En
un fallo más propio de un tribunal inquisitorial que de un Estado de
derecho avanzado y garantista, el Tribunal Supremo ha condenado al
fiscal general del Estado.
El
veredicto, dado a conocer este 20 de noviembre, reúne todos los
atributos para ser histórico porque se trata de una condena sin
evidencias que la respalden.
Aunque
aún no se conoce el texto de la sentencia, ni siquiera si está ya
redactada, esta solo se puede basar en indicios, lo que parece
insuficiente y altamente subjetivo para una condena de esta
naturaleza.
Eso
es lo que da al veredicto el carácter inquisitorial, o si se
prefiere, de mensaje político de estirpe mafiosa y antidemocrática.
Y
es infrecuente también que el fallo dé la razón a acusaciones de
parte y con obvios intereses torticeros, como el del comisionista
González Amador, y haga caso omiso de la opinión de la Fiscalía,
que pidió la libre absolución del fiscal general.
Todo
esto da a entender que la condena, tiene objetivos distintos al de
impartir justicia.
La
intención que trasluce el fallo es idéntica a la que persiguen
desde hace tiempo muchos otros poderes públicos y privados, no solo
en España (véase Brasil): tratar de derribar como sea al Gobierno
progresista, que con todos sus defectos es el último freno para el
acceso al poder de la extrema derecha y la derecha extrema.
Hay
un propósito más directo e incluso más indigno: ayudar a que
González Amador, pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid,
Díaz Ayuso, procesado por cuatro delitos (fraude fiscal, falsedad en
documento mercantil, delito continuado contable y pertenencia a grupo
criminal), pueda conseguir la invalidación de su procedimiento
argumentando indefensión, o tal vez persecución ideológica.
Con
la condena, el Tribunal ignora además los testimonios de una decena
de periodistas y de cuatro medios (Cadena SER, El País, La Sexta y
eldiario.es), que bajo juramento afirmaron que tuvieron conocimiento
por fuentes ajenas al fiscal general del Estado del pacto de
autoinculpación de fraude fiscal por parte de González Amador.
El
secreto profesional de los periodistas está protegido por la
Constitución.
El
argumento de que esos informadores pudieron escudarse en el secreto
profesional de las fuentes para no decir la verdad es un insulto.
MAR
reconoció sin empacho en el juicio que había mentido, según la
nueva doctrina del Supremo, es lícito o aceptable que un político
mienta a sabiendas para tratar de inculpar al más alto cargo de la
Fiscalía.
La
bochornosa decisión de Marchena y sus compañeros de la Sala Penal
confirma lo que muchos no querían ver, que algunos jueces se han
convertido en activistas políticos.
Es
por tanto un golpe durísimo contra la democracia.
No
necesitan ni pruebas, ni leyes, ni nada.
Es
un ejercicio de omnipotencia. Un deporte altamente peligroso.
Si
le han hecho esto a un fiscal general del Estado, ¿qué no podrán
hacer con la ciudadanía de a pie?
https://ctxt.es/.../editorial-fiscal-general-condena...
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