El colonialismo británico fue saqueo. Fue sangre. Fue un imperio construido a golpes de expolio, trabajos forzados y genocidios que aún hoy se intentan blanquear como “historia”.
El Imperio británico se levantó sobre campos arrasados, comunidades fracturadas y culturas humilladas. Y mientras Londres celebraba coronaciones, medio planeta contaba muertos, sufría hambrunas provocadas o veía cómo sus recursos desaparecían rumbo a una metrópoli que luego se llama “democracia ejemplar”.
Eso es el colonialismo: robarlo todo y luego escribir la historia como si fueras el civilizado.
Y lo más grave es que sus efectos siguen vivos. Los pueblos saqueados siguen pagando un precio que Reino Unido jamás ha reparado (ni piensa reparar).
Porque lo colonial no terminó: simplemente aprendió a disfrazarse.
No es joyería. Es botín.
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