Spanish Revolution
Carta abierta a María Pombo: la apoteosis de la incultura orgullosa
(NOTA: Le escribimos esta carta porque ha dicho que “no sois mejores porque os guste leer, hay que superarlo”, convirtiendo una opinión personal en una apología pública de la incultura).
María, lo que usted ha hecho no es una simple declaración sobre gustos. No es un “a mí no me gusta leer” inocente. Lo que usted ha hecho es reivindicar la incultura como estilo de vida, convertir la ignorancia en bandera y, lo que es peor, presentarla como si fuera un gesto de autenticidad. No lo es. Es frivolidad elevada a doctrina.
Usted dice que “no sois mejores porque os guste leer”. Es cierto, leer no convierte automáticamente en mejor persona. Pero no leer, y presumir de ello, sí dice mucho. Dice que se elige vivir en la superficie, sin cuestionar nada, sin ejercitar la capacidad crítica, sin asomarse jamás al pensamiento de quienes vinieron antes. Dice que se opta por la pasividad, por el consumo vacío, por la lógica del escaparate.
Lo grave no es que a usted no le guste leer. Lo grave es que, con 3,3 millones de seguidores, su discurso se convierte en altavoz de la banalización cultural. Que alguien con tanto alcance utilice su influencia no para acercar a la gente a un poema, a una idea o a un relato, sino para justificar el desinterés absoluto por la lectura, es un acto político. Porque en un mundo en el que el poder se sostiene sobre masas desinformadas, lo que usted hace es funcional al sistema.
Jesús Quintero lo dijo con claridad: “Siempre ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido con vergüenza. Nunca como ahora la gente había presumido de no haberse leído un puto libro.” Usted encarna exactamente eso: la naturalización de la ignorancia como moda, la pose de influencer que convierte la carencia en identidad aspiracional.
No, señora Pombo. No se trata de que los libros sean un fetiche de superioridad moral. Se trata de que sin lectura no hay memoria, no hay pensamiento crítico, no hay posibilidad de emancipación. Quienes no leen terminan consumiendo titulares como dogmas, consignas como verdades y bulos como religión. Y eso sí que nos hace peores.
Su librería llena de figuritas y fotos no es un problema estético. Es el símbolo de una época: la cultura como decoración vacía, la inteligencia convertida en accesorio kitsch. Lo que usted defiende no es la libertad de elección. Es la renuncia voluntaria a pensar. Y cuando la renuncia se celebra, la mediocridad se convierte en norma.
María, su frase pasará a la historia como otra piedra más en la catedral de la estupidez orgullosa. La misma que aplaude realities que embrutecen, noticias convertidas en espectáculo y líderes políticos que confunden propaganda con verdad. Usted es parte del engranaje que fabrica mayorías dóciles, sin inquietudes ni memoria.
Y por mucho que intente disfrazarlo de frescura, lo que ayer demostró no es autenticidad. Es servidumbre cultural. Es la confirmación de que vivimos en un tiempo donde la ignorancia no se sufre: se presume, se monetiza y se vende.
Lo dijo Quintero: “Todo es superficial, frívolo, elemental, primario, para que ellos puedan entenderlo y digerirlo.” Usted es la prueba viviente de esa profecía. Y, créame, no hay nada liberador en ello. Solo hay decadencia.
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