La ley es un burro
La Vanguardia
20/10/2019
Algunos políticos españoles quieren creer que
Barcelona se ha convertido en Beirut y que lo que hay que hacer ahora es enviar
los tanques. (Reciba un aplauso, Albert Rivera, que compite en cinismo –si no
en inteligencia– con Boris Johnson). Casualmente recibí un mensaje el lunes
desde Beirut, el día en que el Tribunal Supremo español condenó a nueve líderes
independentistas catalanes a cien años de cárcel. Un amigo que vive en la
capital libanesa me mandó un extracto del discurso de un líder independentista
irlandés en 1915, cuando Irlanda aún pertenecía al Estado británico, durante el
funeral de un mártir de la causa.
“Los defensores de este reino
han trabajado bien, tanto en secreto como en público. Creen haber pacificado
Irlanda. Creen haber comprado a la mitad de nosotros y haber intimidado a la
otra mitad. Creen haber previsto todo, creen estar preparados para todo; pero
¡necios, necios, necios! Nos han dado nuestros fenianos muertos”.
Los defensores del Reino de
España no han regalado ningún muerto a los
fenianos catalanes aún, pero se empeñan en entregarles mártires. A las
grotescamente desproporcionadas sentencias para los nueve por “sedición”
(término apropiadamente medieval), se suma la incluso más escandalosa decisión
de los jueces, si cabe, de haberles mantenido un par de años en prisión antes
de condenarlos. Eso es lo que Amnistía Internacional llama “cárcel sin juicio”.
Y ahora se escandalizan de que
haya violencia en las calles de Barcelona. Como el jefe de policía en la
película Casablanca cuando le informan de
que la gente juega en el casino por dinero. “I’m shocked, shocked!”, exclama
el capitán Renault, burlón e hipócrita a la vez.
La violencia genera violencia,
señores y señoras, y si encarcelar a los líderes independentistas con y sin
juicio no es violencia, habrá que reinterpretar el significado de la palabra.
Los chicos de Barcelona ponen las cerillas, pero los adultos de Madrid
suministran la gasolina.
La única sorpresa es que no
haya habido más violencia. Lo cual no significa justificar la delincuencia de
un pequeño sector de los manifestantes catalanes, sino poseer un conocimiento
elemental de cómo se comporta el animal humano. Los jueces y políticos en
Madrid llevan una década provocando, periodo en el que –oh, sorpresa– el voto
independentista se ha triplicado. Si Mariano Rajoy y sus señorías no
existieran, los secesionistas catalanes tendrían que inventarlos.
Los chicos de
Barcelona ponen las cerillas, pero los adultos de Madrid suministran la
gasolina
Hoy lo único que se
sabe es que el lío catalán va a más. Que lejos de haberse previsto todo y
resuelto todo, lo único que se ha logrado al haber abandonado la política por
la ley, el diálogo por la trasnochada judicatura española, es fomentar el
conflicto y calentar el ardor del sentimiento independentista.
Océanos de tinta han fluido
sobre el porqué de todo esto, pero la respuesta se puede reducir a una palabra:
referéndum. A diferencia del desmadre del Brexit, un invento de la cúpula de un
partido político inglés, en Catalunya ha habido un clamor mayoritario tanto
entre independentistas como entre españolistas por celebrar un referéndum que
resuelva de una vez y por todas (o al menos por una generación) la cuestión
soberana. Si se hubiera hecho hace siete, seis, cinco años, incluso quizá hace
un par de semanas, cualquiera con un mínimo conocimiento de la política
catalana sabe que hubiera ganado el voto
remain , el de quedarse dentro de España. Hoy no habría disturbios, no
habría políticos presos, la imagen internacional de la joven democracia
española no estaría por los suelos.
Condenar el trato a los
encarcelados no significa desear que Catalunya se separe de España. A la mayor
parte de la gente de fuera de España horrorizada por las condenas le importa un
pepino si Catalunya es independiente o no. El error es imaginarse que el que
opina que meter a esas personas en prisión es una salvajada debe estar a favor
de sus ideas políticas. Yo, por ejemplo, detesto a los líderes nacionalistas
ingleses que han impulsado el Brexit, pero si metieran a uno de ellos en la
cárcel sin juicio me manifestaría en las calles a favor de su liberación.
En cuanto a Catalunya, mi segundo hogar, preferiría
que se quedase dentro de España, tanto por motivos prácticos como
sentimentales. Pero lo de los presos no es una cuestión ideológica. No está
abierta al debate. Es una cuestión de derechos humanos. Y si la ley española
exige que se encarcele por doce o más años a individuos que no mataron, ni
predicaron la violencia, ni hicieron daño material a nadie –a políticos cuyo
mayor pecado es la ineptitud, la irresponsabilidad y vivir en un mundo de
fantasía–, entonces, como dice un personaje de Dickens en la novela Oliver Twist , la ley es un burro.
¿Por qué tanto empeño en
complicar un problema que hasta hace no mucho hubiera sido de fácil resolución?
Porque la prioridad de los que han mandado en la política española no ha sido
acabar con el problema más grande que asola a su país. La prioridad, como bien
me comentó hace unas semanas un político socialista andaluz, es “conseguir
votos en Teruel”, o sea en el resto de España. Y se ganan más votos en España
dando hostias a los independentistas catalanes, y a los catalanes en general,
que dialogando con ellos.
Me enternecen mis amigos
catalanes que no han querido detectar la inquina generalizada que hay en el
resto de España hacia los suyos. Los catalanes son para el resto de España como
los argentinos para el resto de América Latina. Mario Vargas Llosa lo retrató
con delicioso humor en su novela La tía Julia
y el escribidor . El protagonista boliviano, Pedro Camacho, siente lo que
el narrador llama un “odio a los argentinos… más vehemente que el de las gentes
normales”. Para el disparatado Camacho existe “una abundancia proliferante” en
la orilla sur del Río de la Plata “de oligofrénicos, acromegálicos, y otras
subvariedades de cretinos”.
Se ganan más votos
en España dando hostias a los catalanes que dialogando con ellos
En los casos de ciertos
políticos catalanes, la descripción no se aleja tanto de la verdad, pero sería
una leve exageración decir que el boliviano ficticio ofrece un reflejo de cómo
los demás españoles ven a los catalanes, con la posible excepción de los fieles
de Vox. Sin embargo, sí existe aquí el germen de cómo piensan muchas gentes normales , lo que ha abierto una
vena electoral que demasiados políticos españoles no han querido desaprovechar.
¿Cuándo se resolverá el lío
catalán? Cuando llegue al poder en España un gobierno, probablemente de
izquierdas, con una mayoría lo suficientemente holgada como para permitirse el
lujo de anteponer los problemas nacionales a los vaivenes electorales.
Esperemos mientras tanto que los necios que tanto pululan en los mundos
políticos y judiciales se resistan a inventarse más mártires.