Las SinSombrero: el grito silenciado de la República
Desafiaron las normas, rompieron el silencio y soñaron con una España más libre. Hoy, recuperamos la memoria de las Sinsombrero, las creadoras olvidadas de una generación que quiso cambiarlo todo
ElPlural
Amanda Ramos
14-4-25
En la España que abrazaba la República y abría por fin ventanas a la modernidad, un grupo de mujeres decidió quitarse algo más que el sombrero: se despojaron de prejuicios, de corsés sociales, de silencios impuestos. Eran artistas, filósofas, poetas. Eran Las Sinsombrero, y su gesto de rebeldía sigue hoy iluminando la memoria de un país que todavía les debe su lugar en la historia.
En el país donde el sol acaricia las piedras antiguas y el viento guarda secretos de revoluciones olvidadas, hubo un tiempo en que unas mujeres decidieron sacudirse el polvo del pasado, levantar la cabeza y caminar descubiertas. Eran las Sinsombrero, y su gesto —quitarse el sombrero en plena Puerta del Sol— fue mucho más que un acto de rebeldía estética: fue un desafío a la España que temía a la mujer libre.
En el Día de la República, cuando la memoria histórica vibra como un susurro persistente en las calles, es imposible no evocar a estas creadoras que apostaron su vida al arte y al pensamiento, que soñaron con una España luminosa donde ellas también pudieran ser voz, cuerpo y palabra.
Maruja Mallo, María Zambrano, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel, Marga Gil Roësset... Nombres que aún hoy flotan como islas en un océano de olvido. Formaban parte, de pleno derecho, de esa brillante Generación del 27 a la que la historia oficial, durante décadas, negó su sitio. Ellas pintaron, escribieron, filosofaron y amaron con una intensidad que sigue incendiando las páginas que las recuperan.
La República, esa primavera política que se inauguró un 14 de abril de 1931, abrió ventanas que llevaban siglos selladas. Por esas rendijas de luz entró una generación de mujeres que se negaron a vivir de rodillas. Las Sinsombrero se despojaron del corsé social, del rol de madre silenciosa o musa decorativa, y reclamaron el derecho a ser creadoras plenas.
La imagen de Maruja Mallo bajando por Gran Vía, la cabeza desnuda, la mirada afilada y los labios pintados de un rojo tembloroso, es una metáfora del ímpetu de aquellas mujeres. La artista, que Salvador Dalí definía como "mitad ángel, mitad marisco", llevó el surrealismo a un territorio propio, femenino, sin pedir permiso. Como ella, tantas otras exploraron caminos inexplorados: Concha Méndez, poetisa y editora, publicó libros como Vida a vida y fundó la editorial La Verónica, desafiando el monopolio masculino del pensamiento.
Pero la audacia tenía un precio. Y no era barato.
El golpe de Estado de 1936 y la larga noche de la dictadura franquista cayeron sobre ellas como una lápida. Muchas se exiliaron —México, Buenos Aires, París—; otras se silenciaron en un país que las quería invisibles. El franquismo, obsesionado con reducir a la mujer a madre y esposa abnegada, desterró sus nombres de los libros de texto y de la memoria colectiva. Mientras se celebraba a los Lorca, los Alberti o los Aleixandre, las Sinsombrero quedaban relegadas a las notas al pie, cuando no directamente borradas.
Pese a todo, su semilla sobrevivió.
Hoy, cuando las nuevas generaciones descubren su legado, es imposible no conmoverse ante la lucidez de María Zambrano, filósofa que tejió el pensamiento poético más hermoso del siglo XX español, o ante la ternura rebelde de Marga Gil Roësset, escultora y poeta suicida que a los 24 años dejó tras de sí una obra intensa y dolorosa.
Cada 14 de abril, al izar la bandera tricolor, no solo recordamos la esperanza rota de una República que quiso cambiarlo todo, sino también a aquellas mujeres que soñaron, escribieron y amaron sin pedir permiso. Las Sinsombrero nos enseñan que la cultura no puede florecer si no es también un acto de insumisión, una ruptura con las cadenas invisibles que nos atan a modelos caducos.
Cartel Las Sinsombrero II. EP.
Hoy, su legado resucita en las calles, en las universidades, en los teatros. Documentales, exposiciones y proyectos educativos las rescatan del silencio. Pero la deuda persiste. Porque no basta con recordarlas: hay que leerlas, verlas, estudiarlas, llevarlas a escena, incorporarlas como parte viva del patrimonio cultural y feminista.
En su gesto de quitarse el sombrero —ese objeto que simbolizaba la sumisión social de la época—, hay un mensaje que sigue latiendo: no habrá verdadera libertad sin mujeres libres. Y no habrá memoria completa sin ellas.
Así que este 14 de abril, cuando la historia se tiña de rojo, amarillo y morado, levantemos la mirada hacia esas mujeres que caminaron a contracorriente, que pagaron el precio del exilio y del olvido por atreverse a pensar y a crear.
Que su nombre no se pierda en el viento, como no se perdió su gesto de valentía. Que su voz siga rompiendo el silencio. Que nunca más haya que quitarse el sombrero para ser libre.
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