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domingo, 28 de diciembre de 2025

 

Palizas, frío y hambre en Tefía: la cárcel franquista donde se encerró a decenas de "maricones"

  • "Era como un campo de concentración pero sin cámara de gas", lo definieron, décadas después, algunas de sus víctimas.

  • A principios de 2026, Fuerteventura acogerá el acto de desagravio a la comunidad LGTBIQ+, precisamente por el simbolismo de Tefía.

Público

Inés García Rábade

27-12-25



"Frío, miseria, hambre, humillación, palos y más palos". Habla Octavio García Hernández. Nos remontamos a 2004, a una entrevista para El País, en la que, por primera vez en casi tres décadas de democracia, un superviviente de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, en Fuerteventura, cuenta lo que vivió al otro lado de los muros del penal. No es cualquier superviviente. A Octavio no le condenaron por su militancia política, ni por un delito menor. A Octavio le condenaron, simple y llanamente, por ser "maricón", término despectivo con el que se les llamaba en aquella época.

Ocurrió en 1954, quince años después de la derrota republicana en la Guerra Civil, con Franco ya establecido en el poder. "El Gobierno se dijo: Vamos a limpiar de maricones Las Palmas", denunciaba Octavio, fallecido en 2018, en esa primera confesión pública. Las Palmas, Canarias y toda España. Una limpieza que el régimen orquestó a través de un engranaje legislativo y jurídico con el que institucionalizó la persecución y represión de "invertidos". A partir de una pieza clave: la Ley de Vagos y Maleantes.

"La norma se aprobó en realidad en el 33, durante la Segunda República", apunta Víctor Ramírez, activista e investigador de la memoria del colectivo LGBTIQ+. "Lo que hizo fue establecer una serie de mecanismos de control para todas aquellas personas que, de alguna forma, se salían de los márgenes de la sociedad", continúa el escritor de Peligrosas y Revolucionarias (Ediciones Tamaimos, 2019). Mendigos, toxicómanos, jugadores, proxenetas, delincuentes habituales... Un cajón de sastre para castigar, sin miramientos, la marginalidad. Para limpiar las calles. 

El régimen franquista nunca la derogó. "Todo lo contrario, supo ver su potencial", confirma en conversación con Público Ramírez. Incluyendo una categoría criminal más: la homosexualidad. Que, a partir del 54, pasó a ser considerada un peligro social. "Un delito, una enfermedad, una perversión contraria a la moral nacionalcatólica", enumera Federico Armenteros, también activista y presidente de la Fundación 26 de Diciembre. No era, sin embargo, la primera vez que Franco ponía la homosexualidad en el punto de mira. "En el 45, la dictadura ya la había tipificado como delictiva dentro del Código de Justicia Militar", recuerda Armenteros. Bajo pena de prisión de entre seis meses y seis años. 

Un encarcelamiento que se sistematizó con la Ley de Vagos y Maleantes. Con frecuencia en módulos o galerías de invertidos, separados del resto de presos. Así sucedió, por ejemplo, en las cárceles de Carabanchel o Badajoz. "Sufríamos una doble estigmatización", apunta Armenteros. Primero, al entrar en prisión; una vez dentro, al ser señalados y separados de los demás reclusos. "Éramos contagiosos, unos depravados", denuncia a Público el activista. Otra posibilidad era el internamiento en colonias agrícolas, donde los presos, en régimen de trabajo forzado, podían permanecer hasta tres años. 

Una cárcel perdida en medio del desierto

Tefía fue una de ellas. "Era como un campo de concentración pero sin cámara de gas", llegó a verbalizar Octavio, que vivió allí un absoluto infierno. "Sufrieron todo tipo de humillaciones, malos tratos y palizas", explica Ramírez. A lo que había que sumar las propias condiciones de vida del penal, empezando por la disciplina de trabajo. "Estaban obligados a trabajar de sol a sol en una cantera de piedra, levantando muros y todo tipo de obra pública", desarrolla el investigador. Sin descanso, sin compasión.

Octavio pasó allí un total de 16 meses, cuando tenía apenas 19 años. Una experiencia que le dejó un recuerdo imborrable. "Algo así te transforma, te quita la mente, te la estropea toda", explicaba en una entrevista en 2016. "Aquella tierra es inhóspita. Todo el día haciendo gavias, quitando muros. Lleva esta piedra allí, llévala allá", seguía contando el superviviente. Bajo un sol abrasador durante el día y un frío penetrante por las noches, obligado a dormir en un petate sobre el suelo de tierra y con las ventanas abiertas. Y, sobre todo, con hambre, mucha hambre. "En ocasiones, incluso les retenían la comida durante días, hasta que se pudiese, y era entonces cuando se la entregaban", asegura Ramírez. ¿El resultado? Hombres que llegaban allí pesando cerca de 80 kilos salían sin llegar a los 50.

Octavio no fue el único preso homosexual que contó lo que había vivido en Tefía. También lo hizo Juan Curbelo Oramas, que pasó tres años, la pena máxima, internado en la colonia. "Que este daño lo conozca el mundo, porque yo soy maricón, invertido, pero no vago ni maleante", se desahogaba hace más dos décadas el superviviente en una entrevista con el escritor Miguel Ángel Sosa, autor Viaje al centro de la infamia (Anroart Ediciones, 2006), uno de los primeros trabajos que dieron cuenta, en clave de ficción, de la existencia del campo. 

Pero fueron muchos más los que pasaron por los barracones de Tefía. En funcionamiento entre 1954 y 1966, la colonia encerró entre sus muros a entre 300 y 350 presos. De ellos, por lo menos 22 eran homosexuales. Y quien dice homosexuales dice también hombres "afeminados" o incluso lo que se llamaba entonces travestis. Así lo corrobora Ramírez, que ha dedicado meses de investigación a bucear entre los expedientes de la época. "Llegué a contabilizar 192 expedientes abiertos en Canarias por homosexualidad hasta los años 70", sostiene el activista. 161 en Gran Canaria, 28 en Tenerife y tres en Lanzarote. De entre ellos, además de la veintena que acabó en Tefía, otros 68 fueron condenados a penas de reclusión, que cumplieron en las prisiones de Gran Canaria, Tenerife y La Palma.

La violencia no terminaba una vez salías de la cárcel. "Por ley, tenías que residir un año fuera de tu lugar de origen, por lo que muchos presos terminaron sufriendo un destierro en otra isla", explica Ramírez. Después de esta segunda condena -amplía el investigador- tenías que seguir presentándote mensualmente en comisaría. Un tiempo durante el que una sola ausencia podía considerarse motivo suficiente para hacer saltar las alarmas y pasar a estar en búsqueda y captura. "Para acabar de complicar las cosas, arrastrabas para siempre tus antecedentes penales, con los que era muy difícil conseguir trabajo y vivir con normalidad", añade el activista. "Vamos, que te jodían la vida", sentencia Armenteros.

Juan Curbelo, superviviente: "Yo soy maricón, 'invertido', pero no vago ni maleante"

A la Ley de Vagos y Maleantes le siguió, ya en los 70, la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que también aplicaba a la homosexualidad. "Esta última se derogó parcialmente en el 78 y totalmente ya en el 95, hace apenas 30 años", señala el presidente de la Fundación 26 de diciembre. Como consecuencia, los presos homosexuales no empezaron a salir de las cárceles hasta principios del 79, más de un año después de la Ley de Amnistía que dejó en libertad a los últimos presos políticos de la dictadura. 

La homofobia no murió con Franco

"Pero lo peor es lo que ha venido después", pone sobre la mesa Armenteros. El silencio, la condena al olvido. "Estamos hablando de miles de personas por toda España que han vivido décadas en una situación de estrés postraumático. Con vergüenza, con miedo. Personas a las que nadie ha reconocido públicamente todo lo que sufrieron, todo lo que el Estado les hizo", subraya el activista. Ni a ellas ni a sus familias. Porque no, la homofobia no murió con Franco. "Buen ejemplo de ello es que la OMS, la Organización Mundial de la Salud, no descatalogó la homosexualidad como enfermedad hasta 1990", apunta el activista. Y que la Ley de Matrimonio Igualitario no llegó a España hasta el año 2005, hace ahora 20 años. "Antes de ayer", valora Armenteros. Una norma que, además, terminó con un recurso en el Tribunal Constitucional.

Falta mucho por hacer. Y es que en el mundo sigue habiendo muchas Tefías. "Todos esos países en los que la homosexualidad se sigue castigando, incluso con la pena de muerte; los recortes en derechos de las personas trans en EEUU; las terapias de conversión que siguen pululando por España, a menudo vinculadas a la Iglesia o la ola reaccionaria que recorre Europa, criminalizando al colectivo”, enumera Ramírez. Contra ello, disponemos de un arma fundamental: la memoria. "Conocer lo que ha pasado, lo que hemos sido, es la mejor forma de que no vuelva a repetirse", coinciden los activistas. Y eso implica contarlo todo. Las terapias con electroshocks, las lobotomías, las pruebas de virginidad, la reclusión en psiquiátricos y en centros adscritos al Patronato de Protección de la Mujer. "Todas las barbaridades que se nos han hecho durante décadas, durante siglos, por el mero hecho de existir, de ser", denuncia Armenteros. 

En este sentido, el Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática ha dado un paso en la buena dirección. Fuerteventura acogerá a principios de 2026 el acto de desagravio a la comunidad LGTBIQ+. Un evento, organizado como parte del programa España en libertad, que se celebra en la isla canaria precisamente por el simbolismo de Tefía. Los gestos de reparación no terminan ahí. En los próximos meses, la antigua colonia penitenciaria pasará a declararse Lugar de Memoria Democrática, además de convertirse en la sede de un nuevo centro de memoria que explique lo que fue la represión del colectivo durante la dictadura. Y también su historia de resistencia. Una petición por la que lleva décadas luchando la asociación majorera Altihay.

Inés García Rábade

Redactora de Vivienda y Memoria Histórica.


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