Miguel Hernández, el poeta del pueblo consagrado a la lucha antifascista
El alicantino sigue siendo un símbolo de resistencia comunista ante el franquismo durante la Guerra Civil Española
ElPlural
María Bayo
14–4-25
Aunque los estudiosos de la literatura española suelen asociar a Miguel Hernández con el grupo del 36 por su papel durante la Guerra Civil, Dámaso Alonso definió su figura como “el más genial epílogo para la Generación del 27”, aquel que moriría en una cárcel franquista en 1942. A caballo entre ambos movimientos, el alicantino, sin embargo, no pertenecía a ninguno. Si de algo era parte el poeta era del pueblo y sus obreros, a los que consagró su vida y su legado.
Nacido en 1910 en el seno de una familia humilde, Hernández abandonó temprano la escuela para trabajar, aunque sin desvincularse de la literatura clásica, algo que le sirvió para aprender a escribir de manera autodidacta. Los orígenes rurales del escritor no le procuraron una formación académica, como sí tuvieron la amplia mayoría de sus homólogos, pero su desbordante talento le sirvió para alcanzar el reconocimiento de todos ellos. El poeta comenzó su andadura formando parte de tertulia literaria en Orihuela, su ciudad natal, donde conoció a Ramón Sijé, que se convertiría en uno de sus amigos más íntimos y a quien despediría de manera definitiva otro 14 de abril, pero de 1936, con su imponente Elegía.
Militante comunista por la justicia social
Pero los orígenes humildes del poeta no solo le procuraron una conciencia de clase, sino que también le llevaron a tomar partido durante la Guerra Civil. En ese momento, la influencia del Partido Comunista creció tanto en las fuerzas republicanas como en los movimientos culturales y artísticos. Es por ello que, al igual que muchos otros intelectuales y poetas de la época, Miguel Hernández encontró en el comunismo el vehículo para expresar su compromiso con la justicia social. Su militancia se fue consolidando con el paso del tiempo, llegando a tomar parte de la lucha armada en el Ejército Popular Republicano. El poeta fue reclutado poco después de que estallara la contienda, y combatió como soldado en el frente.
La experiencia parida de su presencia en las milicias republicanas y su activa participación en el frente marcaron un punto de inflexión en la trayectoria ideológica y creativa del poeta. Fue en ese escenario donde el escritor estrechó su vínculo con los ideales comunistas que impregnaban el frente republicano. Durante este intenso período, dio forma a una parte fundamental de su legado literario, con poemas que retratan con crudeza y sensibilidad el dolor de la guerra, la persistencia de la esperanza y el anhelo de una victoria frente al avance del fascismo.
Mientras tenía lugar la Guerra Civil, Hernández también colaboró con diversas publicaciones de corte comunista, como la revista Mundo Obrero, el órgano oficial del PCE. En sus escritos, defendió la unidad de las fuerzas republicanas y la necesidad de combatir el fascismo, adoptando un lenguaje y un compromiso muy en la línea de esta ideología.
'Viento del pueblo', un símbolo de resistencia
Sin embargo, fue en 1937 donde su compromiso militante se tradujo en todo su esplendor en sus literaturas. En el poemario Viento del pueblo (1937), uno de sus libros más conocidos, están impregnadas de un claro tono antifascista y de apoyo a la causa republicana. En estos versos, se encuentran referencias al pueblo trabajador, a la lucha de clases y al sacrificio de los combatientes republicanos, haciendo que su obra se convirtiera en una forma de propaganda política, pero cargada de profundidad emocional y una lírica que pocos podrían inventar.
Viento del pueblo está escrito desde el mismo frente de batalla y hoy en día es un símbolo de la lucha y resistencia contra el fascismo internacional y nacional que atacó a la II República aquel 18 de julio de 1936. Sus versos reflejaron el destino de esa España que no se rindió a la fuerza de los militares y que empuñó las armas para defender la democracia republicana, un destino que estuvo marcado por la guerra, la cárcel y la muerte para quienes trataron de resistir.
“585 pesetas para la tumba de Miguel Hernández”
Después de su ingreso en prisión, el franquismo dejó morir a Miguel Hernández, trasladándolo de cárcel en cárcel mientras sufría torturas y contraía distintas enfermedades. Finalmente, el poeta moriría sin atenciones médicas y abandonado de tuberculosis en el penal de Alicante el 28 de marzo de 1942. Tras su muerte, su viuda, Josefina Manresa, trató de darle una digna sepultura al poeta. El cuerpo del militante terminó en el nicho 1.009 del cementerio municipal, un lugar por el que su familia debía de pagar un alquiler. Debido a la pobreza extrema y las penurias propias del franquismo, el cadáver del poeta estuvo a punto de acabar en una fosa común por imago. Sin embargo, fueron sus homólogos literarios, organizados por el poeta Gabriel Celaya, quienes recaudaron la cantidad de necesaria para ello en un último gesto de honor y respeto hacia Hernández.
La primera carta de Celaya no tardó en llegar: un mes después de que se notificara el impago del nicho, envió a Josefina Manresa un giro postal por el valor de 585 pesetas, cantidad recolectada entre intelectuales vascos. En su carta, relató las dificultades que enfrentó al involucrarse en el mantenimiento del nicho de Miguel: "Me han acusado de estar organizando un Socorro Rojo y de muchas otras absurdas tonterías", le confesó la viuda. "He tenido enfrentamientos con todos los poetas, los directores de los periódicos y los intelectuales de San Sebastián. Pero no importa, de vez en cuando hay que sacudirse el polvo y la paja". A pesar de todos los obstáculos a los que se enfrentó, la recolecta de Celaya resultó ser un rotundo éxito. Así lo confirmaba una carta que llegó a manos de los organizadores: "Hace unos días te envié por giro postal 585 pesetas para la tumba de Miguel", se celebra en la misiva, "y tengo 50 pesetas más que te enviaré el lunes".
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto
y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré
apretados los dientes
y decidida la barba.
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