin, digámoslo todo, algo putas por naturaleza, ¿no?, pues en ellas, como en los judíos de antaño, se perpetúa y dura la inclinación al mal, de manera que, aun entre las más castas, pervive un mal linaje que las infecta y echa a perder. Si eres judío, eres judío y si eres tía, eres tía.

El tonillo, el tonillo

"Soy como soy", ha dicho el juez en defensa propia. Quizá todo se reduzca a que, en el fondo, Carretero se tiene a sí mismo por un hombre que no se chupa el dedo, un probo funcionario persuadido de que ninguna tía, por muy buena que esté, le va a hacer creer a él, precisamente a él, ¡ja!, que no le gusta un poquito dejarse magrear, de lo contrario se quejaría, ¿no?, si a la tía no le gustaba ¡de qué iba a estarse quieta, joder!, ¿por qué cojones no le paró los pies al muchacho?, ¿es que acaso, y más siendo actriz, no conoce a los hombres, que somos como somos y tenemos ciertas urgencias que toda mujer debería conocer?, me pasa eso a mí y menuda hostia que le arrimo al mariconazo que intente meterme mano…

Carretero ha defendido que él se limitó, como siempre, a hacer su trabajo, es decir, a intentar determinar si la actriz había sido realmente vejada sexualmente o la suya era una denuncia falsa. Debería haber recordado nuestro juez el viejo chiste: “No me molestó que me llamara hijo de puta, me molestó el tonillo en que me lo dijo”. En efecto, el tonillo lo es todo. El tonillo es mucho más significativo que la literalidad, es la clave interpretativa más infalible, la que mejor entienden los niños, los perros, las tías y los judíos, la que nos dice si estamos ante una broma o ante un ultraje, ante una humorada o ante una ofensa, ante una instrucción profesional o ante un ejercicio inquisitorial. 


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