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martes, 30 de julio de 2019

Practicando "el griego" se transmite la homosexualidad


Strambotic
27/7/19
Iñaki Berazaluce


Pon un micrófono delante de un obispo y, ¡chas!, que empiece el festival del humor. En esta ocasión ha sido un obispo ortodoxo de la Iglesia chipriota, monseñor Neophytos Masouras, el que ha proclamado (totalmente en serio) que la homosexualidad tiene una base biológica y además, está directamente vinculada con una práctica “contra natura”, el sexo anal:
“La homosexualidad es un problema, que se transmite habitualmente entre los padres del hijo”, afirmó Masouras durante un sermón ante los feligreses en Akaki (Chipre). El “contagio” de la homosexualidad seguiría el siguiente patrón: “La transferencia de la homosexualidad ocurre cuando una pareja tiene relaciones sexuales ‘no naturales’ cuando la mujer está embarazada”. Es decir, que si una mujer embarazada practica el sexo anal, el bebé adquiere inmediatamente la condición de gay.
“Para ser más exactos, hablo del sexo anal -prosiguió el religioso- San Porfirio dice que cuando la mujer disfruta eso [el sexo anal], se crea un deseo y después ese deseo es transmitido al hijo”.
El vídeo ha corrido como la pólvora en las redes sociales gracias a la difusión realizada por Accept, un grupo griego de derechos LGTB con el título “Cómo se crean las lesbianas”. La respuesta es evidente: practicando el griego.
Más allá de las inevitables bromas que ha desatado el delirio del obispo, lo cierto es que las personas LGTB aseguran tener “abrumadoramente negativas” por parte de una sociedad que es “tradicional, de mente cerrada y hostil”. Aseguran que la religión, de mayoría ortodoxa, tiene un gran impacto entre las personas: incluso han llegado a sufrir el veto de un obispo que pidió a sus feligreses que no apoyaran la celebración del Mes del Orgullo LGBTI porque era «perjudicial para los niños”, según leemos en El Confidencial
De ser cierta la hipótesis biológica que maneja Neophytos Masouras ya tenemos la respuesta al origen de la pulsión de tantos curas y obispos católicos por sus monaguillos: la culpa es de sus padres, por darse por el culo durante la preñez.

Visto en El Confidencial. Con información de Cyprus Mail y Pink News. Puedes ver el vídeo original en Facebook, aunque puede que te suene a griego

lunes, 29 de julio de 2019

Calle castiza


La calle de siempre


Sagrada Pederastia (Santa Pederastia y Santa Pedofilia)


¡Ladrones!


SEX o no SEX


29/07/2019

Ese buen negocio del sexo

La pornografía está pensada para hombres y creada por hombres.

Aglaia Berlutti Bruja, grosera, ácrata, convencida del valor de la locura

ElHuffPost


Hace unos días, leía un artículo escrito por la pornstar Stoya titulado Es hora de que hagamos pornografía responsable, publicado en el periódico The New York Times, en el que la actriz admitía que para bien o para mal, el cine de la triple X es la única fuente de información de buena parte de los adolescentes del mundo. No es una idea que extrañe a nadie supongo: la pornografía — barata e incluso gratis — parece ser una de las bondades de la gran red virtual y el motivo por el cual el auge del cine adulto ha dado un salto exponencial durante las últimas tres décadas. Pero a pesar de lo corriente de la idea, lo que sí resulta inquietante — y cuando menos sorprendente — es el hecho irrebatible que es un hecho evidente la mayoría de los jóvenes del mundo tienen su primer acercamiento a lo sexual a través de la industria. La mayoría comienza a conocer sobre su cuerpo, lo erótico (o lo que podría llamarse erótico) a través del sexo coreografiado, crudo y artificial del mundo del porno. A pesar que la pornografía no pretende educar, se convierte en un vehículo de información accesible y la mayoría de las veces confuso sobre lo que el sexo puede ser, la noción de la salud reproductiva e incluso, conceptos tan preocupantes como el consentimiento y la violencia sexual. Todo en un paquete atractivo y accesible.

Pienso en todo lo anterior mientras leo el artículo que mencioné más arriba, que además de ser un punto de vista novedoso sobre el negocio del sexo, está lleno de pensamientos y reflexiones preocupantes sobre la manera en la que una generación educada por Internet asume la sexualidad propia y ajena. Vamos, no se trata que la pornografía sea buena o mala. Ese jamás ha sido el debate o al menos, no es el que me interesa. El sexo vende, es un hecho comercial de cierta dimensión y continúa siendo parte de nuestra cultura, de manera que ¿por qué no analizarlo? ¿Por qué no asumir su peso y valor — porque lo tiene — dentro de lo que consideramos sexual? Después de todo, el porno es un gran secreto cultural: se sabe que existe, se asume es parte de lo erótico, pero pocas veces se muestra con claridad. Una mezcolanza de tabúes a medio construir, de reflexiones sobre la naturaleza humana en estado crudo. Nos hace a todos un poco voyueristas, observadores de una gran orgía misteriosa que nadie acepta por las buenas disfrutar. Somos moralistas, eso hay que aceptarlo y la mejor prueba de eso, es que aún la pornografía sea una palabra que provoque sobresaltos, que asuste e incomode. Nadie quiere admitir que observa, pero lo hacemos. La pornografía podría ser entonces esa descripción dura e inmediata de una sociedad castrada, que decidió asumirse como pura, pero sin alejarse demasiado de la puerta entreabierta de esa habitación llena de gemidos que tanto le tienta. ¡Y de qué manera!

Resulta casi natural que esa inevitable pulsión sobre el sexo — lo prohibido, lo directamente considerado tabú — sostenga un negocio tan robusto como para que se haya convertido en un reflejo del ámbito sexual más allá de las escenas rocambolescas, extravagantes y cuyo único incentivo es la satisfacción directa. Según recientes estudios, casi el 12% de todo el material que circula alrededor de Internet tiene contenido sexual — o está dirigido al consumo del material porno — y el 35% de todas las descargas hechas en la red contienen material sexual explícito. Además, cada año el acceso a la pornografía se reduce en edad, lo que quiere decir que con el transcurrir del tiempo el público consumidor del porno — esa gran base amplia que sostiene el negocio — es mucho más joven. Las consecuencias son obvias: los expertos insisten en que una nueva generación de hombres — y en menor medida, mujeres — no se esfuerzan por desarrollar una sexualidad sana, sino que utilizan el porno como inmediata referencia a lo que el sexo puede ser. Una idea inquietante si trasladamos esa percepción utilitaria sobre el sexo crudo al mundo más allá de la pantalla: recientemente, la idea sobre los efectos del porno como único medio para interpretar la sexualidad estuvo en medio de una inquietante discusión, cuando en medio del juicio que se llevó a cabo contra la llamada “manada” que cometió una violación grupal durante la celebración de los sanfermines en Pamplona, salió a relucir que los acusados eran cuando menos adictos a la pornografía y que solían bromear sobre sexo grupal. Por supuesto, no se trata de justificar la conducta delictiva debido al consumo de pornografía, pero no deja de ser preocupante que un grupo de hombres jóvenes sean incapaces de distinguir el consentimiento y la coacción, llevados por la imagen la mayoría de las veces sumisa y complaciente de la mujer dentro del porno. ¿Se trata de una reacción a esa despersonalización progresiva y evidente a la que la industria somete a la mujer y al hombre, al sexo y a la sexualidad en general? Esa parece ser la opinión de Angela Gregory, psicoterapeuta sexual del Hospital de la Universidad de Nottingham, en Reino Unido. “Muchos pierden sensibilidad física y psicológica a la estimulación y excitación sexual normal. Pero otros tantos, en cambio, desarrollan hipersexualidad o un deseo sexual desaforado, una conducta potenciada por el consumo excesivo de porno”, afirmó la experta, autora de una investigación sobre el tema que arrojó preocupantes conclusiones como la anterior. Si a eso se añade el hecho de que la mayoría de los adolescentes y jóvenes modernos inician su vida sexual con la masturbación frente a la pantalla de la computadora, la situación se torna preocupante. Porque el sexo no está concebido para educar, sino para satisfacer una fantasía, y la mayoría de las veces tiende a exagerar y deformar la percepción sobre el acto sexual.

Y quizás por ese motivo, la pornografía se reinventa — o lo intenta — para comprender una nueva sensibilidad sobre el sexo. O eso parece sugerir no sólo artículos como el escrito por Stoya sino también, un nuevo mercado que está analizando la pornografía desde la olvidada óptica femenina sobre el tema. La sexualidad femenina no es sencilla de comprender, mucho menos de desmenuzar. La sexualidad del hombre se asume como genital, la necesidad primitiva en busca de satisfacción. Pero la mujer, con toda su búsqueda de matices, la interpreta de una manera distinta. El hombre asume lo esencial del sexo como frontal, evidente, sin secretos. Sexo por sexo. Pero para la mujer, el sexo es una disyuntiva, un matiz de carne, piel y emociones, donde se entrecruzan la idea con la sensibilidad, lo meramente erótico con algo mucho más sutil. De manera que la pornografía tuvo que mirarse a sí misma, reorganizar piezas, reconstruir lo esencial de sí misma para asumir a ese nuevo público que el siglo XX le proporcionó. La ávida y recién descubierta sexualidad de la mujer.

La sola cifra de producción en bruto supera 30 veces al Hollywood formal.

La pornografía está pensada para hombres y creada por hombres, eso nadie lo duda. ¿Pero qué ocurre cuando se dirige hacia una idea mucho más profunda que la mera reflexión sobre el sexo como mercado? ¿qué pierde y qué obtiene el replanteamiento de la visión más básica de la sexualidad? La respuesta parece tenerla Erika Lust, una sueca afianzada en Barcelona y que es una de las pioneras en el porno para mujeres. Pero lo que Lust muestra no es una visión idílica del sexo o que el romanticismo suavice el lenguaje frontal de la pornografía. La directora, confesa fanática del porno, asimiló lo esencial de la cultura del sexo crudo y reformuló la idea a su conveniencia. Lust analiza la pornografía para mujeres no como una reconstrucción del mito erótico — tal vez no lo necesita — sino como una manera de satisfacer esa complejidad sexual femenina. En sus palabras, la búsqueda planteaba algo más profundo: “Cuando vi porno por primera vez, había algo en las imágenes que me excitaba, pero también muchas cosas que me molestaban. No me sentía identificada en esas películas: ni mi estilo de vida, ni mis valores, ni mi sexualidad aparecían por ninguna parte”. Y es que para Lust la idea solo tenía una manera de expresarse: la sexualidad femenina asume su frontalidad — el deseo en estado puro — pero también esa necesidad de mezclar todos los matices de ese mundo desigual de lo erótico pensado para la mujer.

Las películas de Lust por tanto, no son simples actos de voyeurismo. Lo son, por supuesto — es pornografía, al fin y al cabo —,  pero también es una propuesta donde la historia posee la suficiente profundidad para que el sexo sea una parte del lenguaje y no solo una muestra de lo evidente. Y es que la pornografía para mujeres engloba ese misterio de la lujuria femenina, de ese sentimiento que se confunde con algo más sustancioso pero que continúa siendo deseo. Además, Lust abrió la puerta para otorgar sentido a lo genital: lo porno que muestra el sexo, que disfruta haciéndolo pero que destruye la noción de la mujer como objeto de satisfacción del hombre.

El mundo del porno ha cambiado para siempre: ya no se reduce a un ámbito semiprivado, escondido del ojo público. Desde hace más de cincuenta años, virtualmente un emporio de proporciones incalculables. El sexo vende, no lo olvidemos y vende mucho. Es una industria a través de los cientos de ramificaciones e implicaciones de su uso y comercio. El Otro Hollywood, como es conocido el negocio pornográfico en tierras americanas, da empleo a unas 12.000 personas de manera directa o indirecta a través de casi un millón de empresas. Las productoras de cine porno producen al año 13.000 mil títulos catalogados para adultos y que no entran en el circuito de cine comercial. La sola cifra de producción en bruto supera 30 veces al Hollywood formal. A esa cifra descomunal hay que agregar — según el confiable FBI — 10.000 millones y 14.000 millones de dólares en posters, revistas, videocabinas, páginas web, descargas online, websites dedicados exclusivamente al porno puro y duro. 

Se ha dicho que el porno es indivisible del actual hombre sexual. Pero también, que la fantasía erótica forma parte de la sexualidad femenina. Entre ambas cosas, desde el consumidor de porno puro y duro, a la lectora de novelas Harlequin y las más recientes fanáticas de la trilogía erótica 50 sombras de Grey, de la autora inglesa E. L. James, hay un elemento en común: tratar de entender al sexo desde una dimensión nueva. ¿Se logra o no? Es una pregunta que quizás nunca tenga respuesta. 

domingo, 28 de julio de 2019

SODOMA (Poeder y Escándalo en el Vaticano) Novela por entregas. Capítulo 15


15

EXTRAÑA PAREJA



Después de librar la batalla contra el uso del preservativo en África, los cardenales y nuncios de Juan Pablo II se volcaron en impedir las uniones civiles. Es su nueva cruzada. Abrimos ahora una de las páginas más sorprendentes de este libro: la de un ejército de homófilos y homosexuales que va a la guerra contra el matrimonio gay.

Fue en los Países Bajos donde se entabló el debate, con la sorprendente apertura, el 1 de abril de 2001, al matrimonio de las parejas del mismo sexo. En Ámsterdam la comunidad gay celebró el acontecimiento, asombrada de su propia audacia. La resonancia fue internacional. El nuevo artículo de la ley estaba redactado así, más sencillo no podía ser: «Un matrimonio puede ser contraído por dos personas de sexo distinto o del mismo sexo».

Algunos analistas de la santa sede ya habían percibido los signos precursores y hubo nuncios, como François Bacqué, entonces destinado en el país, que habían prodigado los telegramas diplomáticos alertando a Roma. Con todo, la espectacular decisión holandesa se recibió en el Vaticano como una segunda caída bíblica.

Por entonces el papa Juan Pablo II estaba fuera de juego debido a su estado de salud, pero el secretario de Estado se movió por dos. Angelo Sodano quedó literalmente confused y puzzled («confuso» y «perplejo»), al decir de un testigo, y compartió esta confusión y esta furia en términos muy explícitos con su equipo, aunque sin perder su inquebrantable placidez. Además de considerar inadmisible este precedente en Europa occidental, temía, como toda la curia, que la decisión holandesa abriera una brecha por la que podrían colarse otros países.

Sodano encomendó este asunto al «ministro de Asuntos Exteriores» del Vaticano, el francés Jean-Louis Tauran, con la ayuda del nuncio Bacqué, que había sido su adjunto en Chile. Poco después nombró en Ginebra a un obispo consagrado por él, Silvano Tomasi, para que siguiera el debate a escala multilateral. Más tarde el «ministro de Asuntos Exteriores» de Benedicto XVI, Dominique Mamberti, también se hizo cargo del asunto. (Para el relato que sigue me baso en mis entrevistas con estos cuatro actores fundamentales, Tauran, Bacqué, Tomasi y Mamberti, y en otras diez fuentes diplomáticas vaticanas. También conseguí copias de decenas de telegramas confidenciales enviados por los diplomáticos en la ONU que describen la postura del Vaticano. Por último, interrogué a varios embajadores extranjeros, al ministro francés de Asuntos Exteriores, Bernard Kouchner, al director de ONUSIDA, Michel Sidibé, y al embajador Jean-Maurice Ripert, que dirigió el core group («grupo central») en la ONU neoyorquina.)

Entre 2001, el shock holandés, y 2015, fecha en que el Tribunal Supremo estadounidense autorizó el same-sex marriage («matrimonio entre personas del mismo sexo») confirmando una derrota duradera de la santa sede, se libró una batalla sin precedentes en innumerables nunciaturas apostólicas y episcopados. Con Pablo VI la santa sede solo tenía 73 embajadas, pero su número ascendió a 178 al final del pontificado de Juan Pablo II (hoy son 183). En todas partes la movilización contra las uniones civiles y el matrimonio gay pasó a ser una prioridad, tanto más estrepitosa cuanto más sigilosa era la doble vida de los prelados movilizados.

En los Países Bajos François Bacqué recibió instrucciones de movilizar a los obispos y las asociaciones católicas e incitarles a echarse a la calle para lograr que el gobierno retrocediera. Pero el nuncio enseguida se dio cuenta de que la mayoría del episcopado holandés, salvo los cardenales dependientes de Roma (como «Wim» Eijik, muy antigay), era moderado, cuando no liberal. La base de la Iglesia era progresista y llevaba mucho tiempo reclamando el fin del celibato de los sacerdotes, la comunión para las parejas divorciadas e incluso el reconocimiento de las parejas homosexuales. La batalla holandesa estaba perdida de antemano.

En el Consejo de Derechos Humanos de Ginebra la resistencia contra la «ola rosa» parecía más prometedora. No había ninguna posibilidad de que se debatiera el matrimonio gay, dada la oposición radical de los países musulmanes y varios países asiáticos. No obstante, Sodano puso en guardia al nuncio Tomasi, recién llegado de Suiza: era menester oponerse con uñas y dientes a la despenalización de la homosexualidad, que también allí sería un mal ejemplo y, con un efecto dominó, despejaría el camino al reconocimiento de las parejas.

En las Naciones Unidas ya se habían hecho propuestas de despenalizar la homosexualidad. En 2003 Brasil, Nueva Zelanda y Noruega plantearon algunas iniciativas modestas al respecto, a ejemplo de otros países nórdicos. Los Países Bajos también se movilizaron, como me explica Boris Dittrich durante una entrevista en Ámsterdam. El diputado y antiguo magistrado fue el impulsor del matrimonio gay en su país:

—Durante mucho tiempo fui militante y político, y después de contribuir a cambiar la ley de los Países Bajos pensé que había que seguir luchando a escala internacional.

Mientras tanto, en Roma, eligieron al papa Benedicto XVI y el cardenal Sodano, contra su voluntad, fue reemplazado por Tarcisio Bertone al frente de la curia romana. Para el nuevo papa la oposición al matrimonio homosexual también fue una prioridad y puede que también un asunto personal.

En realidad, lo que Tomasi aún no entendía era que los cardenales del Vaticano, demasiado cegados por sus prejuicios, no se daban cuenta de que las tornas iban a volverse a mediados de los años dos mil. En muchos países occidentales se puso en marcha una dinámica progay, y los de la Unión Europea quisieron imitar el modelo holandés.

En las Naciones Unidas la relación de fuerzas también cambió cuando Francia, en su presidencia de turno de la Unión Europea, optó por dar prioridad a la despenalización de la homosexualidad. Varios países latinoamericanos, como Argentina y Brasil, también pasaron a la ofensiva. Un país africano, Gabón, y también Croacia y Japón, se sumaron al core group que planteó la cuestión en Ginebra y Nueva York.

Tras varios meses de negociaciones secretas entre estados, en las que fue excluido el Vaticano, se tomó la decisión de presentar un texto a la Asamblea General de las Naciones Unidas que debía celebrarse en Nueva York en diciembre de 2008. La «recomendación» no sería vinculante, contrariamente a una «resolución», que debe aprobarse por mayoría de votos; pero eso no le restaba valor simbólico.

—Yo pensaba que no había que defender una resolución si no se estaba seguro de obtener una mayoría de votos —me confirma el exdiputado holandés Boris Dittrich—. De lo contrario nos arriesgábamos a provocar una resolución de las Naciones Unidas contra los derechos de los homosexuales y entonces habríamos perdido la batalla por mucho tiempo.

Para evitar que el debate pareciese algo estrictamente occidental y se abriera una brecha entre los países del Norte y los del Sur, los diplomáticos del core group invitaron a Argentina a presentar oficialmente la declaración. Así la idea sería universal y se defendería en todos los continentes.

Hasta 2006-2007 Silvano Tomasi no se tomó en serio la amenaza. Pero en Roma el nuevo «ministro de Asuntos Exteriores» de Benedicto XVI, el francés Dominique Mamberti, que conocía al dedillo la problemática gay, se enteró del plan. Los nuncios apostólicos suelen estar bien informados. La información se transmitió rápidamente a la santa sede. Mamberti alertó al santo padre y al cardenal Bertone.

El papa Benedicto XVI, para quien el rechazo a cualquier reconocimiento de la homosexualidad había sido una de las líneas maestras de su carrera, se desesperó. Durante un desplazamiento en persona a la sede neoyorquina de las Naciones Unidas, el 18 de abril de 2008, aprovechó una reunión privada con Ban Ki-moon, el secretario general de la organización, para sermonearle. Le recordó su oposición absoluta, en términos suaves pero infalibles, a cualquier forma de aceptación de los derechos homosexuales. Ban Ki-moon escuchó educadamente al teólogo plañidero y, poco después, la defensa de los derechos de los homosexuales pasó a ser una de sus prioridades.

Desde antes del verano de 2008 el Vaticano estaba convencido de que en las Naciones Unidas se votaría una declaración pro-LGBT. Primero dio instrucciones a los nuncios para que interviniesen ante los gobiernos con el fin de impedir algo irreparable. Pero no tardó en darse cuenta de que todos los países europeos sin excepción iban a votar la declaración. ¡Hasta Polonia, la niña de los ojos de Juan Pablo II, y la Italia de Berlusconi! El secretario de Estado Tarcisio Bertone, que tomó cartas en el asunto puenteando a la Conferencia Episcopal Italiana, se activó y movió todos sus hilos políticos en el Palazzo Chigi y el parlamento, sin lograr que el gobierno italiano cambiara de postura.

Fuera de Italia, el Vaticano tanteó a varios swing states («susceptibles de cambiar de opinión»), pero en todas partes, de Australia a Japón, los gobiernos se disponían a firmar la declaración. En Latinoamérica, sobre todo, casi todos los países hispánicos y lusófonos seguían la misma línea. La Argentina de Cristina Fernández, por su parte, confirmó que estaba lista para presentar públicamente el texto, y en el país se murmuraba que incluso el cardenal Jorge Bergoglio, presidente del episcopado argentino, era contrario a cualquier forma de discriminación…

El Vaticano pergeñó una posición sofisticada, por no decir sofista, a base de argumentos retóricos, por no decir retorcidos: «Nadie está a favor de penalizar la homosexualidad o criminalizarla», insistía la santa sede. Y a renglón seguido afirmaba que los textos existentes sobre los derechos humanos «bastaban». Si se ideaban otros nuevos se corría el riesgo de crear «nuevas discriminaciones» so pretexto de luchar contra la injusticia. Los diplomáticos del Vaticano, por último, rechazaban las expresiones «orientación sexual» e «identidad de género», que, según ellos, carecían de valor jurídico en el derecho internacional. Al reconocerlos se podría acabar legitimando la poligamia o los abusos sexuales. (Cito las palabras que aparecen en los cables diplomáticos.)

—¡El Vaticano tuvo la osadía de agitar el espantajo de la pedofilia para impedir la despenalización de la homosexualidad! Era increíble. Un argumento retorcido donde los haya, dada la gran cantidad de casos en que están implicados curas pedófilos —señala un diplomático francés que participó en las negociaciones.

Con su oposición a que los derechos humanos se extendieran a los homosexuales, el Vaticano de Benedicto XVI sacaba a relucir la vieja desconfianza católica hacia el derecho internacional. Para Joseph Ratzinger, las normas que él erigía en dogma eran de esencia divina y por tanto superiores a las de los Estados. Este espíritu ultramontano pronto resultó anacrónico. Francisco, desde su elección, tuvo una postura claramente contraria al «clericalismo» y trató de integrar a la Iglesia en el orden mundial, olvidando las ideas trasnochadas de Benedicto XVI.

Ante el fracaso de la estrategia ratzingueriana, la santa sede cambió de método. Como ya no podía convencer a los países «ricos», trataría de movilizar a los «pobres». De modo que Silvano, en Ginebra, se afanó en sensibilizar a sus colegas de los países musulmanes, asiáticos y sobre todo africanos (viejos conocidos, pues había sido observador en la Unión Africana en Adís Abeba) para detener el proceso que se había puesto en marcha en la ONU. En Nueva York, el nuncio ante las Naciones Unidas Celestino Migliore, sucesor de Renato Martino, hizo lo mismo. Desde Roma el papa Benedicto también se agitó, un poco perdido, en todos los sentidos.

—La línea de nuestra diplomacia obedecía a lo que podríamos llamar la voz de la razón y el sentido común. Estamos a favor de lo universal y no de los intereses particulares —me dice simplemente Silvano Tomasi para explicar la oposición de la Iglesia católica a la declaración de la ONU.

Fue entonces cuando el Vaticano cometió un error que para muchos diplomáticos occidentales fue un desliz histórico. En su nueva cruzada, la santa sede se alió con varias dictaduras o teocracias musulmanas. En diplomacia a eso se le llama «inversión de las alianzas».

De modo que el Vaticano formó una coalición heterogénea y de circunstancias acercándose a Irán, Siria, Egipto, la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) ¡y hasta Arabia Saudí, país con el que no tenía relaciones diplomáticas! Según fuentes coincidentes, los nuncios apostólicos entablaron conversaciones con los representantes de unos países con los que mantenían fuertes diferencias en cuestiones como la pena de muerte, la libertad religiosa y, en general, los derechos humanos.

El 18 de diciembre de 2008, como estaba previsto, Argentina defendió la Declaración sobre derechos humanos, orientación sexual e identidad de género ante la prestigiosa audiencia de la Asamblea General de las Naciones Unidas. La iniciativa fue apoyada por 66 países: todos los Estados de la Unión Europea, sin excepción, la firmaron, lo mismo que 6 países africanos, 4 asiáticos, 13 latinoamericanos, Israel, Australia y Canadá. Por primera vez en la historia de la ONU, países de todos los continentes se pronunciaron sobre las violaciones de los derechos humanos basados en la orientación sexual.

—Fue una sesión histórica muy emocionante. Confieso que se me saltaban las lágrimas —me dice en París Jean-Maurice Ripert, embajador de Francia en la ONU, que dirigió el core group.

Tal como también estaba previsto, Siria leyó una contradeclaración sobre las «supuestas nociones de orientación sexual e identidad de género» en nombre de otros 59 países. El texto se centra en la defensa de la familia como «elemento natural y fundamental de la sociedad» y critica la creación de «nuevos derechos» y «nuevos criterios» que traicionan el espíritu de la ONU. El texto criticaba especialmente la expresión «orientación sexual» por carecer de base legal en el derecho internacional y porque daba pie a legitimar «muchos actos deplorables, incluyendo la pedofilia». Casi todos los países árabes suscribieron la contradeclaración y también lo hicieron 31 países africanos, varios asiáticos y, por supuesto, Irán. Entre los firmantes estaba el Vaticano de Benedicto XVI.

—El Vaticano se alineó con Irán y Arabia Saudí de un modo inadmisible. Al menos habría podido abstenerse —critica Sergio Rovasio, presidente de la asociación gay Certi Diritti, próxima al Partito Radicale italiano, con quien hablé en Florencia.

Porque, además, 68 países «neutrales» entre los que estaban China, Turquía, la India, Suráfrica y Rusia rehusaron adherirse al texto presentado por Argentina y a la contradeclaración de Siria. El Vaticano, por lo menos, habría podido imitarles.

Cuando le pregunto al nuncio Silvano Tomasi sobre la posición del Vaticano, lamenta que esa declaración marcara «el comienzo de un movimiento de la comunidad internacional y las Naciones Unidas para incluir los derechos de los gais en la agenda global de los derechos humanos». Cierto: entre 2001, fecha en que se permitió el matrimonio de las parejas homosexuales en los Países Bajos, y el final del pontificado de Benedicto XVI, en 2013, hubo un verdadero momentum internacional sobre la cuestión gay.

Hillary Clinton, la secretaria de Estado estadounidense, no dijo otra cosa cuando declaró en la sede ginebrina de las Naciones Unidas, en diciembre de 2011: «Algunos dijeron que los derechos de los gais y los derechos humanos estaban separados y eran distintos; lo cierto es que los derechos de los gais forman parte de los derechos humanos, y a la inversa [gay rights are human rights, and human rights are gay rights]».

Los diplomáticos de Vaticano escucharon en silencio el mensaje, hoy común a la mayoría de las cancillerías occidentales y latinoamericanas: los derechos humanos se defienden globalmente o no se defienden.

Pese a todo, hasta el final de su pontificado Benedicto XVI no cedió un ápice. Es más, se lanzó a una cruzada contra las uniones civiles y el matrimonio gay. Para él se trataba de una cuestión de principios. Pero ¿se daba cuenta de que esta batalla, como la anterior, estaba perdida de antemano?

—Para un hombre como Benedicto XVI luchar contra la homosexualidad fue siempre el gran objetivo de su vida. Ni se le pasaba por la cabeza que el matrimonio gay pudiera legalizarse en alguna parte —me confirma un sacerdote de la curia.

¡En tiempos difíciles, ni un paso atrás! ¡Si es preciso, hay que dejarse la piel! Y se lanza a ciegas, se arroja al foso de los leones como los primeros cristianos. ¡Que sea lo que Dios quiera!

La historia irracional y vertiginosa de ese combate insensato contra el matrimonio gay es un capítulo decisivo de Sodoma, pues escenifica un ejército de curas homófilos y prelados homosexuales disimulados que, día tras día, país tras país, se movilizaron contra otro ejército de activistas openly gay. La guerra del matrimonio fue, más que nunca, una lucha entre homosexuales.

Antes de detenerme extensamente en España, Francia e Italia en los próximos capítulos, empezaré contando aquí las entrevistas que realicé en tres países: Perú, Portugal y Colombia.



Perilla blanca, reloj grueso y chaqueta marrón de ante: Carlos Bruce es una figura insoslayable de la América Latina LGBT. En 2014 y 2015 me entrevisto varias veces en Lima con este diputado, dos veces ministro en gobiernos de derecha moderada. Me describe una situación favorable en conjunto al avance de los derechos de los gais en el continente, aunque haya peculiaridades nacionales que, como en Perú, frenan su dinámica. En Lima la vida gay es activa, como pude comprobar, y la tolerancia es creciente. Pero el reconocimiento de los derechos de las parejas gais, unión civil y matrimonio, choca con la Iglesia católica, que impide cualquier avance a pesar de su fracaso moral y la proliferación de casos de pedofilia:

—Aquí, el cardenal Juan Luis Cipriani es visceralmente homófobo. A los homosexuales les llama «mercancías adulteradas y deterioradas» y el matrimonio gay sería, según sus palabras, equiparable al «holocausto judío y a los crímenes del Estado Islámico». Sin embargo, cuando acusaron de abusos sexuales a un obispo, él le defendió —comenta, visiblemente asqueado, Carlos Bruce. La fiscalía de Lima investiga ahora a Cipriani por encubrir los abusos de Luis Figari, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana.

Cipriani, miembro del Opus Dei, fue creado cardenal por Juan Pablo II gracias al respaldo activo del secretario de Estado, Angelo Sodano, con quien comparte vinculación con la extrema derecha y animosidad hacia la teología de la liberación. Es cierto que algunos curas próximos a esta corriente de pensamiento tomaron las armas sumándose a las guerrillas maoístas de Sendero Luminoso o al más guevarista MRTA, lo que aterrorizó al clero conservador. Más allá de estas peculiaridades locales, el cardenal, como tantos correligionarios suyos, ha logrado la cuadratura del círculo: ser a la vez claramente hostil al matrimonio entre personas del mismo sexo (en Perú ni siquiera existen las uniones civiles) y no denunciar a los curas pedófilos.

En los años dos mil, el cardenal Cipriani decía tales barbaridades de los gais que la nueva alcaldesa de Lima, Susana Villarán, pese a ser una católica convencida, le salió al paso y le ridiculizó públicamente. Exasperada por la doble moral del cardenal Cipriani, que se oponía a los derechos de los gais pero hacía la vista gorda con los curas pedófilos, la alcaldesa se le enfrentó y en la Gay Pride se burló del cardenal fantasmón y de su dos varas de medir.

—Aquí la resistencia principal contra los derechos de los gais —añade Carlo Bruce— es la Iglesia católica, como en toda Latinoamérica. Pero creo que los homófobos están perdiendo terreno. La gente comprende muy bien el argumento de que hay que proteger a las parejas gais.

Un juicio que comparte el periodista Alberto Servat, un influyente crítico cultural con quien hablo varias veces en Lima.

—Esos escándalos sexuales de la Iglesia son muy chocantes para la opinión pública. El cardenal Cipriani ha dado la impresión de que no ha hecho nada para limitar los abusos sexuales. Uno de los curas acusados está hoy refugiado en el Vaticano…

Y Carlos Bruce concluye, proponiendo soluciones concretas que serían una desautorización definitiva de Cipriani:

—Creo que hace falta que la Iglesia saque todas las consecuencias de su fracaso moral. Tiene que dejar de criticar las relaciones homosexuales entre adultos consintientes y autorizar el matrimonio gay; además, tiene que salir de su silencio sobre los abusos sexuales y renunciar por completo a su estrategia de ocultamiento generalizado e institucionalizado. Por último, porque es el quid de la cuestión, hay que acabar con el celibato de los curas.



En Portugal, adonde viajé dos veces para investigar, en 2016 y 2017, el debate sobre el matrimonio gay se entabló al revés que en Perú o en otros países europeos, porque la jerarquía católica no siguió las consignas de Roma. Mientras que en Francia, Italia y España los cardenales se adelantaron a la posición de Benedicto XVI y luego la apoyaron, el episcopado portugués, por el contrario, atenuó sus prejuicios. El cardenal clave en este periodo, en 2009 y 2010, fue el arzobispo de Lisboa, José Policarpo.

—Policarpo era un moderado. Nunca se dejó arrastrar por Roma. Expresó tranquilamente su desacuerdo con el proyecto de ley sobre el matrimonio gay pero se opuso a que los curas salieran a la calle —me explica en Lisboa el periodista António Marujo, un especialista en temas religiosos que ha firmado un libro con Policarpo.

Hay que aclarar que la Iglesia portuguesa, comprometida con la dictadura antes de 1974, guarda ahora las distancias con la extrema derecha católica. No se entremete en política y permanece al margen del debate parlamentario. Me lo confirma José Manuel Pureza, el vicepresidente del parlamento portugués, diputado del Bloco de Esquerda y católico practicante, que fue uno de los principales artífices de la ley sobre el matrimonio homosexual:

—El cardenal Policarpo, conocido por haber sido más bien demócrata durante la dictadura, optó por la neutralidad sobre el asunto del matrimonio. En el terreno de los principios y la moral familiar estaba contra el proyecto de ley, pero fue muy mesurado. La Iglesia tuvo la misma actitud sobre el aborto y la adopción hecha por parejas del mismo sexo.

(Este análisis coincide con el de otras tres figuras políticas de primera fila que han apoyado el matrimonio gay, con las que hablé en Lisboa: el intelectual Francisco Louçã, Catarina Martins, portavoz del Bloco de Esquerda, y Ana Catarina Mendes, portavoz del primer ministro António Costa.)

Durante mis viajes a este pequeño país católico me quedé impresionado por esta moderación política: las cuestiones sociales se discuten educadamente y la homosexualidad setrata con normalidad y discreción incluso en las iglesias. Hay mujeres que, debido a la crisis de vocaciones, a veces desempeñan funciones propias de los curas y, salvo dispensar los sacramentos, hacen todo lo demás. Muchos curas católicos están casados, en especial los anglicanos que ya vivían en pareja antes de unirse a la Iglesia de Roma. También conocí a varios curas y frailes homosexuales que parecían vivir apaciblemente su singularidad, sobre todo en los monasterios. La parroquia de Santa Isabel, en el centro de Lisboa, acoge con benevolencia a las parejas de todo tipo. El principal traductor de la Biblia al portugués, Federico Lourenço, se ha casado públicamente con su compañero.

Este liberalismo suave no pasó inadvertido en Roma. La neutralidad del episcopado de Lisboa sobre las cuestiones de sociedad no gustó nada, ni tampoco su débil movilización contra la ley del matrimonio gay. Roma esperaba el momento de asestar el golpe y el cardenal le dio el pretexto.

Con motivo de una entrevista que se consideró demasiado liberal (en especial sobre la cuestión de la ordenación de mujeres), el secretario de Estado Tarcisio Bertone, a petición del papa Benedicto XVI, convocó a Policarpo a Roma. Aquí, según fuentes coincidentes (y una investigación detallada del asunto publicada por el periodista António Marujo en Público), Bertone abroncó al cardenal, quien tuvo que publicar un comunicado para moderar su moderación. El papa esperaba pasar la página Policarpo lo antes posible.

Por entonces el hombre clave de Benedicto XVI en Portugal era el obispo auxiliar de Lisboa y vicerrector de la Universidade Católica, Carlos Azevedo. Después de organizar el viaje del papa en 2010, decidido oportunamente para contrarrestar la ley sobre el matrimonio gay, Azevedo se convirtió en la figura ascendente de la Iglesia portuguesa. El papa Benedicto tenía grandes ambiciones sobre su protegido; pretendía crearle cardenal y nombrarle patriarca de Lisboa en lugar del incontrolable Policarpo. Azevedo, que durante mucho tiempo había sido capellán de hospitales, no era ni verdaderamente liberal ni tampoco conservador. Todos respetaban su talla intelectual y su ascensión parecía imparable después de haber llamado la atención del papa.

—El obispo Carlos Azevedo era una voz muy escuchada, muy respetada —destaca el exministro Guilherme d’Oliveira Martins.

Pero ¡una vez más Benedicto XVI detectó un closeted! No deja de tener su gracia esta inflexibilidad del papa, experto a pesar suyo en el arte de rodearse de homosexuales que luego serían «sacados del armario» por su doble vida. Porque los rumores sobre la homosexualidad de Azevedo eran insistentes, divulgados por un prelado «enclosetado» que chismorreaba en los medios, por celos, en una suerte de revenge porn eclesiástica que los episcopados católicos conocen bien. Al final los rumores acabaron afectando a la carrera de Azevedo.

Los allegados a Ratzinger, tan benévolos con los prelados que tenían tendencias, activos o no, se llevaron a Roma al obispo Azevedo para sacarle de la trampa en que le habían metido muy a su pesar. Se creó un cargo a su medida y se encontró un título para el desdichado gracias a la gran comprensión del cardenal Gianfranco Ravasi, que conocía el percal: el obispo en el exilio fue nombrado delegato del Pontificio Consejo para la Cultura, con sede en Roma. Poco después de este traslado artístico logrado, el gran semanario portugués Visãopublicó una investigación detallada sobre la homosexualidad de Azevedo en su época de Oporto. Salió así a la luz, por primera vez en la historia reciente de Portugal, la posible homosexualidad de un obispo, lo que bastó para cubrir de oprobio al pobre prelado y condenarle definitivamente al ostracismo. Todos sus amigos portugueses le abandonaron, el nuncio le rechazó y el cardenal Policarpo le abandonó a su suerte, porque apoyarle supondría correr el riesgo de ponerse él mismo en la mira.

Claro que hubo un «escándalo» Azevedo, pero no es lo que todos pensarán: no es tanto la posible homosexualidad de un obispo como el chantaje al que fue sometido y la cobardía de varios prelados que compartían sus inclinaciones y le dejaron tirado.

—Azevedo fue víctima de un chantaje o una venganza. Pero el episcopado no le defendió como cabía esperar —me confirma Jorge Wemans, el fundador del diario Público.

En Roma hablé varias veces con el arzobispo portugués, que me contó su vida, sus errores y su exilio desdichado. Hoy pasa el tiempo en el Consejo Pontificio para la Cultura y dos tardes por semana en la biblioteca del Vaticano, donde hace indagaciones históricas sobre figuras religiosas portuguesas de la Edad Media. El hombre es moderado, tolerante, experto en ecumenismo: es un intelectual (¡hay tan pocos en el Vaticano!).

Cuando escribo estas líneas pienso en este obispo inteligente cuya carrera quedó truncada. No pudo defenderse ni reclamar. No pudo abogar por su causa ante el nuncio italiano en Lisboa, un rígido conservador estetizante cuya hipocresía sobre este caso supera lo imaginable. Muy digno, Azevedo nunca habló públicamente de su drama, que era mucho mayor, me dijo su «director espiritual». Añadió que «el muchacho era mayor de edad y nunca hubo abuso sexual».

Pues bien, ¿acaso la Iglesia de Roma no habría tenido que defender al obispo víctima? Y si hubiera una moral en la Iglesia del papa Francisco, ¿Carlos Azevedo no debería ser nombrado hoy patriarca de Lisboa y cardenal, como piensan la mayoría de los sacerdotes y periodistas con quienes hablé en Portugal? Un país donde el matrimonio gay se aprobó definitivamente en 2010.



Tercer ejemplo de la batalla contra el matrimonio gay: Colombia. Ya conocemos un poco este país a través de la figura del cardenal Alfonso López Trujillo. En Bogotá la obsesión antigay de la Iglesia católica no ha decaído tras la muerte de su cardenal homosexual más homófobo. Lo cual provocó un fiasco inesperado que disgustó y puso en dificultades al papa Francisco.

Estamos en 2015-2016. En esta época el Vaticano se sitúa en el centro de un baile diplomático de gran alcance para poner fin al conflicto armado con las guerrillas de las FARC, que dura desde hace más de cincuenta años. Siete millones de personas han sido desplazadas y al menos 250.000 han muerto durante lo que con razón se ha llamado guerra civil.

Junto con Venezuela y Noruega, el Vaticano participa en las largas negociaciones de paz colombianas que tienen lugar en Cuba. Las FARC se alojan en un seminario jesuita. El cardenal Ortega y el episcopado cubano en La Habana, los nuncios en Colombia, Venezuela y Cuba, y los diplomáticos de la Secretaría de Estado participan en las negociaciones entre el gobierno y la guerrilla. El papa Francisco se mueve entre bastidores y recibe en Roma a los principales protagonistas del proceso de paz, firmado en Cartagena de Indias en septiembre de 2016.

Sin embargo, varios días después, el acuerdo de paz es rechazado en el referéndum popular que debería aprobarlo. Y se descubre que el episcopado colombiano, con los cardenales y obispos a la cabeza, se ha unido al bando del «no» y al expresidente Uribe, ultracatólico y anticomunista virulento, quien ha hecho campaña con el lema: «Queremos la paz, pero no esta paz».

Los motivos de la indignación de las autoridades católicas no tienen nada que ver con el proceso de paz, a pesar de que han contribuido a descarrilarlo: es una forma de denunciar el matrimonio gay y el aborto. En efecto, meses antes la Corte Suprema colombiana ha legalizado la adopción y el matrimonio de las personas del mismo sexo y a juicio de la Iglesia católica, si el referéndum a favor del proceso de paz favorece al gobierno, legitimará definitivamente esta política. De modo que por oportunismo electoral la Iglesia sabotea el referéndum para defender sus posiciones conservadoras.

Por si fuera poco, la ministra de Educación de Colombia, Gina Parody, abiertamente lesbiana, propone en el mismo momento la aplicación de políticas antidiscriminatorias favorables a las personas LGBT en los colegios. La Iglesia colombiana interpreta este anuncio como un intento de introducir la teoría de género en las clases. Si se aprueba el referéndum por la paz, también lo será la defensa de la homosexualidad, dicen en sustancia sus representantes, que llaman a abstenerse o votar «no».

—La Iglesia colombiana siempre se ha aliado con las fuerzas más oscuras del país, sobre todo con los paramilitares. Así era en la época del cardenal Alfonso López Trujillo y así sigue siendo hoy. El matrimonio gay y la teoría de género eran meros pretextos. Llamaron a votar «no» porque ni los paramilitares ni la Iglesia colombiana querían realmente la paz. Y llegaron a desautorizar al papa por este motivo —sentencia un cura jesuita con el que hablé en Bogotá.

Un doble discurso y un doble juego que alcanzaría profundidades abismales en tres países europeos decisivos, España, Francia e Italia, sobre los que no detendremos ahora.


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ROUCO