La
agonía de los últimos días de Miguel Hernández: detenido en
Portugal, torturado en las cárceles y abandonado hasta morir en un
hospital
Fue
torturado para obligarlo a que "confesara" que había
matado a José Antonio Primo de Rivera
JUAN
LUIS VALENZUELA
Domingo,
27 de marzo de 2022
ElPlural
El
28 de marzo de 1942 fallecía el poeta más genuinamente del pueblo,
Miguel Hernández. Este lunes se cumplen 80 años de su
muerte y lo conmemoramos trayendo a estas páginas sus
agónicas y terribles últimas semanas. Porque como dijo su amigo el
gran poeta chileno, Pablo Neruda, “Recordar a Miguel
Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz,
es un deber de España, un deber de amor”. El escritor de Orihuela
murió joven sin llegar a cumplir los 32 años. Detenido en Portugal,
maltratado en distintas prisiones y calabozos andaluces hasta llegar
a Alicante, moriría sin atenciones medicas, abandonado y cruelmente
de tuberculosis en el penal de Alicante.
'Miguel
Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta'
A
los 80 años de su muerte, una nueva edición corregida y ampliada
del libro Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un
poeta del investigador y filólogo, José Luis
Ferris. Este gran experto en la vida y obra del poeta publicó la
primera edición de esta obra, que este lunes actualiza y reedita
la Fundación José Manuel Lara, hace 20 años, en 2002.
Ahora, con esta publicación, la obra inicial se enriquece con nuevos
documentos y testimonios, especialmente en sus últimas páginas
centradas en la detención en Portugal, el vergonzante proceso
carcelario que sufrió el poeta, su condena y, finalmente, su agónica
muerte por tuberculosis y falta de atención sanitaria. Se puede
decir que a Hernández se le dejó morir cruelmente.
Su
fuerte compromiso político lo puso en la diana de los franquistas
Hernández
fue un intelectual comprometido con la II República y
con la izquierda desde su militancia en el Partido Comunista.
Muchos de sus poemas se pusieron al servicio de estas ideas y contra
el fascismo desde las trincheras de la guerra y en cualquier lugar
donde sus palabras tuvieran eco para animar al pueblo y a las tropas.
Ello lo puso en la diana de los sublevados franquistas que lo
consideraron enemigo público. Por ello concluida la contienda en
1939, la vida del poeta pastor estuvo en peligro desde el primer
momento. Hernández intenta protegerse y es su gran amigo, el
escritor y bibliófilo, José María de Cossío (con
buenos contactos en el bando nacional) quien desde un principio se
ofrece a ayudarle pero el alicantino prefirió volver a Orihuela.
También el entonces embajador de España en Chile, por mediación de
su amigo, el también poeta Pablo Neruda, le ofrecería
acogerle. Hernández no vio en esta propuesta seguridad de que no
sería detenido posteriormente. Decide, finalmente, tras estudiar
distintas opciones, irse a su pueblo natal, a Orihuela.
Detención
en la frontera con Portugal
Tras
su estancia en tierras alicantinas y comprobar que su estancia allí
no era segura, decidió irse a Portugal. Para ese trayecto tuvo que
pasar por Córdoba y Sevilla en su
objetivo de llegar a la frontera lusa en la localidad onubense de
Rosal de la Frontera. Pero, una vez llegado allí, la policía del
dictador portugués, António de Oliveira Salazar, lo
entregó a la Guardia Civil.
De
cárcel en cárcel
Es
trasladado a la cárcel de Huelva donde estuvo
internado nueve días. Allí sufrió el maltrato de grupos de
falangistas y “gente de orden” que lo golpearon brutalmente en
distintas ocasiones que lo sacaron de la celda. Querían que Miguel
Hernández confesara que él había matado a José Antonio
Primo de Rivera, con la excusa de que el líder de la Falange,
fue fusilado el 20 de noviembre de 1936 en la prisión de Alicante.
Mediaciones
de Neruda y Cossío para lograr su libertad
Su
terrible periplo carcelario continuó con su traslado a Sevilla y de
ahí al penal de la calle Torrijos en Madrid. Ahí fue clave la
gestión de Pablo Neruda ante un cardenal. El chileno junto a la
mediación también de Cossío, logran que de manera inesperada,
Miguel sea puesto en libertad sin ser procesado en septiembre de
1939. En esas fechas, su mujer Josefina Manresa le escribió una
carta en la que le informaba que solo tenían pan y cebolla para
comer. La respuesta de Miguel en forma de poesía fueron sus emotivas
“Nanas de la cebolla” acompañadas de una carta que decía
“El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño
se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de
leche. Para que lo consueles, te mando estas coplillas que le he
hecho”.
“… En
la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de
cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de
azúcar,
cebolla y hambre…”
(Nanas de la
cebolla).
Detenido
en Orihuela y nuevo encarcelamiento
Poco
le duró la alegría al autor de las Nanas de la cebolla.
Tras regresar a Orihuela, una delación provocó su detención y de
nuevo su internamiento en prisión, en este caso en la cárcel
madrileña enclavada en la plaza del Conde de Toreno. Miguel es
juzgado y condenado a muerte en marzo de 1940 por un consejo de
guerra.
Conmutada
la pena de muerte por 30 años de prisión
De
nuevo las gestiones y súplicas de José María de Cossío y
otros escritores, logran que se le conmute la pena de muerte por la
de treinta años de cárcel. Prosigue el “turbio y proceloso”
proceso carcelario y lo trasladan a la prisión de Palencia en
septiembre de 1940. De su paso por allí se recuerdan que decía que
“no podía llorar porque las lágrimas se congelaban por el frío”.
Más drama carcelario trasladado más tarde a la cárcel de Yeserías
en Madrid y en noviembre al penal de Ocaña en
Toledo. En junio de 1941, fue trasladado al Reformatorio de
Adultos de Alicante compartiendo celda con Antonio
Buero Vallejo. El escritor de la Alcarria había sido detenido en
verano de 1939 y condenado a muerte por “adhesión a la rebelión”
aunque se le conmutó la pena por otra de treinta años de cárcel.
De su estancia junto a Hernández se conserva el famoso y muy
reproducido retrato de Miguel Hernández.
¿Dejaron
al poeta que muriera? Bronquitis, tifus y, finalmente,
tubercolosis
En
este último centro penitenciario, Miguel cae enfermo, primero de
bronquitis y luego tifus hasta llegar a convertirse en una terrible
tuberculosis. La descripción que hace Ferris del habitáculo que
ocupa Miguel es horrible: “Allí, a su lado, pendiente en cada
momento de sus necesidades, permanece Joaquín Rocamora, otro preso
que comparte con el poeta el insalubre aire de ese espacio cerrado:
una habitación de enfermos contagiosos. Apenas hablaba, ya no podía,
era como un ronquido; y los ojos abiertos, los tenía siempre
abiertos. No movía ni los pies ni las piernas… nombraba a su
madre, a su mujer y a su hijo, siempre los nombraba”. Distintas
mediaciones consiguen que Miguel reciba asistencia especializada del
director del Dispensario Antituberculoso de Alicante.
Pero ya era tarde pues permiso de traslado al Hospital
Antituberculoso “Porta Coeli” de la provincia de Valencia
llegó demasiado tarde.
En el libro que se reedita hoy se
describe la situación como “Marzo viene con hedores de herida y
recoge la angustiosa súplica de Miguel a su mujer”: “Josefina
manda inmediatamente tres o cuatro kilos de algodón y gasa que no
podré curarme hoy si no me mandas. Se ha acabado todo en esta
enfermería. Comprenderás lo difícil de curarme aquí. Ayer se me
hizo la cura con trapos y mal…”. ¿Dejaron que el poeta muriera
al no atenderlo correctamente? Todo indica que sí y que no hubo
voluntad de curarlo.
Casi
moribundo, se casa con Josefina Manresa
El
poeta de Orihuela, presintiendo que su final estaba cerca, accede a
contraer matrimonio eclesiástico con Josefina en la propia
enfermería de la prisión ¿por qué lo hizo? Simplemente para
facilitarle el futuro a la que iba a ser pronto su viuda y no
generarle más problemas ya que su matrimonio civil no era válido
para el régimen franquista. Y lo hizo estando en un estado
totalmente agónico y deplorable. Así se describe en el libro Miguel
Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta: “…
Miguel no se podía mover de la cama, estaba casi moribundo ya, sin
cesar de tirar postema por una cánula que iba a parar a una botella
que había debajo de la cama”. La ceremonia fue oficiada por el
capellán de la prisión con presencia de Elvira
Hernández (hermana del poeta) y dos reclusos como testigos.
“Apenas nos atrevíamos a mirarnos ni a pronunciar palabras”,
reveló la hermana del poeta. “Sentíamos sobre nosotros como un
sonido mortificante la respiración entrecortada de de Miguel, que
miraba fijamente a Josefina, allí a su lado, que nos miraba a todos
con ojos inmóviles, como si todas sus sensaciones estuvieran
concentradas en su pensamiento, en el fondo de sus sentimientos...”.
Últimas
horas: “¡Ay, hija, Josefina, que desgraciada eres!”
El
día 27 de marzo, la hermana de Miguel y su esposa, Elvira y Josefina
respectivamente, realizaron la penúltima visita al poeta. Según
narra el libro de Ferris, Josefina contó que “esta vez no me llevé
al niño y me preguntó por él. Con lágrimas que le corrían por la
mejilla me dijo varias veces: Te lo tenías que ´haber traído`.
Tenía la ronquera de la muerte, yo le toqué los pies y los tenía
fríos y con rodales negros”. Tras la desalentada despedida,
Miguel volvió a hundirse en el más absoluto desamparo aquellas
terribles horas. Solo la presencia del recluso Joaquín Ramón
Rocamora pudo hacer de aquel dolor un territorio menos extenso y
hostil. “Respiraba mal -relata el compañero-, muy mal… ya no
podía moverse, y él me miraba, sin hablar, pero yo lo sabía, yo
sabía lo que quería y le ayudaba a moverse porque tenía llagas, y
en el trasero, y la herida de las espalda de cuando le operaron la
tenía infectada… salía pus, mucho pus, y yo le limpiaba y le
ponía la cánula. Aquella noche tenía fiebre, como siempre, y pedía
aire: yo estuve allí y le hacía aire sin parar pero no creí que se
moría aquella noche y me miraba como si me hablara, con los ojos
abiertos, siempre abiertos”. Poco antes del amanecer recuerda haber
oído de la ronca gravedad de su garganta una estremecedora frase;
“¡Ay, hija, Josefina, que desgraciada eres!”.
No
pudieron cerrarle los ojos tras su muerte
En
una triste y tétrica madrugada del 28 de marzo de 1942, a las cinco
y media y con solo con 31 de edad, el gran poeta del pueblo se fue
definitivamente, hoy hace 80 años. El óbito se produjo en una
lúgubre enfermería de la prisión alicantina. A Miguel Hernández
no pudieron cerrarle los ojos tras su fallecimiento. Fue enterrado
el 30 de marzo, en el nicho número mil nueve del cementerio de
Nuestra Señora del Remedio de Alicante. En diciembre de 1986, los
restos de Miguel y de su hijo fallecido en 1984, fueron trasladados a
un solar en el mismo cementerio cedido por el Ayuntamiento de
Alicante. En febrero de 1987, su esposa Josefina Manresa,
se reunió con ellos dos y para siempre y fue enterrada junto a
ellos. Juntos los tres, para siempre.
"Cantando
espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima
de los fusiles
y en medio de las batallas"
(Vientos
del pueblo me llevan).