#ArtículoCompleto | El marroquí inocente convertido en monstruo por la maquinaria del odio
Javier
F. Ferrero
La
ultraderecha fabricó un culpable a medida: la justicia y los medios
tardaron 57 días en desmontar la mentira.
CUANDO EL BULTO MIGRANTE SIRVE PARA ALIMENTAR EL ODIO
El 16 de julio de 2025, a las 3:53 de la madrugada, dos jóvenes salieron de una infravivienda en llamas en La Isleta, Las Palmas. Una menor canaria de 17 años, fugada de un centro tutelado, y Abarrafia Hader, un chico marroquí de 20 años recién llegado en patera. Ambos se abrazaron tras escapar del incendio. Ella con el cuerpo abrasado, él semidesnudo y aturdido. Ese gesto de cooperación fue invisibilizado durante dos meses. Lo que la extrema derecha necesitaba no era un relato de supervivencia compartida, sino un monstruo extranjero al que colgar el sambenito de verdugo.
Las redes se inundaron de titulares falsos, teorías incendiarias y fotos manipuladas. “Un marroquí quema viva a una menor”, repetían portales ultras, youtubers y agitadores digitales. No importaba que los informes policiales iniciales fueran ambiguos. No importaba que la víctima lo exculpara dos semanas después. Importaba el rédito político. Vox convocó movilizaciones en La Isleta, copiando el modelo de linchamiento de Torre Pacheco (Murcia), donde ultras apalearon a vecinos marroquíes pocos días antes. Los hechos eran secundarios; lo esencial era sembrar miedo y odio.
El juez ordenó prisión provisional. Hader pasó 57 días en la cárcel. Dos meses convertido en carne de titular, en chivo expiatorio, en material inflamable para el nacionalismo xenófobo. La justicia no actuó con prudencia, sino con cálculo: pesó más su condición de migrante irregular, sin domicilio fijo, que la presunción de inocencia. Como señala Mohamed Rouin, investigador en Derecho Penal, “cuando hay dudas, siempre deben influir en beneficio del investigado”. No fue el caso.
JUSTICIA SELECTIVA Y CÁRCEL COMO CASTIGO PREVENTIVO
El encierro de Hader ejemplifica cómo funciona la justicia cuando el acusado es pobre, extranjero y sin red de protección. Las cárceles en España están llenas de personas sin apellido de renombre, sin abogados caros, sin altavoz mediático. La prisión provisional se convierte en pena anticipada. El relato judicial se alimenta de prejuicios: la piel, el origen, la condición administrativa. No de pruebas sólidas.
El caso de Las Palmas muestra la connivencia de tres poderes: un sistema judicial que castiga por prevención y sospecha; unos medios que replican sin contrastar bulos alimentados por agitadores; y una ultraderecha que ha convertido al migrante en la pieza perfecta de su propaganda. Hader fue presentado como violento, reincidente, fanático. Nada de eso se sostenía en la realidad. Pero era útil. La ficción siempre resulta más rentable que la verdad cuando se trata de legitimar el racismo.
La menor declaró el 30 de julio que Hader trató de ayudarla a salir por la ventana. Su testimonio llegó al juzgado un mes y medio antes de su liberación. ¿Por qué se mantuvo el encierro cuando ya se sabía que no había agresión? Porque la maquinaria del odio había dictado sentencia en la calle y en redes. Y porque los jueces temen más al ruido mediático que a la injusticia que ellos mismos perpetúan.
Los informes finales de bomberos y policía científica confirmaron lo que se sabía desde el inicio: el incendio fue accidental. No hubo líquido inflamable. No hubo ataque premeditado. Hubo precariedad, humo y basura acumulada en una casa sin electricidad. Una chispa mal apagada bastó para prender la hoguera que acabó devorando la vida de dos jóvenes al margen del sistema.
Mientras tanto, Santiago Abascal tuiteaba: “No hay un español decente que entienda esta noticia. ¿Por qué tenemos que tener en la calle a estos monstruos?”. Una frase que condensa el odio de clase y de raza en pocas palabras. Lo llamativo no es la mentira, sino la impunidad con la que puede fabricarse y propagarse. Daniel Esteve, dueño de Desokupa, fue más lejos: “Se probó. Esa chica fue quemada viva por él”. A la ultraderecha no le interesa la verdad; le interesa el miedo como negocio.
EL ABRAZO QUE NO QUISIERON VER
En las imágenes de las cámaras de seguridad se ve cómo la joven y Hader se abrazan al salir de la casa. Ese gesto, que habla de solidaridad y de supervivencia compartida, fue reinterpretado como manipulación. El racismo necesita forzar las imágenes, descontextualizar los gestos, fabricar agresores donde solo hay víctimas. El chico no fue tratado como alguien que intentó salvar una vida, sino como un intruso cuya mera presencia bastaba para criminalizarlo.
Abarrafia Hader ha quedado en libertad provisional. Tiene prohibido salir de la isla y debe comparecer cada semana.
El verdadero incendio no fue el que abrasó aquella infravivienda, sino el que prendieron los discursos del odio.
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