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sábado, 13 de diciembre de 2025

 



Abraham Lincoln no solo fue un gigante moral.

También lo fue en carne y hueso.

Lo sabemos con certeza. Tras su muerte se realizaron moldes de sus manos y su rostro. Se conservaron sus guantes y sus botas. Y los datos son tan contundentes como sorprendentes: las manos de Lincoln eran comparables en tamaño a las de Shaquille O’Neal. Sus botas, talla 14 actual, siguen siendo las más grandes usadas por un presidente estadounidense.

Sin embargo, su cuerpo estaba lleno de contrastes. Medía 1,93 metros, pero tenía hombros estrechos y una complexión delgada. Su voz era aguda, casi frágil, impropia de un hombre de ese tamaño. Y aun así, poseía una fuerza física extraordinaria.

En su juventud fue jornalero y luchador. Quienes trabajaron con él decían que hacía el trabajo de tres hombres sin esfuerzo. Nadie clavaba un hacha más profundo. Nadie levantaba troncos con tanta facilidad. En los combates de lucha libre informal de la época, derrotó a cientos de oponentes. Solo perdió una vez, frente a un rival legendario, y aceptó la derrota con serenidad y respeto.

Incluso en su etapa más pesada, Lincoln nunca superó los 86 kilos. Durante la Guerra Civil, su salud era frágil. Dormía poco. Sufría profundamente. Aun así, recorría hospitales militares para levantar la moral de los soldados. Estrechaba manos durante horas.

Un día, un soldado le preguntó si no estaba cansado de saludar tanto.

Lincoln no respondió con palabras.

Tomó un hacha pesada, la sostuvo por el extremo del mango con una sola mano, extendió el brazo y la mantuvo horizontal durante varios minutos. Luego preguntó si alguien podía repetirlo. Nadie pudo. Después salió al patio y partió leña para calentar a los heridos. Las astillas volaron. Los soldados las recogieron como reliquias.

Tras su asesinato, los médicos quedaron impresionados. Dijeron que no tenía grasa innecesaria, que su musculatura era notable, que su cuerpo estaba hecho para resistir. Un físico fuera de lo común para un hombre que cargó con el peso de una nación fracturada.

Hoy se habla de sus discursos, de su matrimonio complejo, de su melancolía y su genio político. Pero su cuerpo también fue parte de la leyenda. Un cuerpo que parecía contradictorio, pero que sostuvo una voluntad inquebrantable.

Lincoln dijo una vez que todos los hombres nacen iguales.

Quizá no lo sean.

Algunos nacen para sostener la historia con las manos.

Y pocas fueron tan grandes como las suyas.


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