Si crees que en todas partes la Navidad es en diciembre, estás equivocado... y si crees que en todas partes Jesús es blanco, también lo estás
Cada 25 de diciembre, buena parte del mundo occidental repite, con admirable obediencia cultural, la idea de que “hoy es el nacimiento de Jesús”. Las familias se reúnen, las iglesias se llenan, la publicidad se desborda, y los villancicos repiten la misma narrativa mil veces reciclada. Pero mientras millones de personas celebran esta fecha, en un pequeño rincón de Colombia —Quinamayó, un corregimiento afrodescendiente del Valle del Cauca— persiste una incómoda evidencia antropológica: la Navidad no es más que una convención humana, maleable, negociable y perfectamente intercambiable.
Porque resulta que en Quinamayó la Navidad no se celebra hoy, ni ayer, ni antier. Ni siquiera en diciembre. Allí celebran el “nacimiento de Jesús” hasta en febrero. Y no sólo eso: el “Niño Dios” tallado en madera que veneran no es blanco, sino de piel oscura y con rasgos africanos. Nada de mejillas rosaditas ni aureolas europeas. Un recordatorio visual del sincretismo, ese mecanismo humano que toma una creencia importada, la desmantela y la reacomoda, hasta que encaje con la identidad del pueblo que la recibe. Porque así es cómo funcionan las religiones: como una plastilina cultural.
El caso es que los antepasados de los habitantes de Quinamayó llegaron a América encadenados, escl4vizados y obligados a adoptar el cristianismo. Y al llegar diciembre, a los escl4vizadores blancos se les ocurrió una idea muy práctica: evitar que aquellos escl4vos descansaran durante las festividades religiosas de sus amos. ¿Y cuál fue la solución perfecta? —prohibirles celebrar la Navidad el 25 de diciembre, permitiéndoles escoger otra fecha menos “inconveniente”.
De esta forma, una fecha que es supuestamente “sagrada” e inamovible, fue cambiada por conveniencia, no divina, sino administrativa, mediante un simple trámite del poder colonial. A los escl4vizados se les ofreció un menú de alternativas, y ellos escogieron el tercer sábado de febrero, entre otras razones porque coincidía simbólicamente con los 40-45 días posteriores al parto de María, según el calendario católico.
En otras palabras: la Navidad, ese acontecimiento que muchos consideran divinamente fijado, resultó ser negociable, regateable, y hasta movible según las necesidades laborales del amo. No muy teológico. Pero muy humano.
Sin embargo, al final no fue solamente eso. Resulta que el “Niño Dios” de estos afrodescendientes tampoco es blanco, sino del mismo color de su piel. Por eso en febrero las familias de Quinamayó realizan una romería para “buscar” al “Niño Dios n3gro”, casa por casa, hasta encontrar a la mujer que lo ha custodiado durante todo el año. Luego lo pasean en procesión entre música, cantos, disfraces de colores, pólvora, bebidas, y la danza llamada “la fuga”, cuyos pasos arrastrados evocan las cadenas de los esclavos.
O sea que tenemos aquí cristianismo, memoria de la escl4vitud, elementos africanos, fiesta popular, improvisación ritual y espíritu comunitario… todo mezclado en un solo evento.
Y mientras tanto, en otras regiones del planeta cada cultura adapta el mismo personaje, Jesús, según su propia conveniencia: rubio en Europa, mestizo en México, asiático en Japón, mulato en Brasil. Y cada quien considera que su versión es la verdadera. Porque las religiones, como siempre, son moldeadas al rostro del creyente, nunca al revés.
Para los ojos de un antropólogo un caso como el “Niño Dios” de Quinamayó es sin duda un recordatorio delicioso —y casi subversivo— de que:
a) No existe ninguna fecha “real” del nacimiento de Jesús.
b) No existe un “color correcto” para la piel del “Niño Dios”.
c) No existe una forma única legítima de celebrar su supuesto nacimiento.
d) No hay un centímetro de estas tradiciones que sea producto de algo sobrenatural: todo es obra humana.
Quinamayó demuestra que las creencias religiosas son como un rompecabezas armado con piezas de donde sea: un poco de dogma católico, un tanto de memoria africana, algo de resistencia cultural, unas gotas de imposición colonial, y un generoso toque de creatividad local.
Pero lo más curioso es que mientras muchos cristianos del mundo creen que celebrar el nacimiento de Jesús hoy —25 de diciembre— es un hecho inalienable, en un pueblo colombiano no muy grande, saben perfectamente que las fechas, los rituales y los dioses se ajustan según la conveniencia histórica, política y cultural de cada sociedad. Nada más, nada menos.
Efectivamente, hoy es Navidad… pero sólo para algunos. Y millones de personas recitan hoy el viejo relato del pesebre, creyendo que siguen una tradición celestial. Pero Quinamayó nos recuerda que la historia es, en realidad, un mapa de adaptaciones locales, donde cada pueblo reescribe su mito, acomoda su divinidad, pinta su propio “Niño Dios”, cambia su calendario, y reinventa su ritual.
Lo cierto es que la Navidad, como todas las tradiciones de connotación religiosa, no pertenece al cielo. Pertenece a la creatividad —y a la arbitrariedad— humana. Y tal vez ese sea el descubrimiento más liberador para quienes preferimos la verdad sin ornamentos: las religiones no revelan a ningún “Dios”, revelan únicamente la cultura que las inventa.
[Godless Freeman]
[Crédito de imagen: El País]
https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-59781706
https://www.elpais.com.co/.../esta-es-la-poblacion-del...
https://www.laprensagrafica.com/.../El-pueblo-de-Colombia...
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