¿Ha oído Usted hablar de la famosísima "Carta A
García"?
Tiene unas de las páginas modernas más populares y
difundidas en el mundo. Antes de que la lea conviene que recuerde la historia
de tan curioso "Mensaje".
Fue escrita por un norteamericano, una tarde, en el
corto término de una hora. Pasó esto el 22 de Febrero de 1899, aniversario del
natalicio de Jorge Washington y en Marzo del mismo año ya se había publicado en
la revista "Philistine". Fue algo que brotó caliente de mi corazón y
lo escribí tras un día gastado en la pesada faena de excitar a infelices
sumidos en los limbos de una innacción criminal a que se tornasen hombres
auténticos, radiactivos.
El único fin que me propuse al redactarla fue excitar
a los inactivos y pesimistas a dedicarse con todo el entusiasmo posible a la
acción, sin contentarse con hacer únicamente aquello que se les paga, o que es
muy fácil hacer.
Pero la verdadera idea creadora brotó de labios de mi
hijo Bert, cuando en el curso de la conversación entre taza y taza de té,
sugirió que el héroe verdadero de la guerra de independencia de Cuba había sido
Rowan.
"Si, dijo mi hijo, porque Rowan fue quien en la
hora oportuna, culminante, llevó a cabo el hecho único, necesario; llevar el
mensaje a García, la carta que lo iba a llevar al triunfo. Sin esta Carta
quizás la independencia no se habr logrado".
La frase me hirió como un rayo. Sí, exclamé, el
muchacho tiene razón: el héroe es siempre aquel que cumple su misión. El héroe
es siempre aquel que en cada momento ejecuta con precisión y entusiasmo lo que
tiene que hacer. El que lleva la carta a García. Corrí a mi escritorio y de un
tirón de uno a otro cabo, escribí: "UNA CARTA A GARCÍA".
Tan poco caso hice a mi escrito, que fue publicado en
la revista sin encabezamiento siquiera.
La edición salió y empezaron a llover pedidos por
docena, por cincuenta, por cien ejemplares, de la revista, y cuando THE
AMERICAN NEWS CO., pidió mil ejemplares, pregunté lleno de asombro a uno de mis
ayudantes qué era lo que en ese número de la revista levantaba tal polvareda;
con asombro oí la respuesta: "Esa historia tuya acerca de García".
Al día siguiente recibí un telegrama de George H.
Daniels del New York Central Railroad, que decía: "deme el precio de
100,000 ejemplares de artículo de Rowan, en forma de folleto, con un aviso en
la portada sobre el Empire State express, y diga cómo puede hacer la
entrega".
Contesté dando el precio y avisando que la entrega se
podía hacer en dos años. Disponíamos de tan pocos elementos, que eso de
imprimir 100,000 ejemplares, nos parecía una empresa temeraria. el resultado
fue que dí permiso a Mr. Daniels para reimprimir el artículo por su cuenta.
Hízolo en ediciones de a medio millón de folletos. Dos o tres lotes de a
500,000 fueron puestos en circulación y además fue reproducido por cerca de 200
revistas y periódicos y traducido a todas las lenguas vivas.
En los tiempos en que Mr. Daniels distribuía "LA
CARTA A GARCÍA", vino a los Estados Unidos el Príncipe Kilakoff, director
de los ferrocarriles rusos. Y como dicho príncipe fuese huésped del New York
Central y saliera a una gira por todo el país bajo la dirección personal de Mr.
Daniels, conoció el folleto y se interesó por él más, quizá por ser Mr. Daniels
quien lo repartía y por la gran cantidad que vio circular, de mano en mano, que
por cualquier otra causa.
Lo cierto del caso fue que, de vuelta a su país, lo
hizo traducir al ruso e hizo repartir sendos ejemplares a los empleados de
todos los ferrocarriles del imperio. De Rusia pasó a Alemania, a Francia, a
España; a Turquía, al Indostán, a la China...
Durante la guerra rusa-japonesa, cada soldado ruso que
iba al frente llevaba un ejemplar de "LA CARTA A GARCÍA". Al
encontrar los japoneses el folleto en poder de todos y cada uno de los
prisioneros de guerra, concluyeron que debía ser algo excelente y lo vertieron
a su idioma. Por orden de Mikado fue repartido a cada uno de los empleados del
gobierno, militares o civiles.
Alrededor de 44.000.000 de ejemplares de "LA
CARTA A GARCÍA" han sido impresos, siendo esta la mayor circulación que
una obra, en vida de su autor, haya logrado en tiempo alguno de la historia,
gracias a qué serie de afortunados incidentes.
Una Carta a García
Hubo un hombre cuya actuación en la Guerra de
Independencia de Cuba brilla en mi memoria como el sol en su pleno esplendor.
Sucedió que en aquella guerra, cuando los Estados
Unidos decidieron intervenir en favor de los rebeldes cubanos, se vio muy clara
la necesidad de un entendimiento inmediato entre el Presidente Norteamericano y
el jefe de los patriotas el General Calixto García. ¿Pero cómo hacerlo?
Hallábase García en esos momentos. Dios sabe dónde, en alguna tenebrosa montaña
escondida en el interior de la isla. Y era absolutamente necesario ponerse en
comunicación con él para organizar los planes de ataque y de defensa. ¿Pero
cómo hacer llegar a sus manos un despacho?
¿Qué hacer?
Alguien dijo al Presidente: "Conozco a un hombre
llamado Rowan. Si alguna persona en el mundo es capaz en el mundo de dar con
García es él:"Rowan".
Llaman a Rowan. Le piden que vaya en busca de García,
esté donde esté, y que a costa de cualquier sacrificio, le haga llegar esa
carta importantísima.
Rowan toma la carta. La guarda bien escondida en una
bolsa que cierra contra su corazón, desembarca a los cuatro días en las costas
de Cuba, desaparece en la selva primitiva para reaparecer de nuevo a las tres
semanas al otro extremo de la Isla, cruzando un territorio hostil, y entrega la
carta a García. Los dos frentes coordinan acciones y se gana la guerra. ¿Cómo
logró llegar hasta donde estaba el destinatario de su carta? Es algo
interesante que merecer escribir aquí el modo como esto sucedió. son cosas de
las cuales no tengo especial interés narrar aquí. El punto sobre el cual quiero
llamar la atención es éste:
"McKinley da a Rowan una carta para que la lleve
a García. Rowan toma la carta y no pregunta: ¿en dónde podré encontrar al tal
García?". ¿Por dónde me voy a ir? ¿Esto será fácil? ¿No traerá peligros
este oficio? ¿Y por qué yo y no otro?". Nada de esto pregunta ni comenta.
Se va sin más a cumplir lo que se le ha encomendado.
¡Por Dios vivo!, que aquí hay un hombre cuya estatua
debería ser vaciada en bronces eternos y colocada en cada uno de los colegios
del universo. Porque lo que debe enseñarse a los jóvenes no es esto o lo de más
allá; sino vigorizar, templar su ser íntegro para el deber, enseñarlos a obrar
prontamente, a concentrar sus energías, a hacer las cosas, "a llevar la
carta a García".
El General García ya no existe. Pero hay muchos
Garcías en el mundo. Qué desaliento no habrá sentido todo hombre de empresa,
que necesita de la colaboración de muchos, que no se haya quedado alguna vez
quedado estupefacto ante la imbecilidad y la pereza del común de los hombres,
ante su abulia, ante su falta de energía y de perseverancia para llevar a
término las tareas que cada uno debe cumplir!
Por todas partes se ve flotar el descuido culpable, el
trabajo a medio hacer, la despreocupación, la indiferencia. Esta parece ser la
regla general en el obrar de muchos. Muchos empleados cumplen tan
descuidadamente sus deberes que si fueran soldados en una guerra ya los habrían
fusilado por desertores. Bajo estas condiciones no se puede tener éxito, si no
se logra por uno u otro medio la colaboración completa de los subalternos, a
menos que Dios en su bondad, obre un milagro y envié un ángel iluminador como
ayudante.
Amable lector: ¿quiere poner a prueba mis palabras
para saber si es cierta o no la afirmación de que si el progreso no nos llega
es porque no se encuentran personas dispuestas a cumplir sus deberes con
entusiasmo y hasta con sacrificio? Llame a uno de los muchos empleados que
trabajan a sus órdenes y dígale: "Consulte usted la Enciclopedia y hágame
el favor de sacar un extracto de la biograf de Corregio".
¿Cree usted que su ayudante le dirá: "Sí señor,
por supuesto", y ponga manos a la obra?
Pues no lo crea. Le lanzará una mirada vaga y le hará
una o varias de las siguientes preguntas:
¿Quién era él?
¿En qué Enciclopedia busco eso?
¿Pero es que ese oficio me corresponde hacerlo a mí?
¿No será la vida de Bismark la que usted necesita?
¿Por qué no ponemos a Carlos a que busque eso?
¿Necesita usted de ello con urgencia, o lo podemos
dejar para la semana entrante?
¿Quiere que le traiga el libro y saca usted mismo el
resumen?
¿Para qué quiere saber eso?
Y apuesto diez contra uno a que después de que usted
haya respondido íntegramente el anterior cuestionario y haya explicado el modo
de verificar la información y para qué la necesita usted, el prodigioso
ayudante se retirará y buscará otro empleado para que le ayude a buscar a
"GARCÍA" y regresará luego a informarle que tal hombre no existió en
el mundo.
Puede suceder que yo pierda mi apuesta, pero si la ley
de los promedios es cierta, probablemente no la voy a perder. Si usted no
quiere complicarse la vida, no va a perder más tiempo explicándole a su
ayudante que Corregio se busca en la C y no en la K, y otros detalles más, sino
se sonreirá y suavemente le dirá: "Dejemos eso". Y buscará usted
personalmente lo que necesita averiguar.
Y esta incapacidad para la acción independiente, para
la iniciativa personal, estupidez moral, esta flojedad de voluntad, esta mala
gana para remover por sí mismo los obstáculos, este no hacer trabajar la propia
inteligencia, es lo que retarda el bienestar colectivo de la sociedad y no deja
a los individuos llegar al éxito. Si ni siquiera cuando se trata de conseguir
provechos personales la gente está dispuesta a buscar soluciones y a derrochar
enegías y tiempo por obtener las soluciones, ¿qué será cuando se trata de
conseguir éxitos para su empresa o su nación?
Qué lástima que a muchos lo único que les hace
trabajar sea la mirada amenazadora y la voz tormentosa del capataz o del jefe.
El temor de ser despedidos el sábado por la tarde es lo único que retiene a
muchos trabajadores en su puesto. Ponga un aviso solicitando un secretario, y
de cada diez aspirantes, nueve no saben ni ortografía ni puntuación. Parecen
haber olvidado la consigna bíblica: "Que el que trabaja en servicio de
otros no haga su oficio solo porque lo están viendo y por lo que puedan opinar
las personas, sino con todo el corazón, porque quiere tener contento a
Dios" (Colosenses 3, 22).
Me decía el jefe de una gran compañía: ¿ Ve a ese
contador? Es un gran matemático. Pero si lo envío a cualquier agencia, por el
camino se entra a un bar y se emborracha". ¿Cómo podrá encomendarse a un
individuo semejante, la Carta a García?
¿Podrían tales individuos llevar la carta a García?
En los últimos tiempos es frecuente oir hablar con
gran simpatía del pobre trabajador víctima de la explotación industrial, del
hombre honrado, sin trabajo, que por todas partes busca inútilmente emplearse.
Y a todo esto se mezclan palabras duras contra los que están arriba, y nada se
dice del jefe de industria que envejece prematuramente luchando en vano por
enseñar a ejecutar a otros un trabajo que ni quieren aprender ni les importa;
ni de su larga y paciente lucha con colaboradores que no colaboran y que sólo
esperan verlo volver la espalda para malgastar el tiempo.
En todo almacén, en toda fábrica, en toda compañía hay
una continua renovación de empleados. El jefe despide a cada instante a
individuos incapaces de impulsar su industria y llama a otros a ocupar sus
puestos. Y esta escogencia no cesa en tiempo alguno ni en los buenos ni en los
malos. Con la sola diferencia de que cuando hay escasez de trabajo la selección
se hace mejor; pero en todo tiempo, y siempre, el incapaz es despedido;
"la ley de la supervivencia de los mejores se impone". Por interés
propio todo patrono conserva a su servicio a los más hábiles: aquellos capaces
de llevar la Carta A García.
Conozco a un hombre de facultades verdaderamente
brillantes, pero inhábil para manejar sus propios negocios y absolutamente
inútil para gestionar los ajenos, porque lleva siempre consigo la insana
sospecha de que sus superiores lo oprimen o tratan de oprimirlo. Ni sabe dar
órdenes ni sabe recibirlas. Si se enviara con él la carta a García, contestaría
muy probablemente: "llévela usted". Hoy este hombre vaga por las
calles en busca de oficio, mientras el viento silba al pasar entre las hilachas
de su vestido. Nadie que lo conozca se atreve a emplearlo por ser él un
sembrador de discordias y pereza. No le entra la razón y sólo sería sensible al
taconazo de una bota.
Comprendo que un hombre tan deformado moralmente
merece tanta compasión como si lo fuera físicamente; pero al compadecerlo
recordemos también a aquellos que luchan por sacar triunfante una empresa, sin
que sus horas de trabajo estén limitadas por el pito de la fábrica, y cuyo
cabello se torna prematuramente blanco en la lucha tenaz por conservar sus
puestos a individuos de indiferencia glacial, imbéciles e ingratos que le deben
a él el pan que se comen y el hogar que los abriga.
¿Habré exagerado demasiado? Puede ser; pero cuando
todo el mundo habla de los trabajadores, así, sin distinción ninguna; quiero
tener una frase de simpatía para el hombre que logra éxito; para aquél que
luchando contra todos los obstáculos, dirige los esfuerzos de los otros, y
cuando ha triunfado, sólo obtiene por recompensa --si acaso-- pan y abrigo. Se
escucha decir que fulano se hizo rico porque explotó a los demás... Puede ser,
pero lo que no nos explican es que ese señor no tuvo miedo de llevar su Carta A
García. Que no tuvo miedo a levantarse a las cinco y trabajar hasta tarde de la
noche. Que los fines de semana en vez de ir a los bares se fue a hacer planes
de progreso o a perfeccionar sus conocimientos. Que mientras los otros
charlaban él trabajaba. Que mientras los demás dormían, él echaba cabeza
buscando soluciones. Por eso triunfaron porque supieron lanzarse a la acción
sin miedo ni pereza. Porque en vez de echar a una alcantarilla la Carta A
García y dedicarse luego a buscar excusas por no haber conseguido fama ni
éxitos, se lanzaron con toda el alma a buscar fórmulas para triunfar, y como
"todo el que busca encuentra", encontraron las fórmulas, y
practicándolas, consiguieron el triunfo.
Yo también he trabajado a jornal y me he hecho la
comida con mis propias manos; he sido patrono y puedo juzgar por experiencia
propia y sé que hay mucho que decir de parte y parte. La pobreza no da
excelencia por sí sola; los harapos no son recomendación; no todos los patronos
son duros y rapaces, ni todos los pobres son virtuosos.
Mi corazón está con aquellos obreros que trabajan lo
mismo cuando el capataz está presente que cuando está ausente. Y el hombre que
se hace cargo de una carta para García y la lleva tranquilamente sin hacer
preguntas sin sentido, y sin la intención perversa de arrojarla en la primera
alcantarilla que se encuentra al paso, y sin otro objetivo que llevarla a su
destino; a este hombre jamás se le despedirá de su trabajo, ni tendrá jamás que
entrar en huelga para obtener un aumento de salario. La civilización es una
lucha prolongada en busca de tales individuos. Todo lo que un hombre de esta
clase pida, lo tendrá; lo necesitan en todas partes; en las ciudades, en los
pueblos, en las aldeas, en las oficinas; en las fábricas; en los almacenes. El
mundo los pide a gritos, el mundo está esperando siempre ansioso el
advenimiento de hombres capaces de llevar la carta a García.
El mundo confiere sus mejores premios tanto en honores
como en dinero, a una sola cosa: a la iniciativa.
¿Qué es la iniciativa?
Puedo definirla en pocas palabras: hacer, lo que se
debe de hacer, bien hecho; sin que nadie lo mande.
A quien hace una cosa bien hecha sin que nadie se lo
ordene, sigue aquel que la hace bien cuando se le ha ordenado una sola vez, es
decir; aquéllos que saben llevar la Carta A García. Estos reciben altos
honores, pero su pago no guarda la misma proporción.
Vienen luego aquéllos que obran sólo cuando se les ha
dado la orden por dos veces; no reciben honores y sólo tienen un pago pequeño.
Se encuentran después los que hacen una cosa bien
hecha, pero sólo cuando la necesidad los aguijonea; en vez de honores reciben
la indiferencia y se les paga con una miseria. Estos tales emplean la mayor
parte de su tiempo refiriendo historias de su mala suerte y quejándose de la
vida.
Todavía en una escala inferior están aquéllos que no
hacen nada bien hecho, aún cuando algún compañero se lo enseñe a hacer y
permanezca a su lado para cerciorarse de que lo hacen; éstos pierden
constantemente sus puestos y reciben como pago el desprecio que se merecen, a
menos que por suerte tengan un padre rico, y en este caso el destino los acecha
en su camino hasta descargarles un recio golpe.
¿A qué clase pertenece usted?
El Director General o Jefe de la Policía de Buenos
Aires ha querido dar, según leemos en La Prensa de aquella gran metrópoli, una
lección educativa a sus subordinados para establecer las condiciones que, a su
juicio, constituyen el verdadero mérito para lograr un ascenso. Sobre los años
de servicio pone las aptitudes; doctrina ésta que se ha popularizado por medio
del siguiente apotegma: "Aptitud duple antigüedad".
A fin de establecer lo que entiende por aptitudes
superiores, el Jefe de la Policía bonaerense ha escrito un diálogo a la manera
platónica; lo ha hecho escribir en grandes carteles murales y lo ha mandado
fijar en todos los cuarteles de su mando. He aquí el diálogo:
La escena ocurre en una de nuestras grandes casas
comerciales. Un empleado pide autorización para presentar una queja al director
general.
--¿Qué hay?
--Señor director, ayer fue nombrado X para ocupar la
vacante de Z, y X es 16 años más joven que yo.
El director le interrumpe:
--¿Quiere usted averiguar la causa de ese ruido?
El empleado sale a la calle y regresa diciendo:
--Son unos carros.
--¿Qué llevan?
Después de una nueva salida el empleado vuelve
diciendo:
--Unas bolsas.
--¿Qué contienen las bolsas?
El empleado hace otro viaje a la calle y vuelve
diciendo:
--No sé lo que tienen.
--¿A dónde van?
Cuarta salida y responde:
--Van hacia el este.
El director llama al joven X y le dice:
--¿Quiere averiguar la causa de ese ruido?
El empleado X sale y regresa cinco minutos después
manifestando:
--Son cuatro carros cargados con bolsas de azúcar,
forman parte de las quince toneladas que la Casa A remite a Mendoza. Esta
mañana pasaron los mismos carros con igual carga. Se dirigen a la estación
Catalinas; van consignados a...
El director, dirigiéndose al empleado antiguo:
--¿Ha comprendido usted?