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domingo, 26 de diciembre de 2021

 



El Rey Emérito, un Borbón avaro y rijoso

Felipe VI: ¿cómo ser un buen rey sin ser un mal hijo?

Los reproches al rey por no mentar al emérito en su discurso de Nochebuena son legítimos pero olvidan que un país tan familiar como éste no le perdonaría denigrar a su padre

ANTONIO AVENDAÑO 

Sábado, 25 de diciembre de 2021

ElPlural


Republicanos sinceros y monárquicos cabreados han echado a faltar en el discurso de Navidad del rey una mención, aun más o menos velada, a las andanzas de su padre Juan Carlos I. El malestar es legítimo, pero no quieren ver quienes lo sienten que le están pidiendo a Felipe VI algo que éste nunca podrá darles: una condena explícita de la execrable conducta de su padre.

El rey Felipe bien podría suscribir la frase final de ‘Camino de perdición’, pronunciada por su protagonista y narrador, hijo de un sicario de la mafia irlandesa: “Cuando la gente me pregunta si Michael Sullivan era un hombre bueno o si en él no había ni una pizca de bondad, yo siempre doy la misma respuesta, sólo les digo: era mi padre”.

Felipe rey no podía decir lo que como jefe de Estado tenía que decir sin deshonrarse de algún modo como hijo. Un país tan familiar como éste tal vez no le perdonaría haber sacrificado la piedad filial en los dudosos altares de la razón de Estado.

Hoy sabemos demasiado bien que Juan Carlos hizo bien lo más importante que tenía que hacer -favorecer la transición pacífica a una democracia plena y defender ésta cuando fue amenazada por los espadones del 23F-, pero hizo mal todo lo demás: y todo lo demás ha sido tanto que casi autoriza a olvidar el resto.

Juan Carlos tuvo realmente trabajo entre 1975 y 1981. En esos años hizo lo que tenía que hacer. Y lo hizo bien. Tras la intentona golpista no le quedaba ya mucho que hacer como jefe de Estado y no supo administrar con prudencia su mucho tiempo libre, cayendo en los mismos vicios y tentaciones de tantos de sus antepasados: se convirtió en un Borbón avaro y rijoso.

Como el país le venía perdonando ser un mal marido, quizá pensó que también le perdonaría ser un mal estadista, alguien incapaz de entender algo tan simple como que un jefe de Estado jamás puede aceptar que otro otro jefe de Estado le ingrese 100 millones de euros en una cuenta abierta en un paraíso fiscal.

El rey Felipe sabe todo esto, pero su condición de hijo le impide hablar a las claras de ello. Su condición de hijo y quizá también de jefe de Estado al que las circunstancias aconsejan mirar hacia otro lado. Lo que sí tiene la obligación de hacer es propiciar una legislación que ate en corto a los reyes y, desde luego, no estorbar al esclarecimiento de la verdad sobre las andanzas de su padre.

Y tampoco debería Felipe permitir el regreso a España del emérito: el castigo de Juan Carlos debe ser, como mínimo, el exilio dorado en que hoy se halla. Ya que no parece decidido a quitarse la vida como último servicio al Estado, que lo preste al menos pasando sus últimos años tristemente alejado de la patria a la que tan alegremente deshonró con su conducta.


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