¿Te imaginas una China sin autos, sin rascacielos, sin pantallas?
En 1980, China era un país silencioso, uniforme y lleno de bicicletas.
Una nación donde las calles no tenían semáforos…
Y las personas no elegían su ropa por moda, sino por función.
Las casas eran bajas, los techos de teja, las paredes grises o sin pintar.
Las familias cocinaban con carbón, el arroz al vapor, y el sonido de una radio de banda corta era lo más moderno en muchos hogares.
Los trabajadores vestían igual: chaquetas grises, peinados cortos, sin marcas, sin lujos.
La estética era colectiva.
El progreso era silencioso.
Pero
ese mismo año, 1980, algo comenzó a cambiar.
China abrió sus primeras Zonas Económicas Especiales, pequeños espacios donde podían probar una economía más flexible.
Y allí, por primera vez, se permitió a la gente crear empresas, importar máquinas, vender al extranjero.
Shenzhen,
que era una aldea rural, se transformó en menos de 30 años en una
megaciudad moderna, llena de rascacielos, puertos, fábricas y trenes
bala.
¿La clave?
Trabajo
constante, disciplina, enfoque colectivo y visión a largo plazo.
China no copió a otros países, sino que aprendió de todos…
Y creó su propio modelo: producción barata, exportación masiva y reinversión nacional.
Mientras el mundo se preguntaba si era posible avanzar tan rápido…
China ya estaba construyendo puentes, túneles, universidades y millones de fábricas.
En
40 años, pasó de fabricar telas… a fabricar satélites.
De no tener marcas… a ser el país donde se fabrican casi todos los productos del planeta.
Y todo eso empezó en calles como esta, Calles polvosas, Silenciosas, Llenas de historias invisibles… que hoy mira todo el mundo.
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