LOS NAZIS QUE LLORAN
La ultraderecha española y global vive de fabricar insultos. No tiene un proyecto social, ni un modelo económico viable más allá de blindar privilegios. Lo suyo es degradar al adversario con palabras que funcionan como armas arrojadizas: buenista, feminazi, okupa, chavista, perroflauta, liberticida.
No son simples exabruptos, son jaulas semánticas. El insulto se convierte en diagnóstico. El lenguaje, en trinchera. Quien defiende derechos humanos es tratado de ingenuo patológico. Quien rescata migrantes se convierte en “negrero”. Quien exige justicia social es caricaturizado como “chavista”.
Pero
cuando se pronuncia la palabra precisa —nazi—, el artificio se
derrumba. Los mismos que estigmatizan a diario claman persecución.
Los verdugos se disfrazan de víctimas.
Prefieren autodenominarse patriotas, identitarios o conservadores clásicos. Lo que no soportan es el término que los conecta con las fosas comunes, los campos de exterminio y la memoria del horror.
Su gramática es simple: licencia absoluta para insultar, hipersensibilidad cuando se les devuelve el espejo. El tertuliano vociferante, el diputado inflamado o el troll digital comparten la misma dramaturgia: degradar al otro y exigir respeto solemne para sí.
El fascista no llora porque se le insulte, sino porque ha sido reconocido.
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Opinión | Los nazis también lloran
Por Javier F. Ferrero
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