En 1647, mientras se realizaban trabajos en una catedral de Venzone, al norte de Italia, unos obreros abrieron una tumba antigua en el cementerio.
Dentro no encontraron huesos.
Encontraron un cuerpo.
Estaba completamente desecado, reducido, ligero como madera vieja. La piel tenía la textura del pergamino. No había rastro de descomposición. La momia pesaba alrededor de 17 kilos.
No era un caso aislado.
Con el tiempo aparecieron 41 cuerpos más en el mismo estado. Personas comunes. Sin rituales egipcios. Sin embalsamamiento. Sin intervención humana conocida.
Nadie entendía por qué.
A comienzos del siglo XX, algunos científicos propusieron una explicación posible: un hongo microscópico presente en el suelo y en los ataúdes de la zona podría haber deshidratado los
cuerpos antes de que comenzara la putrefacción, creando una momificación natural.
Pero sigue siendo solo una hipótesis.
No hay consenso. No hay certeza.
Sabemos algo más: después del terremoto de 1976, solo 21 momias permanecen hoy.
Las demás… simplemente no están.
Nadie sabe exactamente qué ocurrió con ellas. Si se perdieron, se trasladaron, se destruyeron o algo más.
Venzone conserva lo que queda como un recordatorio extraño de que, incluso en la historia, hay procesos que no comprendemos del todo. Que hay cuerpos que no se disuelven como deberían. Y preguntas que sobreviven más que las personas.
La ciencia ofrece hipótesis.
El tiempo guarda el resto.
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