Hoy en día, tenemos pastillas, preservativos, DIU, inyecciones y parches. Métodos seguros y científicos para decidir cuándo traer vida al mundo. Pero durante miles de años, la humanidad no tuvo más que ingenio, superstición… y mucho riesgo.
En el Antiguo Egipto, se usaban condones hechos con intestinos de animales, telas como barrera y hasta una mezcla de pan, miel y dátiles como espermicida. El método más extraño aparece en el Papiro de Petri: una pasta hecha con excremento de cocodrilo y miel, aplicada directamente en el cuerpo femenino.
En la Grecia clásica, la planta estrella era el silfio, tan valorada por sus supuestas propiedades anticonceptivas que llegó a aparecer en monedas. Aristóteles recomendaba mezclas de aceite de cedro, plomo e incienso, aunque más dañinas que útiles.
En la China antigua, algunas mujeres bebían mercurio diluido para evitar embarazos. El remedio era más letal que efectivo.
Entre los hebreos, los hombres recurrían a extractos de cebolla o alquitrán como barrera, y las mujeres usaban esponjas absorbentes, conocidas como el “moch”, precursor rudimentario de los tampones.
Durante la Edad Media, los preservativos de intestinos animales se ablandaban en leche y se reutilizaban. También se popularizaron las duchas vaginales con agua, vinagre… o incluso mercurio. El famoso Casanova usaba medio limón como anticonceptivo improvisado.
Ya en los siglos XIX y XX, la ciencia se impuso: supositorios de quinina, espermicidas con fenilmercurio y hasta duchas vaginales con Coca-Cola. El DIU de cobre se consolidó como uno de los más eficaces y seguros de la época moderna.
La historia demuestra que el deseo de controlar la fertilidad ha estado presente siempre, aunque los métodos antiguos muchas veces fueron más peligrosos que efectivos. Detrás de cada remedio hay siglos de intentos humanos por decidir sobre la vida… incluso cuando la ciencia aún no tenía respuestas.
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