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lunes, 29 de septiembre de 2025

 



Gabriel Flores Sánchez

Llega otro 27 de septiembre, han pasado 50 años desde aquel septiembre de 1975 que no vivió la mayoría de la sociedad española actual. Cinco jóvenes antifranquistas fueron fusilados al alba. A Franco le quedaban menos de dos meses de vida y le aguardaba una agonía terrible. El dictador estaba dispuesto a morir matando para prolongar su dictadura y avisaba de sus intenciones, con el único lenguaje en el que sabía expresarse, el de una violencia cruel y sin restricciones, a toda la sociedad española y, especialmente, a la resistencia democrática. Ese viejo cabrón llevaba reprimiendo y asesinando a sus oponentes, a todos los que no aceptaban someterse a sus estrechas y excluyentes ideas sobre los españoles que cabían en su España, desde el 17 de julio de 1936, cuando asaltó a sangre y fuego la legalidad republicana y la voluntad soberana del pueblo español libremente expresada en las urnas en unas elecciones legítimas e inequívocamente democráticas.

Esos cinco hombres tenían nombres que merecen ser recordados, Ángel, Jon, José Luis, Ramón y Xosé Humberto, y unas vidas que fueron arrancadas de cuajo en plena juventud por la dictadura franquista. Tenían 33, 21, 21, 27 y 24 años.

Fueron condenados en consejos de guerra celebrados sin ningún tipo de garantías y sustentados en una legalidad impuesta y sostenida por la fuerza de las armas. El régimen franquista no tenía ninguna legitimidad democrática para juzgarlos ni la más mínima voluntad de esclarecer las acusaciones o respetar los derechos de los acusados a un juicio justo. Se les juzgó para condenarlos. Y se les ejecutó para intentar frenar la lucha por la democracia.

¿De qué sirve hoy hacer memoria de esa fecha y de esas víctimas asesinadas para servir de escarmiento? En mi opinión no se trata de justificar ni, menos aún, enaltecer unas acciones y unas organizaciones que ya eran extemporáneas en 1975 y que hoy, 50 años después, resultan tan remotas como incomprensibles para la mayoría de la ciudadanía.

La memoria, siempre incompleta y en construcción, desempeña un papel crucial en la búsqueda de la verdad, porque nos incita a ver y a conocer lo que ignoramos o desdeñamos y nos permite cambiar la forma que tenemos de mirar el pasado y las complejidades del mundo en el que actualmente habitamos. El ejercicio de hacer memoria, visitar por primera vez o revisitar el pasado nos posibilita adoptar nuevos puntos de vista o miradas ajenas que nos hacen entender mejor lo que hoy nos rodea y en qué se convirtió ese pasado.

A través de la memoria dejamos de ser prisioneros o forasteros del pasado, reflexionamos, compartimos o rechazamos sueños, ideas, palabras, hechos y sentimientos que fueron y dejaron de ser. Y con la nueva memoria compartida afilamos las herramientas que requiere ahora la lucha, siempre inconclusa, contra las ideologías racistas, xenófobas, supremacistas y autoritarias que vuelven a enraizar en organizaciones como Vox o en tantas voces del PP contaminadas por la ultraderecha que son herederas o deudas del franquismo.

Ningún demócrata puede eludir hoy la denuncia de la dictadura franquista y sus crímenes. Ningún demócrata debe escabullirse ahora de la denuncia y la lucha contra las ideologías asesinas, excluyentes y antidemocráticas que encabezadas por los Trump, Putin y Netanyahu están incendiando el mundo y masacrando o despreciando la vida y los derechos de millones de seres humanos. Y este 27 de septiembre es un buen día para recordarlo, hacer memoria y plantearse echar una mano en la tarea.


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