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sábado, 31 de mayo de 2025

 



Spanish Revolution


En un país donde los bulos corren más que las rectificaciones y donde la difamación tiene más impacto que la verdad, Silvia Intxaurrondo ha hecho algo insólito: ganar en los tribunales… y contarlo con la cabeza alta.

La Audiencia Provincial de Madrid ha condenado al diario El Mundo y a su director, Joaquín Manso, a rectificar públicamente la información falsa que publicaron sobre su sueldo y a pagar las costas judiciales. Porque sí, mintieron. Porque sí, manipularon. Y porque no, no bastaba con esconder el bulo en una corrección a media página una semana después.

Pero lo verdaderamente revelador no es la condena, sino la reacción. No hay disculpas. No hay editorial de autocrítica. Solo el viejo truco: "modificamos el contenido, pero el fondo es el mismo". Como si cambiar el embalaje hiciera menos podrido el contenido.

Silvia no es solo una periodista que incomoda, es un blanco habitual del fango. Porque en este país, si entrevistas a Feijóo y no le dejas el guion pactado, te conviertes en objetivo. Porque ser mujer, periodista y no callarte tiene un precio. Y porque quienes critican su contrato no tienen problema en blanquear sobresueldos, corruptelas y puertas giratorias a diario.

 537.000 euros fue la cifra que se inventaron. 537.000 razones para atacar, manipular y difamar. Luego llegaron las cuentas reales, el detalle, el contexto… pero ya era tarde. Porque la mentira, en España, tiene tarifa plana y se difunde más rápido que una rectificación judicial.

Silvia Intxaurrondo ha ganado. Pero ha tenido que aguantar meses de ataques, pagar abogados, justificar lo evidente y esperar a que una jueza recordase lo básico: solo una información falsa necesita ser rectificada.

Y aún así, los mismos que la acusaron seguirán hoy en sus columnas, tertulias y editoriales, hablando de libertad de expresión, de censura progre, de “no se puede decir nada”. Cuando en realidad lo único que no se puede decir es la verdad sobre ellos.

Rectificar no es pedir perdón. Y en este país, ni con sentencia firme son capaces de bajar la mirada.


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