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viernes, 19 de abril de 2024


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Joan Baldoví​ explota contra Toni Cantó: "Señorito, mentiroso y broncas".


Mazón exhibe la imagen de Miguel Hernández mientras impulsa la ley de concordia junto a Vox

Al lado ha estado Vicente

 Barrera, vicepresidente y

 “orgulloso nieto de los que

 acabaron con la vida de Miguel

 Hernández”

ElPlural

N. Cabo

18-4-24

Este jueves, el Pleno de Les Corts Valencianes ha vivido un momento de lo más surrealista, indecente e hipócrita mientras se ha aprobado la tramitación de la conocida como ley de concordia impulsada por PP y Vox, que deroga la memoria histórica. Y es que Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, ha optado por mostrar en su escaño la imagen del poeta Miguel Hernández. Y, para colmo, al lado a la imagen ha estado el líder de Vox y vicepresidente de la Generalitat Vicente Barrera.

Esta indecente imagen ha encendido a la oposición. Especialmente porque minutos después todos los diputados del bloque ultraconservador pulsarían el botón verde para iniciar el camino de la ley de concordia que, entre otras cuestiones elimina el concepto de memoria histórica y equipara el franquismo con la Segunda República española.

Y, además, tal como le han recordado desde las bancadas socialistas, porque Vicente Barrera se refirió a sí mismo como “orgulloso nieto de los que ganaron la guerra”. “Orgulloso nieto de los que acabaron con la vida de Miguel Hernández”, ha dicho José Muñoz, portavoz del PSPV, que también le ha afeado que PP y Vox “están dignificando e intentando blanquear el franquismo”.

Mazón ha colocado la imagen del poeta, una de las víctimas más reconocidas del régimen franquista, después de que se la entregara el portavoz del PSPV, ya que era una de las muchas víctimas que habían mostrado. Concretamente, todos los diputados del grupo socialista han mostrado imágenes de víctimas del franquismo, como por ejemplo las trece rosas, el editor de la revista satírica La Traca, el poeta Marcos Ana o el doctor Joan Peset Aleixandre. Con esto, lo que los socialistas han pretendido es denunciar el borrado de la memoria democrática que implica aprobar esta norma que ha impulsado Vox con el visto bueno del Partido Popular.

Después de que le entregaran la fotografía de Miguel Hernández, el presidente de la Generalitat la ha dejado hasta la votación. Como respuesta, Mazón ha leído un fragmento de A Sangre y Fuego, obra de Manuel Chaves Nogales sobre la Guerra Civil, y ha instado a los socialistas a “permitirse el lujo de estar en contra de todos los odios y dictaduras”.



Desde Compromís asisten al Pleno vestidos de negro

En paralelo, conviene señalar la reivindicación que han hecho los diputados de Compromís en este pleno. Los encabezados por Joan Baldoví han asistido este jueves a Les Corts vestidos de negro como protesta por la aprobación de la tramitación de la ley de concordia.

El portavoz de Compromís, Baldoví, lo ha explicado en su intervención: “Hoy vengo de negro porque es un día negro para los valencianos”. Además, ha detallado que considera ésta una ley que va a “humillar de nuevo a las personas que dieron su vida por la democracia y la libertad y a todos los familiares que todavía no saben dónde están enterrados los suyos”.

En el mismo sentido, Baldoví, que en plena intervención ha asegurado que hoy era un “día de vergüenza”, ha expresado asimismo en sus redes sociales que su grupo seguirá combatiendo “sin descanso en el parlamento, los juzgados, y en las calles”.



La ley de concordia impulsada por Partido Popular y Vox

Esta nueva ley de concordia en la Comunidad Valenciana, que no recoge las palabras ‘dictadura’ ni ‘franquismo’, ha generado indignación entre los colectivos por la memoria histórica de la comunidad. Dicha ley, además, prevé que decaigan las investigaciones en materia de memoria democrática y establece el año 1931 como punto inicial de reconocimiento de las víctimas, coincidiendo con el inicio de la Segunda República, equiparando la proclamación de un Estado democrático con un golpe de Estado fascista, la Guerra Civil que provocó y la dictadura de 40 años en la que derivó.




La rotunda reivindicación de los diputados de Compromís en Les Corts contra la ley de concordia de PP y Vox

Joan Baldoví ha calificado el proyecto de ley de “vergüenza”

ElPlural

Roberto Brunete

18-4-24

Los diputados de Comprimís en Les Corts Valencianes, encabezados por Joan Baldoví, han asistido este jueves al pleno vestidos de negro como protesta por la aprobación de la tramitación de la llamada ley de “concordia”, impulsada por el Gobierno de coalición valenciano formado por PP y Vox, y que pretende derogar la actual ley de memoria democrática que llevó a cabo el anterior gobierno progresista de Ximo Puig.

El pleno ha sido bronco y el portavoz Baldoví ha querido mostrar su profundo desacuerdo: “Hoy vengo de negro porque es un día negro para los valencianos”, ha dicho, por una ley que considera que va a “humillar de nuevo a las personas que dieron su vida por la democracia y la libertad y a todos los familiares que todavía no saben donde están enterrados los suyos”, ha señalado. Baldoví, que en plena intervención ha asegurado que hoy era un “día de vergüenza”, ha expresado asimismo en sus redes sociales que su grupo seguirá combatiendo “sin descanso en el parlamento, los juzgados, y en las calles”.

En su post en la red social X ha calificado el día de hoy como “negro para la democracia valenciana” y ha acusado al Partido Popular y a Vox de “impulsar 5 leyes contra los valencianos”.

Esta nueva ley de concordia, que no recoge las palabras ‘dictadura’ ni ‘franquismo’, ha generado indignación entre los colectivos por la memoria histórica de Valencia. Dicha ley, además, prevé que decaigan las investigaciones en materia de memoria democrática y establece el año 1931 como punto inicial de reconocimiento de las víctimas, coincidiendo con el inicio de la Segunda República, equiparando la proclamación de un Estado democrático con un golpe de Estado fascista, la Guerra Civil que provocó y la dictadura de 40 años en la que derivó.

El PSPV también protesta

Compromís no ha sido el único grupo que ha protestado por este motivo y los diputados socialistas en Les Corts han mostrado durante el pleno fotos de los represaliados por el franquismo.

En su intervención, el síndic del PSPV ha lamentado que “hoy es el epílogo del día de la infamia”, por la tramitación de la ley de “concordia” además de las otras registradas por PP y Vox. El pleno del jueves recogía el inicio de tramitación parlamentaria de hasta cinco leyes, incluida la mencionada (Libertad Educativa, la de À Punt, Transparencia, Concordia y Antifraude). Las cinco han recibido luz verde para arrancar su primer trámite parlamentario.

Defensa de la ley por parte del PP y Vox

Por contra, los grupos que sustentan al Consell han defendido la necesidad de equiparar a “todas las víctimas”, tanto las de la Guerra Civil como las del terrorismo: “Por primera vez, una ley de concordia democrática recoge a todas las víctimas de la violencia social y política”.

Así lo han manifestado en el debate de la toma en consideración de la ley en el pleno de Les Corts. Desde el PP, su síndic, Miguel Barrachina, ha defendido que “la ley dice cosas tan sencillas como preservar la reconciliación y fomentar la concordia”, y ha afeado las críticas del PSPV cuando “sus socios se niegan a calificar a ETA como banda terrorista”.

Este parlamento se rebela a que sea Bildu quien diga quiénes son víctimas”, ha manifestado tras reiterar que la ley permitirá reconocer como víctimas a los 11 valencianos asesinados por ETA cuyos crímenes están sin resolver.

Barrachina ha añadido que “el homenaje del pasado no puede servir para esconder el presente” y por eso pretenden “reconocer a todas las víctimas hasta nuestros días”. Además, se ha comprometido a huir de la “confrontación partidista” con esta ley que “establece nuevas garantías para la protección de los lugares objeto de violencia política y social”.

Por su parte, el síndic de Vox, José María Llanos, durante su intervención, ha afirmado que “ya era hora de que alguien tuviera valentía y convicción para tratar a todos los valencianos por igual, sin dobles varas de medir y sin mentiras”, además de subrayar que era “imprescindible ampliar la ley hasta 1931.

Dicho esto, ha reprochado a la oposición que “les molesta empezar con la Segunda República, cuyo sistema era formalmente democrático, y les molesta un poquito menos extenderla hasta la actualidad cuando desde 1978 tenemos democracia”. “Esta ley no hubiera hecho falta si ustedes no se hubieran cargado el consenso”, ha zanjado en alusión a la Ley de Memoria Democrática, aprobada por el Botànic y que todavía sigue vigente.



 La L de LGTBI


Nuestras compañeras de activismo


 sufren una doble discriminación


, por mujeres y por lesbianas.

Arnau Ramírez

17-4-24

ElHuffpost




Se acerca el 26 de abril, fecha en que, desde el año 2008, reivindicamos de forma específica la visibilidad de las mujeres lesbianas. La importancia de la jornada resulta evidente si comparamos la visibilidad que tenemos los hombres homosexuales en relación con las mujeres lesbianas dentro y fuera del activismo LGTBI, y en todo el espacio público. Y eso es algo que ocurre incluso en las sociedades donde la homosexualidad va siendo aceptada y normalizada. No es complicado encontrar hombres homosexuales visibles en ámbitos como la política, la cultura o en los medios de comunicación, por ejemplo. En cambio, si hacemos el mismo ejercicio con ellas, seguramente nos costará más encontrar a mujeres lesbianas conocidas en estos u otros ámbitos de la vida pública. Y cuando las encontramos, por ejemplo en el cine, con demasiada frecuencia acabamos viendo historias estigmatizadas de mujeres con escasos finales felices.

   Como en casi todos los ámbitos de la vida, también en el propio activismo LGTBI hay una predominancia enorme de la G respecto a las personas que representan el resto de siglas del colectivo. Los hombres, por muy gais que seamos, seguimos siendo hombres y eso nos da unos privilegios inasumibles en cualquier sociedad democrática e igualitaria. Nuestras compañeras de activismo sufren una doble discriminación, por mujeres y por lesbianas. Aún hoy tienen menos referentes que nosotros. Aún hoy hay muchas mujeres que prefieren no salir del armario para evitar desventajas en el mismo. Aún hoy, una de cada diez mujeres lesbianas ha dejado su empleo por problemas derivados de su orientación sexual. Aún hoy, muchas mujeres lesbianas siguen sufriendo las discriminaciones derivadas de los roles de género tradicionales, que hay que abolir si queremos avanzar hacia la plena igualdad entre ellas y ellos. en cualquier sociedad democrática e igualitaria. Nuestras compañeras de activismo sufren una doble discriminación, por mujeres y por lesbianas. Aún hoy tienen menos referentes que nosotros. Aún hoy hay muchas mujeres que prefieren no salir del armario para evitar desventajas en el mismo. Aún hoy, una de cada diez mujeres lesbianas ha dejado su empleo por problemas derivados de su orientación sexual. Aún hoy, muchas mujeres lesbianas siguen sufriendo las discriminaciones derivadas de los roles de género tradicionales, que hay que abolir si queremos avanzar hacia la plena igualdad entre ellas y ellos.

Las necesidades específicas del activismo lésbico no siempre coinciden con las del resto del activismo LGTBI. Y por ello es relevante el Día de la Visibilidad Lésbica y que en cada una de nuestras propuestas e iniciativas contemplemos las especificidades y necesidades propias del activismo lésbico. Se dieron pasos importantes desde esta perspectiva en la ley LGTBI aprobada por el Gobierno de Pedro Sánchez, que incorpora un enfoque interseccional en las medidas contempladas para combatir la LGTBIfobia en nuestro país.

Desde los partidos, organizaciones y movimientos LGTBI tenemos el imprescindible reto por delante de seguir avanzando en políticas específicas para nuestras compañeras de lucha, lo que conlleva también saber renunciar a cuotas de protagonismo que no siempre nos corresponden.


jueves, 18 de abril de 2024

 




     Foto: Luis Viadel



 

Columna de Felipe Portales:

El Vaticano y la pedofilia. El evangelio

 ausente (I)

Con este título, Editorial Catalonia me acaba de publicar un libro sobre el tema. La idea ha sido delinear lo más exactamente posible las dimensiones del fenómeno y buscar sus raíces históricas más profundas para lograr comprenderlo y poder aportar en la superación lo más pronta posible de este gravísimo problema.

Lo más grave del problema es el alcance mundial que ha adquirido, tanto la profusión de casos de pedofilia eclesiástica en las últimas décadas como, sobre todo, las desastrosas políticas vaticanas y de la generalidad de los episcopados y congregaciones religiosas del mundo en ocultar los delitos y proteger a sus autores. En definitiva la jerarquía eclesiástica ha desarrollado sistemáticamente una defensa corporativa que lo único que ha logrado es aumentar exponencialmente el daño de sus víctimas y, al mismo tiempo, socavar quizá como nunca antes la autoridad moral de la propia Iglesia e introducir un injusto y cruel manto de sospecha sobre la generalidad de los sacerdotes y religiosos del mundo.

En el libro se hace un esfuerzo por detallar lo más posible los alcances mundiales del fenómeno, buscando los datos más actuales posibles provenientes de libros publicados; de fuentes periodísticas y judiciales; de organizaciones de víctimas; de comisiones gubernamentales y eclesiásticas; y de entidades especializadas en el tema. Por cierto que todos los registros encontrados están muy lejos de cubrir a cabalidad los hechos, desde el momento en que se hace muy difícil para gran cantidad de víctimas de estos atentados tan graves y traumáticos denunciar incluso su existencia. Pero de todos modos los resultados son espeluznantes.

Y peor aún son las actitudes vaticanas y jerárquicas frente a ellos. Partiendo por la negación o minimización de ellos. Luego, por las presiones hechas a sus familiares para no denunciarlos. O, alternativamente, por iniciar una investigación canónica “eterna” y secreta para terminar en nada o con amonestaciones, “tratamientos terapéuticos” o, peor aún, con el traslado de los victimarios a otros lugares pastorales -¡sin advertir a los nuevos feligreses de la peligrosidad de aquellos!- diseminando enormemente los males causados a numerosas nuevas víctimas por delincuentes seguros de su impunidad.

Y ya cuando a partir de los 80 los casos empezaron a hacerse públicos en gran cantidad, a lo largo de todos los Continentes, fue también increíblemente vergonzosa la actitud jerárquica. Siempre buscando “bajarle el perfil”, cuando no buscando sellar el secreto de los familiares a cambio de compensaciones económicas; o desacreditando a los denunciantes; o descalificando a la prensa como “enemiga” de la Iglesia. Y nunca abordando debidamente la reparación integral de las miles de víctimas.

También ha sido muy penosa la actitud general del laicado católico y de los mismos sacerdotes y religiosos –en su inmensa mayoría inocentes de ser autores de abusos- de simplemente mirar para el lado en términos de acciones correctivas eficaces y ni que decir de pronunciamientos públicos a la altura de la gravedad del problema y del inmenso daño efectuado por las protecciones u –en el mejor de los casos- omisiones jerárquicas.

El libro efectúa también un estudio especial de tres situaciones que ilustran particularmente las pautas de comportamiento vaticano y de las jerarquías eclesiásticas nacionales. Ellos son las referidas a los Legionarios de Cristo y Marcial Maciel; a Estados Unidos; y a Chile. Así, por ejemplo, de acuerdo a fuentes oficiales vaticanas se ha sabido que los primeros indicios de las conductas pedófilas de Marcial Maciel llegaron a conocimiento del Vaticano ¡en 1943!, cuando todavía Maciel no era siquiera sacerdote. También es muy impactante saber que de la única investigación vaticana seria que se hizo de Maciel hasta el final del pontificado de Juan Pablo II (entre 1956 y 1958), ¡lo salvó la Curia vaticana, de forma completamente ilegal e inmoral, ¡en el lapso entre el fallecimiento de Pío XII y la elección y entronización de Juan XXIII!...

En el caso de Estados Unidos y el Vaticano, tenemos -por ejemplo- el caso de Theodore McCarrick, nombrado arzobispo de Washington en 2000 (y al año siguiente cardenal), pese a que Juan Pablo II había recibido denuncias en su contra de una víctima en una audiencia en 1988. Que, además, el cardenal arzobispo de Nueva York, John O’Connor, le había escrito en 1999 al nuncio en Estados Unidos que tenía serios temores de testigos autorizados de que su nombramiento suscitaría un escándalo. Y que a mediados de los 90 tres seminaristas lo habían acusado infructuosamente de abusos. Sólo en 2017 Francisco tomó en serio el caso; y, luego de una investigación vaticana, en 2019 fue recién apartado del sacerdocio.

En el caso de Chile y el Vaticano quizá lo más impactante fue la actitud de Francisco de designar en 2013 (hasta 2018) al cardenal Errázuriz en el Grupo de ocho cardenales encargados de estudiar una reforma de la Curia vaticana, pese a que años antes había reconocido públicamente que había actuado –al menos- con gran negligencia en los casos de Karadima y del obispo Cox. En efecto, en 2002 dijo respecto de Cox (habiendo sido Errázuriz superior de Schoenstatt en Chile desde 1965 a 1971) que “tenía una afectuosidad un tanto exuberante” que “se dirigía a todo tipo de personas, si bien resulta más sorprendente en relación con los niños”. Y que “cuando sus amigos y sus superiores llegamos a ser muy duros para corregirlo, él guardaba silencio y pedía humildemente perdón. Nos decía que se iba a esforzar seriamente por encontrar un estilo distinto de trato, pero lamentablemente no lo lograba” (La Nación; 2-11-2002).

A su vez, respecto de Karadima, Errázuriz le declaró a la jueza Jessica González el 13 de julio de 2011: “El receso del procedimiento administrativo entre los años 2006 y 2009 es de mi responsabilidad y fue una decisión que tomé luego de haber oído el testimonio de monseñor Andrés Arteaga (¡estrecho discípulo de Karadima!) respecto de los denunciantes (de Karadima)” (Mónica González, Juan Andrés Guzmán y Gustavo Villarrubia.- Los secretos del imperio de Karadima; Edit. Catalonia, 2014 (1° edición de 2011); p. 245). ¡Y le declaró a la misma jueza que en 2006 le pidió a Karadima que dejara de ser párroco de El Bosque, para que cesara en sus abusos!: “Pensé que al separarlo de su cargo y al saber de las denuncias en su contra que yo le había hecho saber a sus cercanos, y que sin duda se lo habrían hecho saber a él, sus conductas abusivas iban a cesar” (Ibid.).

También fue muy impactante la escandalosa designación de Francisco de Juan Barros (también, estrecho discípulo de Karadima) como obispo de Osorno en 2015, la que causó protestas e indignación en los fieles, en autoridades eclesiales chilenas y en la propia Cámara de Diputados. Y que lo haya mantenido obstinadamente en su cargo hasta que luego de su desastrosa visita a nuestro país -a comienzos de 2018- se vio virtualmente obligado a pedirle su renuncia; y no sólo a él, sino a todos los obispos chilenos.

Dado que, en definitiva, la explosión de casos de pedofilia y su ocultación constituye un extremo de abuso de poder que va mucho más allá de la estricta depravación sexual; el libro también efectúa un sucinto análisis histórico de la trayectoria del comportamiento vaticano, particularmente en el último milenio, en la idea de encontrar las claves que permitan comprender bien las raíces de un fenómeno de tanta gravedad, para aportar ideas concretas para su superación (Continuará)



Columna

de Felipe Portales:

El Vaticano y la pedofilia (II)

Siguiendo con una síntesis de mi libro que con tal título acaba de publicar Editorial Catalonia, es importante resaltar que la pedofilia, además de su obvia connotación sexual, apunta a algo más de fondo: a un total y desenfrenado abuso de poder. Y cuando vemos que una institución lo ha encubierto, es que aquella está demostrando una corrupción y autoritarismo extremo. Es lo que ha pasado con la Iglesia Católica en los últimos 200 años. Es cierto que en estos años la Iglesia perdió mucho poder político, social y cultural. Pero, en definitiva, incrementó extraordinariamente su autoritarismo y verticalismo interno, con su corrupción consiguiente. Seguramente, como reacción defensiva frente a esa misma gran pérdida de poder en Occidente.

El hecho es que en el siglo XIX, Gregorio XVI (1831-1846) y Pío IX (1846-1878) acentuaron las condenas de todo “liberalismo” tanto hacia fuera como hacia dentro de la Iglesia. De este modo, Gregorio XVI condenó “el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquiera, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquiera religión, con tal que se amolde a la norma de lo recto y de lo honesto”; por lo que “los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual perecerán infaliblemente los que no tengan fe católica y no la guarden íntegra y sin mancha” (Mirari Vos, 15 de agosto de 1832; en Iglesia Católica.- Colección de Encíclicas; Talleres Roetzler, Buenos Aires, 1946; pp. 42-3).

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Además, Gregorio agregó que “de esta cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, delirio, que afirma y defiende la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para la confusión de las cosas sagradas y civiles, se extiende por todas partes, llegando la imprudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión” (Ibid.; p. 43).

Y concluyó que “debemos también tratar en este lugar de la libertad de imprenta, nunca suficientemente condenada, si se entiende por tal el derecho de dar a la luz pública toda clase de escritos, cuya libertad es por muchos deseada y promovida. Nos horrorizamos, venerables hermanos, al considerar que monstruos de doctrina, o mejor dicho, qué sinnúmero de errores nos rodea, diseminándose por todas partes, en innumerables libros, folletos y artículos que, si son insignificantes por su extensión, no lo son ciertamente por la malicia que encierran, y de todos ellos sale la maldición que vemos con honda pena esparcirse sobre la Tierra (…) Hay que luchar valientemente, dice nuestro predecesor Clemente XIII (1758-1769) de piadosa memoria; hay que luchar con todas nuestras fuerzas, según la gravedad del asunto, para exterminar la mortífera plaga de tales libros; pues siempre el error tendrá todavía donde cebarse mientras no perezcan en el fuego esos instrumentos de maldad” (Ibid.; pp. 43-4).

Posteriormente, Pío IX confirmó estas ideas a través de su encíclica Syllabus. Y convocó al Concilio Vaticano I en 1870 con la clara idea de darles un sello conciliar y, sobre todo, de estipular la “infalibilidad papal”. Para esto último efectuó enormes presiones incluyendo la colocación en el Indice de Libros Prohibidos de un libro del famoso teólogo alemán Ignaz von Döllinger (El Papa y el Concilio) que era contrario a dicha tesis. Finalmente, y pese a la total oposición de decenas de obispos, logró imponer aquello. Sin embargo, debido a la conquista de Roma por Garibaldi el Concilio no alcanzó a consagrar todas las posturas ultraconservadoras de Pío IX.

En todo caso, se produjo con el tiempo una curiosa y engañosa situación. Pío sólo pudo lograr una declaración de infalibilidad bastante restrictiva, sujeta a declaraciones papales ex cathedra sobre materias de fe y moral. De hecho, sólo ¡una vez (en 1950, estipulando Pío XII el dogma de la asunción de la Virgen) se ha ejercido desde 1870! No obstante, se introdujo en los católicos la idea de que generalmente el Papa era infalible, en lo que contribuyeron decisivamente las formulaciones mucho más amplias del Código de Derecho Canónico aprobado en 1917 y de la encíclica de Pío XII Humani generis de 1950.

Luego, León XIII (1878-1903) comenzó una persecución contra los teólogos “modernistas” que llevó a su extremo Pío X (1903-1914) el cual expulsó todos los académicos de universidades católicas sospechosos de heterodoxia, varios de los cuales fueron excomulgados o puestos en el Indice de Libros Prohibidos. Pío, además, estableció una suerte de policía secreta al interior de la Iglesia (“Cofradía de Pío”) con espías al interior de cada diócesis que reportaban a Roma toda opinión “sospechosa” de clérigos y laicos católicos, incluyendo a obispos y cardenales.

Y llegó a decir: “La Iglesia es por su propia naturaleza una sociedad desigual: Comprende dos categorías de personas, los pastores y el rebaño. Sólo la jerarquía actúa y controla (…) El deber de la multitud es someterse a ser gobernada y a ejecutar con espíritu sumiso las órdenes de quienes están al control” (Eamon Duffy.- Santos & Pecadores. História dos Papas; Cosac & Naify, Sao Paulo, 1998; pp. 248-9).

Con Benedicto XV (1914-1922) hubo un “respiro”, pero Pío XI (1922-1939) volvió a acentuar el autoritarismo, marginando a los cardenales como cuerpo, “no convocándolos a ningún consistorio” (Duffy; p. 263). Además, en 1928 prohibió la organización católica Los Amigos de Israel, que pretendió acabar con el atávico antisemitismo católico y que estaba conformada por miles de sacerdotes, centenares de obispos y numerosos cardenales y laicos. Y el mismo año, a través de su encíclica Mortalium animos desechó completamente el incipiente movimiento ecuménico. Asimismo, desarrolló una política de concordatos con nuevos y antiguos Estados que le concedieran a la Iglesia el máximo de beneficios posibles; y en los casos de Estados con mayoría católica, logra establecer una total exclusividad del Papa en la designación de los obispos.

Luego, Pío XII (1939-1958) “llevó al colmo la casi mítica exaltación del papado monárquico y continuó centralizando el poder en la Curia a expensas de los obispos” (Thomas Bokenkotter.- A Concise History of the Catholic Church; Doubleday, New York, 1990; p. 353). A su vez, los obispos “fueron ignorados por el Papa y humillados por los departamentos (de la Curia)” (Carlo Falconi.- The Popes in the Twentieth Century. From Pious X to John XXIII; Little Brown and Company, Boston, 1967; p. 286). Y “respecto de los sacerdotes Pío XII ni siquiera llevó a cabo las reformas de los estudios eclesiásticos en que sus predecesores se habían interesado” (Ibid.).

Y con la encíclica Humani generis condenó toda heterodoxia e impulsó la expulsión de las universidades de los más notables teólogos de la época que serían los precursores del Concilio Vaticano II. Además, continuó rechazando el ecumenismo y prohibió en 1954 la experiencia de los sacerdotes obreros franceses. Consecuentemente, canonizó a en 1954 a Pío X…

Gran excepción fue, sin duda, Juan XXIII (1958-1963) quien en su corto pontificado cambió todo lo que pudo (siempre con la fuerte resistencia de la Curia) de la Iglesia y, sobre todo, convocó para ello a un nuevo concilio. Sin embargo, en mitad del concilio falleció y su sucesor, Pablo VI (1963-1978) volvió crecientemente al autoritarismo y conservadurismo. De este modo, las estructuras de la Iglesia siguieron tan autoritarias y machistas como siempre. Y la muy positiva culminación de una doctrina social promotora de la democracia y los derechos humanos; y crítica del individualismo económico y las injusticias sociales, quedó –como ya lo estaba- en el papel. No sólo en cuanto a que no se aplicó internamente, sino que tampoco se tradujo en la enseñanza escolar ni en las parroquias católicas ni en la liturgia, permaneciendo las encíclicas sociales como “artículos de exportación”…

Y, como es sabido, lamentablemente Juan Pablo II (1978-2004), junto con su prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (y más tarde Benedicto XVI), Joseph Ratzinger, llevaron el autoritarismo eclesiástico a un nuevo extremo. De este modo, “más de 600 teólogos perdieron su derecho a enseñar en las universidades y academias católicas y no pudieron seguir publicando con permiso eclesiástico. A muchos de ellos, famosos doctores y catedráticos, se les impusieron castigos humillantes, como permanecer en silencio por largos períodos o volver a clases para períodos de ‘reeducación’” (Alvaro Ramis.- Ideas peligrosas; en La Nación; 28-3-2007). Entre los afectados destacan Hans Küng, Leonardo Boff, Jon Sobrino, Edward Schillebeeckx, Anthony de Mello, Ivonne Gebara y Marciano Vidal.

Es en este contexto de extremo autoritarismo y soberbia que pueden comprenderse en alguna medida las insólitas actitudes de encubrimiento y “defensas corporativas” desarrolladas por el Vaticano y la generalidad de los obispos y superiores de congregaciones respecto de miles de sacerdotes y religiosos que con sus execrables delitos pederastas dejaron decenas de miles de menores víctimas y una Iglesia virtual y tristemente devastada.

 


Benedetta Carlini, simulacros de santidad de una monja italiana del siglo XVII

Ernesto Reséndiz Oikión

Elegí comentar la biografía de Judith C. Brown, Afectos vergonzosos. Sor Benedetta: entre santa y lesbiana, por dos razones: en primer lugar, me interesa reflexionar sobre la posibilidad de la escritura de una historia sobre las representaciones lésbicas en la literatura, y también se impuso esta elección porque mi dominio del idioma inglés no es tan fluido para hacer lecturas profundas de obras especializadas de historiografía y biografías. Asimismo, hacía un año había empezado la lectura y después la abandoné, así que fue un buen pretexto para no dejar incompleta esta actividad, por momentos disfrutable. Judith C. Brown es una historiadora nacida en Buenos Aires, Argentina. En 1986, año de la publicación de su investigación en inglés, era profesora de la Universidad de Stanford, y actualmente es profesora emérita de Wesleyan University. Su obra Immodest Acts. The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy, publicada por Oxford University Press, es la más famosa de sus publicaciones, y, según se puede consultar en el currículum de Brown, ha sido traducida a doce lenguas: holandés (1986); francés (1987); italiano (1987); portugués (1987); alemán (1988); japonés (1988); español (1989); serbocroata (1989); chino (1993); húngaro (2001); hebreo (2002) y coreano (2011). Ninguno de los libros anteriores o posteriores de la historiadora ha alcanzado tal difusión. Cabe destacar que, desde su aparición, a lo largo de estas tres décadas sin interrupción, la historia ha llegado a lectores de otros continentes. Es pertinente señalar que durante la década de los ochenta el libro tuvo el mayor número de traducciones en Europa, e incluso en Asia; considero que esto pudo deberse no sólo a la novedad y originalidad de la investigación, sino a un contexto de lectura favorable que estuvo en sincronía con el desarrollo de los movimientos lésbicos y feministas de dicho periodo. Es decir, el libro activó en el presente de su publicación una serie de reflexiones sobre el género e identificaciones que podían rastrear un pasado prestigioso en el Renacimiento. Este uso político de la historia, y de un caso en particular, sin duda, es polémico, arbitrario, legítimo y problemático, porque obliga a pensar en qué medida el relato histórico sirve como una ficción de identificación para personas no heterosexuales. Algunas personas pueden asumir como propios orígenes y experiencias distintas y lejanas, a riesgo de atribuir significaciones del presente. Esta acción resulta en un “eco de fantasía”, del que Joan W. Scott ha advertido por su carácter homogeneizante, unívoco y unilateral, ya que establece equivalencias de experiencias del presente con el pasado, sin advertir sus diferencias. Además, hay que criticar el marco conceptual de Brown, quien atribuye significados sociales y culturales de la modernidad a contextos históricos con sus diferencias sustanciales, cuando no abismales. ¿Se puede biografiar una vida lésbica en el periodo de 1590 a 1661, lapso de la existencia de Benedetta Carlini, abadesa del convento de la Madre de Dios, en Pescia, Italia? ¿Se puede encontrar, referir, entender y biografiar a una persona lesbiana en un contexto religioso de tal época? Me parece muy problemático que Brown asigna la etiqueta de “sexualidad lesbiana” a las prácticas eróticas de Benedetta Carlini. Aunque la historiadora afirma que en ese periodo histórico la sexualidad lesbiana no existía, utiliza esta contradicción para referirse al caso de la monja. Primeramente, la autora afirma: las dificultades conceptuales que los contemporáneos tenían con respecto a la sexualidad lesbiana se reflejan en la carencia de una terminología adecuada. La sexualidad lesbiana no existía; por lo tanto, tampoco existían lesbianas. Aunque la palabra 'lesbiana' aparece una vez en el siglo XVI en la obra de Brantome, no fue de uso corriente hasta el siglo XIX, e incluso entonces fue aplicada antes a ciertos actos en lugar de a una categoría de personas. (Brown 1989: 28)

No obstante esta explicación coherente desarrollada en la introducción de la obra sobre la imposibilidad de hablar de una sexualidad lesbiana, Brown sostiene que: “por eso es tan importante la investigación eclesiástica de la vida de Benedetta Carlini, abadesa del convento de la Madre de Dios. Constituye uno de los raros ejemplos en los que podemos ojear, en la realidad práctica y con bastante detalle, las actitudes occidentales hacia la sexualidad lesbiana” (Ibid.: 33). No se puede alegar que se trata de un problema de traducción, puesto que el subtítulo en inglés funciona como un buen gancho publicitario: “The Life of a Lesbian Nun”. Se trata de un problema de conceptualización de la historiadora no resuelto. Las palabras no son ingenuas y tienen su historicidad y sus significados concretos que se van transformando a lo largo del tiempo y el espacio, y los usos de ellas están marcados por la clase, el género, la edad y la educación. En su libro Lenguajes de la sexualidad, Jeffrey Weeks ofrece una breve revisión histórica de la palabra en cuestión: “El término lesbiana se remonta en el uso del inglés a comienzos del siglo XVII y hace referencia a los habitantes de la isla griega de Lesbos” (Weeks 2012: 149). Por su parte, el lingüista Félix Rodríguez González en la entrada de su Diccionario gay-lésbico refiere: “Lesbiana fue utilizado por primera vez en el siglo XVI en francés (lesbienne) por el escritor Pierre de Bourdeille -más conocido como señor de Brantome- en alusión al lugar donde vivió Safo. Lo empleó en una obra titulada precisamente Les lesbiennes ('Las lesbianas'), donde recopiló poemas de amor entre mujeres, incluidos los de Safo” (Rodríguez 2008: 242). La afirmaciones de la historiadora y el lingüista coinciden en señalar la acuñación de la palabra al escritor francés Brantome en el siglo XVI, cuya difusión no se extendió sino hasta el XIX. Debido a estas razones, asignar esta categoría a Benedetta Carlini no sólo es anacrónico, sino impreciso porque le da un uso ahistórico, como si “lesbiana” hubiera significado lo mismo para el mundo religioso en el contexto italiano renacentista, y esto supone una interpretación forzada.

No sólo ello, además, carecemos del testimonio de la percepción de la abadesa, y resulta muy arriesgado aventurar hipótesis sobre los significados que Benedetta Carlini daba a sus deseos y sus prácticas eróticas. Sólo llegó al presente el legajo conservado en el Archivo de Estado de Florencia, que la historiadora rescató del olvido, titulado “Papeles relativos al juicio contra la hermana Benedetta Carlini de Vellano, abadesa de las teatinas de Pescia, que pretendía ser mística, pero reveló ser mujer de mala reputación”. Este documento está constituido por un centenar de folios elaborados entre 1619 y 1623, por el preboste de Florencia y otras autoridades eclesiásticas que se encargaron del caso (op. cit.: 12). Cualquier palabra atribuida a Benedetta Carlini en estos folios está mediada por la palabra escrita de los varones florentinos de la Iglesia y sus escribanos, lo que nos lleva a considerar una imposibilidad de acercamiento a la autoidentificación de la abadesa. Sin duda, la palabra lesbiana no aparece en estos papeles viejos. La metodología seguida por Brown emprende el tradicional quehacer de la disciplina, porque durante la investigación de archivo que la historiadora realizaba para la redacción de un manuscrito sobre el primer gran duque Medici y la ciudad de Pescia en el Renacimiento encontró un material histórico que “hacía del documento una pieza única en la Europa premoderna, de valor inestimable” (Idem). Es decir, su trabajo de archivo le brindó una nueva línea de investigación derivada de la primera. Asimismo, la historiadora leyó estos folios con una mirada desde la historia religiosa; además, se valió de la historia social para reconstruir las relaciones vividas en los conventos. De forma aguda, recurrió a preguntas de género para caracterizar la condición de subordinación de las monjas teatinas en el siglo XVII italiano. En ello, Brown realiza una narración histórica rica, compleja y, en muchos momentos, aguda sobre los significados de género para las religiosas, y experimentados por la propia Benedetta Carlini. Por ejemplo, los capítulos 2 y 3, “El convento” y “La monja”, respectivamente, desarrollan reflexiones desde la historia de género. Brown apunta que la dote que debía pagar una muchacha pesciatina para entrar al convento aumentó su coste, porque los varones retrasaban el matrimonio o permanecían solteros (Ibid.: 47). También señala que “las visiones de las místicas femeninas eran comprobadas con más celo aún que las de los hombres” (Ibid.: 67), porque los teólogos desacreditaban a las místicas, afirmando que las mujeres no tenían la misma capacidad de raciocinio que los hombres y eran poseídas por una “desenfrenada curiosidad e insaciable lujuria” (Idem). Aunque existía una prohibición para que las religiosas predicaran en los conventos, y esto derivó en el silencio de la mayoría, Brown explica que “a un puñado de mujeres se les permitió en principio alcanzar la elocuencia por medios más convencionales: a las que gobernaban, a las que lograban adquirir conocimientos inusitados a pesar de las barreras que limitaban la educación femenina y a las que caían en trance” (Ibid.: 78). Así, los trances de Carlini la colocaron en una categoría privilegiada que le dio atención y un poder relativo al interior del convento de la Madre de Dios. La metodología de la historiadora también se vale de la psicología para esclarecer las motivaciones subjetivas de Benedetta Carlini y la monja Bartolomea Crivelli, compañera de Benedetta durante sus primeros años de novicia. Así, Brown recurre a lo que Lois W. Banner llama “psychohistory” en su artículo “Biography as History” (Banner 2009: 582). Sin embargo, en la narración histórica hay una suerte de ahistoricidad en los síntomas mentales, como si se hubieran vivido de la misma forma en el pasado y ahora: “Al igual que la gente de nuestros días que presenta un desdoblamiento de personalidad, Benedetta manifiesta muchos otros rasgos. Era impresionable e influenciable con facilidad [...] Su personalidad pública dominante era un modelo de buena conducta (era humilde y obediente)” (op. cit.: 143). De nuevo, es polémico realizar esta interpretación, porque se atribuye un desdoblamiento de personalidad en la modernidad a una experiencia de una religiosa en el Renacimiento.


La estructura del libro Afectos vergonzosos está constituida por una introducción, cinco capítulos, un epílogo y un apéndice con fragmentos de los documentos. Cabe señalar que la introducción fue reproducida posteriormente como un capítulo titulado “Lesbian Sexuality in Medieval and Early Modern Europe”, del libro colectivo Hidden From History: Reclaiming The Gay and Lesbian Past. En el quinto capítulo titulado “Segunda investigación” se incluye el testimonio de la monja Bartolomea Crivelli que significó la defenestración de Benedetta Carlini, en su carrera de mística y en su cargo de abadesa. Benedetta Carlini falleció a los setenta y un años de fiebre y dolores de cólico, murió en penitencia, después de pasar cárcel por su comportamiento. Con seguridad puede afirmarse que la investigación de Brown ha trascendido el campo estrictamente historiográfico o académico, para llegar a un amplio público, no especializado, ni conocedor del tema de la historia de las religiosas teatinas del Renacimiento en los conventos italianos del siglo XVII, aunque quizá con interés en dicha temática o en la historia del lesbianismo. ¿Y qué se puede entender por una historia del lesbianismo? ¿Acaso se trata de la historia de los discursos sociales sobre prácticas o sobre subjetividades, o identidades, o es la historia de comunidades de personas con una identificación compartida, o la historia del vínculo entre religión-ciencia-Estado-movimientos sociales? ¿Quiénes son los sujetos de esta historia? ¿Qué tipo de historia del poder es ésta? ¿La historia de las lesbianas forma parte de la historia de las mujeres? ¿O éstas son historias autónomas? Este debate de carácter filosófico e historiográfico no está resuelto de forma concluyente ni se observa siquiera una tendencia para conceptualizarlo por las voces de especialistas ni por sus protagonistas, tampoco es el interés de Judith C. Brown, tal complejidad rebasa las intenciones más modestas de la historiadora. Sin embargo, considero que, debido a esta elisión de la discusión, la historiadora incurre en la construcción de un marco conceptual sobre el lesbianismo que no favorece ni permite una mejor comprensión de la experiencia vital de la abadesa Benedetta Carlini. El anacronismo de la categoría es uno de los problemas más críticos en la investigación histórica. En una consideración general, Afectos vergonzoso es un ejemplo de una biografía de divulgación de las experiencias de las monjas italianas del Renacimiento, no es una biografía estricta o exclusivamente sobre Benedetta Carlini, sino que el relato de una parte de su vida sirve de pretexto para hablar de la vida social y cultural de las monjas italianas en la Florencia de los Medici. Benedetta Carlini era una perfecta desconocida para historiadores del siglo XVII, y tampoco fue un personaje histórico que detentara un poder político, económico o cultural considerable para trascender en las narraciones de la época. Brown construye una biografía que, gracias a su título comercial, atrae a lectores fuera del campo de la historiografía.







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 Ayuso, soberbia y crueldad

Ayuso debe dar muchas explicaciones, pero no solo no las da, sino que carga contra la prensa y tacha de falsas todas las informaciones donde se la critica


ElPlural

18-4-24

Miguel Ángel Herdia Díaz


Una cosa es la demagogia, los bulos, las mentiras permanentes de Ayuso y otra ser cruel. La presidenta de Madrid se cree intocable. Se cree incluso con el derecho de insultar, pero no comprende que hay cosas que merecen respeto, ese respeto que ella jamás practica. Desde las tripas no se puede gobernar, hay que tener corazón.

La presidenta de Madrid habla de “huesos” cuando el presidente del Gobierno visita los trabajos del laboratorio forense en el Valle de Cuelgamuros, que atiende la demanda de 160 familias que todavía hoy siguen buscando respuestas. No entiende que no se trata de huesos, que son los restos de personas asesinadas. No entiende a miles de ciudadanos y ciudadanas que llevan décadas buscando a sus familiares, pensando cada día en ellos y que se dejaran hasta el último aliento para poder encontrarlos y poder enterrarlos con dignidad. No, no son huesos, como dice la cruel e inhumana Ayuso, son personas dignas que fueron fusiladas y tiradas en las cunetas por el franquismo, ese franquismo de la que ella quiere ser heredera.

¿La Sra. Ayuso no siente el más mínimo pudor cuando dice estas atrocidades? Entérese bien, no son huesos, son personas decentes que hay que sacar de las fosas comunes, hay que contar sus historias y darles dignidad. Porque no habrá justicia real en nuestro país, mientras unas familias pueden honrar a sus muertos y otros sigan buscando sus restos.

No es justo como PP y Vox tratan a todas estas familias. No es decente que PP y Vox intenten equiparar el periodo democrático de la Segunda República con el fascismo de Franco. No se puede comparar a aquellos que han sido asesinados con sus asesinos. No es digno que PP y Vox traten de acabar con las leyes de memoria histórica en varias comunidades autónomas donde gobiernan. Entérense: sin memoria no hay democracia. No es tolerable que PP y Vox quieran volver al discurso de las dos Españas y pretendan volver a dividir a nuestro país.

La crueldad de Ayuso no se queda aquí. Hemos conocido recientemente que según las actas del propio gobierno de la Comunidad de Madrid casi el 80% de los muertos por Covid en residencias no fueron derivados a hospitales. Y es demoledor el informe de la Comisión por la Verdad, que calcula que podrían haberse salvado más de 4.000 mayores de los cerca de 8.000 que murieron en las residencias de Madrid en 2020. ¿Hubiese ocurrido lo mismo si estas personas hubiesen tenido un seguro privado?

Cuando crees que Ayuso no puede ser más cruel, va y se supera. Porque no solo no se ha dignado a recibir y atender en todo este tiempo a esas miles de familias rotas por el dolor, que no pudieron despedirse de sus mayores; sino que ahora les reclama el pago de los días que estuvieron, antes de que les dejara morir, en las residencias de la Comunidad. ¡Esto no es ni decente ni es digno!

Tampoco es digno que en Madrid haya casi un millón de personas en listas de espera, mientras es la comunidad donde menos se invierte en sanidad por habitante en 2024 según un reciente informe de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad. ¡Esto también es ser cruel!

Es cruel jugar con la salud e incluso con la vida de los madrileños y madrileñas. No es digno deteriorar a conciencia la atención sanitaria ni es decente recortar el número de profesionales y cerrar servicios. Falta personal en todas las categorías: médicos, pediatras, enfermeras, administrativos... No se dan citas hasta 10 o 15 días. Muchos servicios de urgencias de Atención Primaria han quedado reducidos a atención de enfermería. Es habitual que llames a una ambulancia y esta venga sin médico o que en los hospitales no haya sábanas, toallas o pijamas para cambiarte. ¿Hay derecho a esto Sra. Ayuso? ¿Por qué no invierte más en sanidad y menos en “inventos” como el hospital Zendal, que costó 200 millones de euros, mientras en 2023 se hospitalizaron en él a solo 489 pacientes, uno al día, y lleva 70 pacientes en los dos primeros meses de 2024? Ahora quiere gastar otros 50 millones en actualizar no se sabe muy bien el qué y con qué fin. ¡Qué barbaridad!

Pero la cosa no termina aquí. Ayuso se ha inventado este fin de semana, para buscar su titular diario, que hay políticos que maniobran a favor de Irán por el ataque a Israel, cuando el Gobierno de la nación condenó de inmediato el ataque. Pero lo que sí es cruel es que no hayamos escuchado una sola crítica por parte de la presidenta de Madrid para condenar el asesinato de 14.000 niños y niñas inocentes en seis meses en Gaza. ¿Es que acaso hay países de primera y muertos de segunda?

Ayuso está endiosada, se cree con derecho a todo y lo que es peor, se considera intocable. Está convencida de que puede hacer y decir lo que quiera gratuitamente. No habla de medidas que beneficien a madrileños y madrileñas, pero se esfuerza cada día en decir la barbaridad más grande. Esta no es la responsabilidad ni la actitud que debe tener una presidenta de Madrid, ni para eso le pagan los ciudadanos.

Sra. Ayuso, en política no vale todo. No vale actuar con tanto rencor y desprecio al que no piensa como tú. No vale tratar de machacar al adversario político. Hay que respetar a los ciudadanos, a todos los ciudadanos, a los que te votan y a los que no. Y hay que ser humilde y trabajar por el bien común y desde los principios democráticos.

Los ciudadanos no se merecen a alguien que les mienta. Ayuso debe dar muchas explicaciones, pero no solo no las da, sino que carga contra la prensa y tacha de falsas todas las informaciones donde se la critica. Los ciudadanos no merecen a alguien que protege y defiende a quien amenaza y ataca a periodistas. Ser político significa tener que dar explicaciones y además tener los bolsillos de cristal.

Es terrible que Ayuso pretenda, en su ser más profundo, volver a los años más oscuros de nuestra historia. ¿Esta es la España a la que ella aspira? Pues se equivoca. Los españoles y españolas de bien aspiramos a una España plural y diversa, donde quepamos todos y todas con nuestras diferencias. Una España donde se respete los derechos y libertades que tanto han costado conseguir. Una España con dirigentes con sentido común y con corazón.