Las
lágrimas de Boabdil al perder Granada
Público
Si hoy presto oídos
escucho una música que viene de muy lejos,
del pasado también,
de cuanto ha muerto,
de horas y signos distintos de los de hoy,
y de otras vidas.
escucho una música que viene de muy lejos,
del pasado también,
de cuanto ha muerto,
de horas y signos distintos de los de hoy,
y de otras vidas.
Quizás la nuestra
-y nosotros mismos, no somos otra cosa que ella-
no sea más que música
porque todos fuimos alguna vez mejores,
o más felices y más dignos:
no obstante, toda música cesa…
…hasta en nuestro recuerdo…
toda música cesa…
-y nosotros mismos, no somos otra cosa que ella-
no sea más que música
porque todos fuimos alguna vez mejores,
o más felices y más dignos:
no obstante, toda música cesa…
…hasta en nuestro recuerdo…
toda música cesa…
Boabdil (último rey de Granada
1460-1527)
Nadie bien nacido deja de
emocionarse cuando ve a alguien romperse. Hemos llegado hasta aquí no siendo
indiferentes al llanto de un niño y al dolor de nuestros congéneres. Y cuando
perdamos eso nos habremos perdido como especie. Pero la emoción que embarga a
quien sufre porque ha perdido algo que le era caro –sea un yo-yo, un reino, una
secretaría general o un escaño- no debiera hacernos perder la perspectiva. La
emoción es esencial como entrada al razonamiento, pero luego hay que enfriar el
sentimiento, aunque sea para regresar a él. La solidaridad con el que sufre no
significa apoyar las razones de ese sufrimiento. La pasión debe ir siempre,
como nos recordó Hirschman, acompañada del análisis de los intereses. A veces
uno se rompe porque se ha dado cuenta demasiado tarde de que le ha faltado
valor.
A Pedro Sánchez se le ha quebrado la
voz anunciando que deja su escaño de diputado. Es la penúltima quiebra de quien
lleva demasiado tiempo haciendo vieja política y chocando contra la marcha de
los tiempos. Digo la penúltima porque en el PSOE cuando ejecutan ejecutan de
verdad. Y la gestora, me temo, aún no ha dicho la última palabra sobre Sánchez.
Como un animal herido, el PSOE va teniendo maneras de mafioso. Y no perdonan. Y
encima dicen “no es nada personal”. Quizá esa ha sido la razón de su voz
cortada y rota.
El papel de Sánchez ha sido triste.
Cuando pudo atreverse no lo hizo y dejó que los barones le dictaran el rumbo.
Decidió echarse en brazos de Ciudadanos después de las elecciones de diciembre
y entró en el juego de descalificar a Podemos para que los de Pablo Iglesias se
abstuvieran. Ese discurso encontró eco en algunos sectores de la formación
morada, pero la hipótesis de Iglesias resultó correcta: el PSOE nunca iba a
permitir un gobierno con Podemos, y en cuando eso cobrara la menor posibilidad,
vendría un golpe de estado interno que pondría las cosas en su sitio. Lo que ha
pasado ahora hubiera pasado en enero o febrero. Sánchez se ha estado tentando
la ropa todo este tiempo.
Sánchez fue aupado en el Congreso
Extraordinario de 2014 por Susana Díaz y Felipe González para frenar a Eduardo
Madina, quien significaba una posibilidad de cambio tanto en lo ideológico como
en lo generacional. Sánchez, un burócrata del partido sin mochila –salvo haber
colaborado en la redacción de la reforma del artículo 135 de la Constitución-,
que siempre había trabajado para el PSOE y que era, como todos los cachorros de
Pepiño Blanco, obediente. Hasta que se vio Secretario General y decidió tomar
sus propias decisiones. Y empezó a disparar contra el artículo 135 con el que
había colaborado y enfadó a Zapatero. Y se postuló para candidato a la
Presidencia del Gobierno y enfadó a Susana Díaz. Y empezó a hablar con Podemos
por un por si acaso y enfadó a Felipe González. Y ejecutó a Tomás Gómez
y enfadó a la gerontocracia del Partido Socialista de Madrid. Como los doce del
patíbulo, se dio a sí mismo una misión suicida que le podía merecer el indulto
–ser Presidente del Gobierno- y en una buena finta convocó a las bases para
burlar a la baronesada. Pero siempre le faltó coraje. Al final lo han ejecutado
y no precisamente como un mártir. En política, incluso los corredores de fondo
tienen que acertar con los tiempos y cuándo tienen que jugársela.