Público
28-10-16
Luis Gonzalo Segura
“Sábado, no
uno cualquiera, mi aniversario de bodas 30 años de casada. ¿Feliz? Pues sí,
porque para mí el significado de felicidad era saber que mis hijos estuvieran
bien, en el sentido de salud y trabajo, claro… mi esposo me acababa de dar un
regalo. La única espinita es que no hacia ni 24 horas que a nuestro hijo Juan
Antonio, que era militar, lo acababan de destinar a Zaragoza.
Fue muy duro puesto que llevábamos 3
años luchando con una antipática enfermedad de las llamadas raras: una
narcolepsia. Esta enfermedad lo tenía muy agobiado y limitado en muchas cosas.
Lo que nos parecía raro es que habiendo pedido destino cerca de casa (vivía en
Cádiz y le destinaron a Zaragoza) pues la medicación tenía que tomarla de noche
y en casa y siempre vigilado por una persona, por lo cual no podía dormir solo.
Nos sorprendió mucho la decisión
del Ejército, pero mi hijo nos decía “¡eso lo hacen para putear
mamá! pero conmigo no van a poder”.
Pues aunque parezca mentira sí
pudieron con él, esa misma mañana del 26 recibimos una llamada de teléfono que
lo cogió mi marido. De pronto lo vi encogido de dolor sin poder hablar, con el
teléfono en la mano, pensé que le estaba dando un infarto, me asusté bastante y
le preguntaba “¿qué te ocurre?, ¿qué te ocurre?”, una y otra vez sin recibir
respuesta, le quité el teléfono de las manos y pregunté “¡¿quién es, quién
es?!”.
“Señora, su hijo es el soldado Juan
Antonio Rosa Bilbao?”.
“Si (contesté), ¿ha ocurrido algo?”.
“Su hijo nos lo hemos encontrado
muerto en su camareta…”.
No puedo ni escribir cuál fue mi
reacción, gritaba “oh, no, no, no, no… Usted se ha equivocado, no puede ser…”
Me fallaron las fuerzas y caí al
suelo a la vez que pensaba que eso no podía estar pasando, revoleé el teléfono
y solo gritaba “no, no, mi niño no, mi niño no”.
Mi marido intento tranquilizarme a
la vez que yo tenía que tranquilizarlo a él, había un cliente en el negocio que
no daba crédito a lo que estaba pasando. El coronel nos llamó una y otra vez
para tranquilizarnos por teléfono (no se dignaron ni a mandar a alguien para
comunicárnoslo en persona, ¡qué inhumanos!).
Ya un poco más tranquilos nos daba
instrucciones para lo que teníamos que hacer, porque estábamos en Cádiz y mi
hijo en Zaragoza.
¡Dios mío!, ¿cómo le decíamos a
nuestros hijos lo de su hermano?, ¿cómo hacíamos para evitarles tanto dolor?
Menos mal que mi hijo, el pequeño,
en esos momentos se encontraba en casa de su hermana, por lo menos la noticia
la recibieron juntos, en esos momentos era como si una caja de cristales
estuviera en mi pecho y por cada latido de mi corazón se me clavaba unos
cuantos…
¿Cómo se lo contaba a mi madre?
¡Dios mío! ¿Qué has hecho con nosotros? No creo que ningún padre tenga el
derecho de pasar por esto.
Día muy largo hasta que llegamos, la
noche más larga aún.
Domingo 27 a esperar que le hicieran
la autopsia para podérnoslo traer para Cádiz, nos quedaba otro duro día de
vuelta y una noche de angustias.
A partir de este día ya nada ha
vuelto a ser lo mismo, ni en casa, ni en nuestras vidas, el día a día es súper
complicado, mi hijo (el pequeño) ya no es el mismo… Se pregunta una y otra vez
qué le han hecho a su hermano. Compartían cuarto, confidencias, porque su
soldadito y él eran uña y carne.
Mi hija era su segunda madre,
tampoco lograba comprender lo que estaba pasando, “¿por qué nos lo han quitado
mamá?…” y qué le contesto si no tengo ni voz.
Jamas volveré a ver a mi niño, ni
lavar esos petates de ropa que me traía los viernes y tenía que tener lista
para el domingo, ni a decirle jamás que deje de fumar y tomar tanta coca cola.
Cómo disimulas el dolor ante tus hijos, tu marido y tu familia y decirles que
estás bien cuando estás destrozada, cómo se te quitan las ganas de cuidarte, de
vivir, de respirar… Cómo disimulas cada vez que hueles el perfume de él
en otros chavales, cada vez que ves a tu otro hijo con su ropa y con muchísimos
gestos igual que su hermano, todo, todo te huele y recuerda a él.
Nuestras vidas jamás volverán a ser
lo que eran.
Solo espero que si hay un
responsable en todo esto, que algún día pague por ello.
.”
Carta escrita por Rosa Bilbao.
Rosa o “Madre escorpión” (por la
portada de Un paso al frente con un escorpión), como la llamamos
cariñosamente, perdió hace tres años a su hijo (el 26 de octubre de 2013) y
desde entonces tiene una herida que, quizás, jamás consiga curar.
Sé que ha resultado muy sencillo
para la cúpula militar expulsar a más de 4.250 militares discapacitados de las
Fuerzas Armadas en diez años, tanto como lo fue para un oficial en Líbano
introducir una gata y cuatro crías en un cubo de basura y dejar que se
abrasaran al sol. La operación no es en absoluto compleja, solo hace falta ser
despiadado.
Igual que aquella gata y aquellas
crías maullaban por la desesperación, la angustia y el sufrimiento, más de
4.250 militares han sido expulsados sin piedad mientras protestaban ante
la indiferencia de la mayoría (muchos de ellos compañeros y amigos) y la
brutalidad de la cúpula, la justicia y la sanidad de las Fuerzas Armadas.
Los hubo que cuando hablé de
‘exterminio laboral’ les pareció una trivialización del término, lo que supongo
que depende del punto de vista con el que se mire. Desde el prisma de la
oficialidad, lacayos y secuaces, terminología muy excesiva, tanto como montar
un escándalo por abrasar una gata y cuatro crías al sol. No es para tanto, pura
burocracia. Desde la asfixia de los que se quedan en la calle sin salario
y con una minusvalía, impidiéndoles con ello mantener a su familia, se trata de
una política tan brutal que son capaces de arriesgar sus vidas con tal de no
perder el salario que tienen. Y desde la infinita tristeza de
aquellos que perdieron a sus seres queridos a consecuencia de esta infame
política, seguro que les parecerá una terminología trivial pero por lo
insignificante.
Sucede que esa política de reducción
de militares de tropa a toda costa, aunque sea gran parte de la oficialidad lo
que sobre desde hace siglos, ha generado que la sanidad militar se
convirtiera en una especie de pelotón de fusilamiento de todos aquellos
que se quedaron rezagados en algún momento. A día de hoy ni siquiera tenemos
constancia de las consecuencias reales (en cifras) de tan deshumanizada
política de represión laboral, aunque si pensamos que más de 4.250 militares
fueron purgados en diez años, no hay que ser muy perspicaz para intuir que las
cifras deben ser escandalosas.
Como los datos son fríos, tanto que
muchos mezquinos son capaces de pretender distorsionarlos, he querido recordar
en estas fechas tan señaladas la historia de Juan Antonio, el hijo de nuestra
‘Madre escorpión’, una persona muy especial en este oscuro mundo.
En memoria de todos aquellos que
perecieron y los familiares y seres queridos que no pueden descansar en paz
porque no encontraron aquello que jamás pensaron que tendrían que buscar:
Justicia.
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