Arcadi
Oliveres: "Voy a morir sin ver caer la monarquía, pero lo
veréis en cuatro días"
El
economista e incansable activista Arcadi Oliveres afronta sus
últimos días tras un diagnóstico de cáncer terminal. Arropado
por su familia, que ha abierto una web para todo aquel que quiera
mandarle mensajes, se siente “feliz” y con ganas de seguir
buscando soluciones a una sociedad injusta. "Si este mundo no
nos gusta, hay que buscar otro", insiste
elDiario.es
Pau
Rodríguez
12
de febrero de 2021
Estos
son los últimos días de vida de Arcadi Oliveres. Su horizonte es
breve, pero lleno de amor, tal como lo describió su familia. A sus
75 años, este economista y profesor universitario, incansable
activista y conferenciante, afronta un pronóstico terminal de cáncer
junto a su familia, en su casa de Sant Cugat del Vallès. En un gesto
nada habitual, sus hijos abrieron una web para
que la gente le mande mensajes de afecto y los más de 5.000
recibidos han convertido su adiós en algo público, colectivo y
hermoso.
Sentado
en la butaca del salón, donde recibe a más de una decena de
personas al día, Arcadi Oliveres explica que físicamente está todo
lo bien que puede estar, mientras que, anímicamente, se describe
como "demasiado eufórico". Después de encajar el
diagnóstico solo, ingresado en el hospital, ha pasado de "la
oscuridad más absoluta" a "la luz que nace cuando estás
con amigos y familia". Ya en casa, se siente acompañado y
feliz. Y esto le da el ímpetu necesario para seguir con lo que le
apasiona: hablar de las grandes injusticias de nuestras sociedades y
discutir cómo superarlas, desde la crisis de los alquileres hasta el
hambre en el mundo, ya sea un periodista el que le pregunta o
cualquiera de sus nietos, que suelen correr por casa muy a menudo.
En
su último libro Paraules
d'Arcadi (Angle
Editorial), que se acaba de publicar este mes y que se gestó antes
de conocer su enfermedad, Oliveres ordena sus ideas sobre luchas
pasadas y aporta sus reflexiones sobre retos futuros que ya son
presentes: la crisis climática, la migratoria o el fin de la
monarquía, un deseo para él "ineludible" que sabe que no
verá, aunque cree que por poco llegará. Pero lo mejor del libro,
dice, es el prólogo. En él aparecen sus conversaciones con los
nietos. Les dice que el mundo anda revolucionado. El mayor, de 11
años, le suele coger el periódico cada mañana para leérselo
entero, como hacía él con el de su padre, y luego lo comentan.
"Aquí solemos tener una bola del mundo –señala un rincón
del salón– y muchas veces la cogemos y vamos tanteando: que si
esto es Rusia, esto es la frontera de México y Estados Unidos…"
Una
de las tareas estos días de Oliveres consiste en idear su funeral.
El mensaje que quiere transmitir, dice, es "bien sencillo":
"El de un señor llamado Jesucristo, que nació hace dos mil
años y que decía 'amaros los unos a los otros'". Como
creyente, le ha pedido acompañamiento espiritual a un amigo
sacerdote, el mismo que ayudó en su etapa final de vida a Marcel, su
hijo, que falleció a los 28 años, hace una década, pocas semanas
después del 15-M.
Su
familia abrió la web para que le enviasen mensajes y lleva ya miles.
¿Se lo esperaba?
Hombre,
esperaba mensajes, porque en toda mi vida no he hecho otra cosa que
moverme de un sitio para otro, pues al final la gente te conoce.
Además yo juego con ventaja. Cuando me jubilé, en 2016, hice una
pequeña tontería, que es calcular cuántos alumnos y alumnas había
tenido: eran aproximadamente 17.000. Con lo cual, eso es señal de
que a alguien he conocido. Pero que llegue a cientos y miles de
personas no me lo esperaba y me hace aparecer como un maleducado,
porque debería darles señales de vida y muestras de agradecimiento
y lo único que he podido hacer son respuestas de tipo general.
Mucha
de la gente que le escribe son antiguos alumnos suyos de la
Universitat Autònoma de Barcelona o personas que asistieron a sus
charlas. La mayoría de ellos coinciden en que usted cambió su forma
de ver el mundo.
Algunos
lo dicen, muy gentilmente. Sí te voy a decir que cuando empiezas a
hacer balance de tu vida, y alguien –que no serán 17.000 personas,
quizás 17 a secas– te dice que fue alumno tuyo, o que trabajaba en
un banco especulativo y decidió cambiar de trabajo tras escuchar
alguna de mis charlas, e incluso alguno lo consiguió, es un placer.
Si alguien ha abandonado las finanzas especulativas y estas tonterías
solemnes que se enseñan en las facultades, arriesgando su sueldo
fijo, para dedicarse a la economía como un instrumento honesto al
servicio de las personas, pues mejor que mejor.
En
una sociedad que trata la muerte como algo privado, a veces un tabú,
usted lo ha afrontado abiertamente. ¿Cómo se prepara para un
momento como este?
Carambolas.
Toda mi vida, desde el nacimiento hasta mi muerte, han sido
carambolas. La suerte de haber nacido en una determinada familia, con
una determinada educación, de haber convivido en una época política
básica, de que mis padres fueran de una forma, mis hijos de otra...
Cuando hace tres semanas estaba en el hospital, estaba convencido de
que tenía una cosa distinta. Y cuando me dijeron que era un cáncer
de páncreas terminal, el más agresivo, entonces sí me di cuenta de
que era el fin, de que había que prepararse, y fue fácil. Porque la
preparación ha sido el cariño, el amor y la estimación de mis
amigos y familiares, empezando por mi mujer.
Una
vida, incontables causas sociales
Pocos
como Arcadi Oliveres pueden presumir de haber despertado la
conciencia política de tanta gente, de jóvenes y ancianos, con sus
clases en la facultad y sus charlas allí donde le llamasen. Al
volante de su coche, casi siempre solo, acudía ahora a un centro
cívico, ahora a una asamblea sindical o a una escuela pública. Hubo
años, en la década de los 2000 y durante la crisis económica, que
llegó a impartir más de una conferencia al día. Más de 500 al
año. No suele tener un no para nadie. "El único criterio era
tener la agenda libre", sonríe.
Su
conciencia política se despertó en casa, en una familia catalanista
del barrio del Eixample, pero sobre todo en la Escola Pia Nostra
Senyora y, después, en la universidad. Una de sus primeras
militancias fue la creación del Sindicato Democrático de
Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB), en 1966, episodio
casi fundacional para toda una generación de activistas
antifranquistas. Siempre ligado a entidades cristianas por la
justicia social, como Justicia i Pau o Pax Christi, ha defendido
incontables causas sociales, desde la abolición de la pena de muerte
o la Marxa
de la Llibertat durante
la Transición hasta el 15-M o la campaña Volem
acollir, más
recientemente.
Enemigo
declarado de los grandes bancos y de la industria armamentística,
Oliveres ha dedicado gran parte de su trayectoria a reivindicaciones
de carácter internacional, como la campaña del 0,7% para la
cooperación, el consumo responsable o el movimiento
antiglobalización. Todas ellas causas que pueden parecer perdidas,
pero que él nunca ha sentido como utópicas. "Soy optimista
porque las cosas objetivamente se pueden mejorar", resume,
cartesiano.
"Tenemos
que sacarnos de encima la voluntad de acumulación, de tener por
encima del ser. ¿Frente a esto qué hay? Educación, educación y
educación", proclama. Y pone un ejemplo: "Si me llama
Vodafone y me dice que me ofrece el mes que viene pagar cinco euros
menos, a mí esto me da igual. Yo lo que quiero es que el día que un
señor no pueda pagar a Vodafone, que cualquier día podemos ser
nosotros, no le corten el teléfono. Si el mundo se mueve en función
de las ganancias económicas, no haremos nada", resume.
¿Hay
algún denominador común que una todas las causas en que ha
participado?
El
deseo de bienestar humano. Para mí, es nuestra obligación hacer
feliz a la población mundial, sabiendo que estamos en un planeta que
tiene recursos científicos, académicos, comunicativos y todo lo que
quieras para que la gente pueda vivir dignamente. Hasta cierto punto,
claro, porque el planeta tiene sus límites y esta es una de las
conclusiones positivas de la pandemia, que nos estamos dando cuenta
de ello.
Dice
que ha hecho balance. ¿Hay alguna reivindicación de la que haya
extraído algún aprendizaje especialmente valioso?
Todas
están en la misma línea. Pero por las fechas que atravesamos, y
charlando con amigos, una de las que más me ha satisfecho es la
reivindicación de las personas migrantes. El 1 de marzo se
conmemoran los 20 años del encierro en la Iglesia del Pi de
Barcelona. Fui uno de los activistas que reivindicaron frente a la
Delegación del Gobierno para que pudieran entrar dignamente sin ser
perseguidos. Fue una lucha larga, con 1.300 personas encerradas
varias semanas en un recinto con solo siete lavabos. Pero cuando
salieron, tenían papeles para todos. Los inmigrantes son ciudadanos
como cualquiera y el sistema aplicado por la UE para no dejarlos
entrar, o para que se mueran ahogados en el mar, ¡es absolutamente
fascista! Me excito con este tema porque es un derecho humano
fundamental.
En
su nuevo libro explica que, al participar en la
famosa contracumbre de
Seattle, episodio clave del movimiento antiglobalización, aprendió
que decir 'no' no es suficiente. Que hay que buscar siempre
alternativas.
Bueno,
si acaso lo reaprendí en Seattle. Porque lo de decir 'no' ya me lo
explicaba Raimon con su famoso Diguem
no.
No queríamos este mundo. Pero esta es la primera parte. Si no
queremos este mundo, hay que buscar otro. A partir de aquí empieza
la búsqueda de otras formas de convivencia, de respeto a la
naturaleza, de aprovechamiento energético, de actuaciones bancarias.
Yo he tenido la enorme suerte de participar en un movimiento que en
Catalunya ha tenido mucha fuerza, que es el del consumo responsable.
Que seamos capaces de ver en qué banco ponemos el dinero, en qué
tienda compramos los productos. Actuar en consecuencia.
Una
palabra que para mí es sagrada es la coherencia. Aunque sé que
nunca lo seremos al 100%. Yo soy muy contrario a una multinacional
perversa como es Nestlé, que con su leche en polvo mató a miles de
niños en África, pero un pequeño vicio que tengo es que me gustan
los bombones de la caja roja y la gente lo sabe y me los trae.
¿Podemos tomar unos bombones y dormir con la conciencia tranquila?
Solo faltaría.
Una
vida política sin ser político
Arcadi
Oliveres se ha dedicado siempre a la política, pero nunca a la
institucional. Desde los atriles de la universidad hasta las plazas,
siempre ha tenido conciencia de que lo que hacía era política. Uno
de los casos más recientes y de mayor intensidad fue para él el
15-M, que le pilló ya en edad de jubilación. Muchas veces le han
preguntado qué queda de todo aquello, ahora que se cumplen diez
años. Suele contestar que mucho: "De entrada, queda el diguem
no,
esa señal de protesta de que el mundo no te gusta. Y luego la
voluntad de cambio con las mareas que surgieron".
Otra
pregunta que le hacen a menudo es por qué nunca quiso entrar en la
política parlamentaria. Por ofertas no ha sido. Una de las últimas
iniciativas que impulsó, junto a muchos otros activistas, fue la del
Procés Constituent, una plataforma cívica que trató de aglutinar a
todos los partidos de izquierda transformadora, de la CUP a los
Comuns. "Nunca me atreveré a criticar a aquellos que han optado
por entrar en política, porque tengo muy buenos amigos que lo han
hecho, gente entrañable. Pero para mi es como si me pidieras
organizar partidos de fútbol: no tengo ni idea. No ha sido nunca mi
opción", esgrime.
En
los últimos años le hemos visto menos en público. ¿Qué ha
ocupado su pensamiento?
Primero,
cuando te jubilas pierdes presencia pública. Y por temas de salud
también he tenido altibajos. Además, la vida pública catalana se
ha centrado fundamentalmente en el tema independentista, y yo soy
independentista, pero creo que ha absorbido demasiado la vida
política del país. Yo la independencia la firmo, pero ¿con banca
privada o pública? ¿Con o sin inmigrantes? ¿Con o sin monarquía?
Hasta hace días yo decía: la independencia no la veré, pero sí la
caída de la monarquía, que es para mí un deseo ineludible, en
España, Inglaterra o Tailandia. Son instituciones delictivas que
violan los derechos humanos. Creo que voy a morir sin verlo, pero
vosotros sí lo veréis, en cuatro días. Hay que hacerlas caer.
Nos
decía que sus hijos le piden algunas píldoras,
consejos para cuando no esté. ¿Tiene la sensación que debe dejar
píldoras para la gente que le ha seguido?
No…
Hay muchos libros, dejemos a la gente en paz. Además, cuidado, yo
viviré los días que sean, pero también hay que tener en cuenta que
mi manera de pensar ya no estará contextualizada con los sucesos
diarios. El hambre y la ecología, los grandes problemas, existirán
seguro, pero el día a día no. Por lo tanto, no vamos a molestar a
la gente.