En septiembre de 1941, en las afueras de Kiev, ocurrió una de las matanzas más rápidas y brutales del Holocausto. Su nombre quedó ligado para siempre a un barranco: Babi Yar.
Tras la ocupación alemana de la ciudad, los nazis ordenaron a la población judía presentarse con documentos y pertenencias. Muchos creyeron que se trataba de un traslado. En realidad, era una trampa cuidadosamente planificada. Durante dos días, el 29 y 30 de septiembre, casi 34.000 hombres, mujeres y niños judíos fueron conducidos hasta el borde del barranco.
Allí, las unidades móviles de exterminio —los Einsatzgruppen— con ayuda de colaboradores locales, obligaron a las víctimas a desnudarse. Luego, familia tras familia, fueron fusiladas. Los cuerpos caían unos sobre otros, formando capas humanas en el fondo del barranco. El asesinato se ejecutó con una frialdad industrial: sin cámaras de gas, sin campos, solo armas, munición y silencio.
Babi Yar no fue un episodio aislado, sino parte de la llamada “Shoá por balas”, el método utilizado por los nazis en Europa del Este antes de la implantación sistemática de los campos de exterminio. En los meses y años siguientes, el mismo barranco seguiría tragándose vidas: romaníes, prisioneros de guerra soviéticos, opositores políticos y nacionalistas ucranianos también fueron asesinados allí. Se estima que el número total de víctimas supera ampliamente las cien mil personas.
Durante décadas, el lugar fue deliberadamente silenciado. Bajo el régimen soviético, no se permitió un memorial que reconociera explícitamente a las víctimas judías. El barranco fue rellenado, convertido en parque, como si la tierra pudiera borrar lo ocurrido. La memoria sobrevivió, no gracias a monumentos, sino a testimonios, poemas y recuerdos fragmentados.
Hoy, Babi Yar representa algo más que una masacre: es el símbolo de hasta dónde puede llegar la deshumanización cuando el odio se convierte en política y la muerte en procedimiento administrativo. Un recordatorio brutal de que el genocidio no siempre necesita fábricas de muerte; a veces basta un barranco, armas cargadas y la decisión de mirar a otro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario