Libro
recomendado
LOS
DIOSES NO LAS PREFIEREN
CASTAS Y PURAS
El
General ciclán, rebelde, traidor, dictador al que probablemente
pronto canonicen, fomentó una educación antinatural: el súbdito
español debía ser mitad monje, mitad soldado. Mi
madre decidió, desde que yo era muy pequeña, mi ingreso en un
convento.
Así
lo hizo con el apoyo de su Padre Espiritual, al que daba de merendar
todas las
tardes de merendar.
Descubrí mi sexualidad en el internado. Con este principio
decidí escribir un libro sin el menor recato ni inhibición. Debía
contar cómo viví a lo largo de varios años preservando mi
virginidad, el himen intacto, disfrutando con total desenfreno de
todas las variantes que el sexo y mis otros dos orificios me
permitían, hasta decidir el momento y la persona, un transexual que
me desflorara sin experimentar el repudio que un hombre "normal"
producía en mi subconsciente, lascivo, libidinoso, lujurioso,
violento, rijoso, de instintos primitivos, intentando hacer
"estallar" el pellejito sublimado que tan celosamente había
guardado durante algunos años. ("El éxtasis místico por una
cierta alegría concomitante del bajo vientre muestra su pobre
naturaleza sublimatoria. M. Santos").
Una de mis antiguas
compañeras (no era "mi Chupacirios, mi Chupaflor que me procuró
orgasmos más intensos que los espíritus celestes") leyó el
borrador y me dijo que no había podido pasar de la página diez, lo
cual me confirmó que iba por el camino correcto. Es demasiado
pornográfico, me dijo. Ella aplaudió la guerra de Irak, se
manifestó contra el aborto (pero estuvo un verano en una clínica
inglesa de "vacaciones" sin su marido, al quedarse
embarazada de un "striper" negro en una despedida de
soltera o de su cuñado mientras jugaban a la "ouija", no
estaba segura), pecó reiteradas veces en la entrepierna del Director
Espiritual, como casi todas, y gritaba como una posesa comparando
"sus momentos de turbación con los de Teresa de Ávila".
Ella no aparece en mi libro pero sí algunas de "sus cosas".
Haciendo
una gracia han
llegado a decir que el Kama Sutra quedaba como
un libro de literatura infantil, lo
cual no
deja de ser una boutade.
Al
principio quería contar una pequeña historia con el tema de la
virginidad. Habíamos salido de la represión franquista para
colocarnos casi en el otro extremo con la relajación moral de las
costumbres. Es aquí cuando choca el concepto de mantener intacto ese
pellejito femenino que la religión tanto ha ensalzado aunque mi
protagonista no sabe muy bien el por qué. Los catorce o quince
folios se convirtieron en casi trescientos. La protagonista descubre
su sexualidad en un convento, se ve acorralada por ella y tiene que
dar rienda suelta a su frenesí pero manteniendo la puerta
de su templo
intacta. Después de muchos excesos, aventuras y escarceos amorosos
con hombres y mujeres decide quien, como, cuando y dónde debe
producirse la desfloración. Un día descubre a un transexual al que
le encarga la misión.
En
un momento del relato, en primera persona, como pensando en voz alta,
sin puntos y aparte, dice la protagonista: ...los
dioses no las prefieren castas y puras.
Haciendo un pequeño juego de palabras taché el “no” con una
cruz roja que podría significar dos cosas a la vez: la primera la
eliminación del no
por una hipotética censura (la frase pasaba a convertirse en
positiva) y la segunda acepción que se trataba de una novela
eminentemente equis. De exclusiva lectura para adultos por su fuerte
contenido erótico. Y así quedó.
Por
su fuerte contenido erótico, es imprescindible advertir que la
lectura de esta novela está recomendada a los mayores de dieciocho
años (contiene imágenes de sexo explícito). También es
conveniente que se abstengan todas aquellas personas que profesen
arraigados sentimientos religiosos, sean fervientes patriotas o
simplemente cortos de criterio y espíritu.