Spanish Revolution
POR COHERENCIA
Juanma
Moreno también falseó su currículum. ¿Dimitirá como Noelia
Núñez?
El
clasismo político tiene memoria selectiva
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EL RÉGIMEN DE LOS TÍTULOS Y LA POLÍTICA DE LA APARIENCIA
La política española, particularmente en su versión conservadora, ha hecho de la idea de meritocracia un fetiche discursivo. Como si la legitimidad para ejercer el poder no naciera de la voluntad popular sino de un currículum con pedigrí. Juanma Moreno, presidente de la Junta de Andalucía y figura destacada del PP andaluz, ha reescrito el suyo al ritmo de su ascenso institucional. No se trata de un error menor. Es un síntoma de época.
En su ficha parlamentaria del Congreso, entre 2000 y 2004, constaba como licenciado en Administración y Dirección de Empresas, con un máster en Relaciones Internacionales. Años después, desapareció la licenciatura. Hoy, en su biografía oficial, lo que queda es un título en Protocolo (una carrera extinta) y un curso breve en liderazgo público. No hay explicación. Solo un silencio espeso que, por contraste, convierte en clamorosa la dimisión forzada de Noelia Núñez, vicesecretaria de Movilización del PP, por una falsedad análoga.
El delito simbólico de Noelia fue ser joven, mujer y no tener el blindaje del poder orgánico. Moreno, en cambio, es presidente. Tiene el aparato. Tiene la red. Y por eso la misma falta se convierte en anécdota. La verdad no tiene valor objetivo en el campo político conservador; su peso depende del lugar que una ocupa en la jerarquía.
Lo dijo José Manuel Jurado, portavoz de Podemos Andalucía: “No es un problema de títulos, sino de honestidad. Y si se aplica el criterio que ellos mismos han esgrimido para purgar a Núñez, lo coherente sería que Juanma Moreno dimitiera”. Pero la coherencia, cuando se ejerce como arma arrojadiza, raramente soporta la prueba del espejo.
LA MENTIRA COMO PATRIMONIO DE CLASE
Este episodio no puede leerse como una anécdota individual. Es parte de un patrón estructural en el que el poder político se permite lo que condena en quienes carecen de apellido o respaldo mediático. La derecha española, tan dada a exhibir la bandera de la ejemplaridad, se comporta como una aristocracia disfrazada de meritocracia. Su relato consiste en fingir que llegaron donde están por esfuerzo, pero su práctica demuestra que el esfuerzo importa poco cuando tienes un relato que te cubra y una red que te sostenga.
Juanma Moreno no solo ha falseado su formación: ha falseado el contrato simbólico con la ciudadanía. Ha construido una carrera política sobre una premisa inflada, quizá porque, en su interior, ni siquiera él consideraba suficientes los méritos reales. Y eso dice más de su visión del mundo que de sus capacidades técnicas.
En este régimen de apariencias, los títulos son más útiles como decoración que como contenido. No se valoran por lo que representan en términos de saber, sino por su capacidad de elevar simbólicamente al candidato en el mercado político. Es la lógica del simulacro: parecer importa más que ser, y mantener la farsa es una habilidad más valiosa que la propia verdad.
No es un fenómeno exclusivo. Recordemos el máster regalado a Cifuentes, el título sospechoso de Casado, o las estrategias de marketing curricular de Díaz Ayuso. Pero Moreno Bonilla es, quizá, el caso más invisible de todos, precisamente porque se ha blindado con un perfil bajo, tecnocrático, de “gestor razonable”. Esa máscara centrista ha permitido que su mentira pase por corrección. Que su currículum deformado pase por trayectoria.
Y sin embargo, la pregunta permanece: ¿por qué lo que tumba a una diputada no inquieta al presidente? ¿Por qué la dimisión es virtud cuando se le exige a otras y ruido cuando se menciona en el seno del poder?
La respuesta está en la asimetría moral que gobierna nuestras instituciones. Para las y los de abajo, se exige transparencia quirúrgica. Para las élites, opacidad condecorada. No es una crisis de ética individual, es una arquitectura de impunidad.
Si la política no puede sostenerse sin verdad, entonces quienes la falsean deben ser los primeros en marcharse. O lo que es peor: no marcharse nunca y convencernos de que lo suyo no fue mentira, sino “narrativa curricular”.
Y así, el poder sobrevive, no porque diga la verdad, sino porque ha logrado que la verdad ya no importe.
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