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sábado, 11 de septiembre de 2021


 

Este libro se publicó en el año 1.975

 

Canonización 

Su rápido proceso a los altares no estuvo exento de polémica y oposición. Los detractores critican lo que ven como una canonización relámpago o "turbo santidad" de Escrivá, y afirman que el proceso entero estuvo plagado de irregularidades. 

La rapidez de la canonización de Escrivá de Balaguer en un proceso que duró tan sólo 27 años despertando sospechas. 

El sacerdote español murió en 1975 pero fue beatificado -el primer paso en el camino a la santificación- en 1992. Apenas una década más tarde fue promovido a "San Josemaría". 
 
Según los críticos, incluso considerando el entusiasmo de Juan Pablo II por promover santos, el ascenso de Escrivá de Balaguer fue meteórico, y hubo católicos que denunciaron que algunos aspectos negativos de la vida del fundador del Opus Dei fueron "suavizados" durante el proceso de canonización. 
 
En éste hubo varias voces en contra de la santificación de Escrivá. Juan Pablo II incluso recibió a una delegación de cardenales contrarios a llevarla a cabo "por motivos de credibilidad", pero -según los críticos- la influencia del Opus Dei en la iglesia quebró la resistencia. 
Además, otra de las acusaciones es que los jueces eclesiásticos rechazaron a numerosos testigos contrarios, en su mayoría ex miembros del Opus Dei, porque el tribunal consideró que existía animadversión contra el futuro santo. 

El director de la Oficina para las Causas de los Santos del Opus Dei en España, José Carlos Martín de la Hoz, asegura a BBC Mundo: "El proceso de beatificación de Josemaría Escrivá fue muy serio como todas las cosas que hace la iglesia (…) Por supuesto también fueron llamados a testificar esos testigos en contra (…) No sé si algún testigo fue rechazado, porque ya habían declarado varios, o sea, un proceso tampoco puedes hacerlo infinito". 
 
El portavoz del Opus Dei en el Reino Unido, Jack Valero recuerda que, tras las reformas de Juan Pablo II, las canonizaciones han sido mucho más rápidas. 
 
 

Y explica: "Juan Pablo II tenía mucho interés en canonizar a Escrivá de Balaguer, porque vio que había empezado una obra que animaba a la gente a hacer un compromiso cristiano dentro del mundo y eso ayudó mucho a la iglesia católica". 
 
Sin embargo, estos argumentos no convencen a algunos críticos para los cuales la canonización del fundador del Opus Dei fue de todas maneras muy "acelerada" para un caso percibido como cuestionado. 

Hay quien afirma que la Iglesia se encontraba en bancarrota debido a las   indemnizaciones millonarias que tuvo que pagar en EE.UU  por los miles de casos de pederastia y el OPUS se ofreció a cubrir todos esos “agujeros” a cambio de la subida a los altares de su fundador. 

 

DOS POLÉMICOS MILAGROS 

Por Ramos Perera 
El Siglo de Europa 

El plano de santidad que nos pide el Señor, aseguraba Escrivá de Balaguer, está determinado por estos tres puntos: la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza" (Camino, 387). De los tres excesos santificados por el fundador del Opus Dei, se puede aplicar el de la desvergüenza, la santa desvergüenza por usar su misma terminología, al proceso seguido para elevarle a los altares. No hubo necesidad de aplicar la máxima de la santa coacción porque el tribunal, con algún miembro del Opus integrado en el mismo, estaba entregado a la causa. Pero no se confunda el lector, de ser lego, ya que "una cosa es la santa desvergüenza y otra la frescura laica" (Camino, 388). 

Hacía falta un milagro para hacerle beato, y sus postulantes se sacaron uno de la chistera, que parece extraído de las páginas más flacas en ingenio de nuestra literatura picaresca. Aportaron la curación de una "úlcera gástrica" y una "lipocalcinogranulomatosis tumoral", que padecía una monja emparentada con miembros de la Obra, y que diagnosticaron posteriormente un internista y un analista, ambos de la Obra. 

Se trataba de una religiosa de 70 años, sor Concepción Bullón Rubio, que jamás rezó, ni se encomendó al padre Escrivá para que se curasen sus dolencias. Dirimió la autoría del milagro el testimonio posterior de unos familiares de la enferma, por cierto, miembros del Opus Dei, asegurando que habían pedido en sus oraciones al Padre de la Obra que intercediese ante el Padre Eterno para que sanase sor Concepción. El recurso taumatúrgico no tiene desperdicio. 

En los libros de medicina se dice que las úlceras duodenales desaparecen con mucha frecuencia en corto tiempo, pudiendo no dejar rastro, por supuesto sin ninguna intervención sobrenatural, siendo muy amplia la casuística de enfermos que superan esta dolencia. En cuanto al tumor, nombre que frecuentemente se asocia con el cáncer, no es otra cosa que un aumento de volumen de una parte inflamada. Muchos de estos abscesos son benignos, como el que tenía sor Concepción, que sólo le ocasionaría las molestias producidas por la compresión de las partes próximas. En definitiva, el tumor diagnosticado no es otra cosa que un depósito de calcio en grasa, que puede ser reabsorbido, como ocurre con los quistes sebáceos. 

La propia comunidad religiosa donde vivía la enferma no fue consciente, en un primer momento, de la trascendencia milagrosa que iba a tener la curación de sor Concepción, de tal suerte que las monjas no han sido capaces de fijar la fecha exacta del prodigio. La propia superiora general de las Carmelitas de la Caridad Vedruna, sor Catalina Serna, confesó a Carandell que se enteró por el periódico del milagro operado en una religiosa carmelita y creyó que se trataba de una hermana de otra congregación. 

Pero la Iglesia exige un segundo milagro para ser santo a aquellos que no han muerto martirizados y era una pena dejar pasar el año del centenario del nacimiento de monseñor Escrivá sin elevarle a este rango. Así que para que todo casase, la Divina Providencia, que está en todo, obsequió a la Obra con un supuesto prodigio, hay que creer en la presunción de inocencia de los taumaturgos, que es otra chapuza, en su segunda acepción, de obra hecha sin arte ni esmero. 

Se trata de la curación, mediante estampita de José María Escrivá, del médico Manuel Nevado Rey, que como consecuencia de la exposición a los equipos de radiodiagnóstico, sufría una "radiodermitis crónica" hacía 30 años. 

La medicina no es una ciencia exacta pero sí las estadísticas que genera su casuística, y un considerable porcentaje de este tipo de enfermos se cura cuando dejan los pacientes de estar sometidos a la exposición de las radiaciones, que es lo que el doctor Nevado confiesa que hizo. En cualquier caso, la afección no era cancerígena. 

Luego hay otro aspecto que es preciso tener en cuenta, los efectos biológicos de la fe. Carlos Marx, tomando una broma de Heine, había dicho que "la religión es el opio de los pueblos", y sin pretenderlo había formulado una gran verdad científica. En efecto, en los estados de gran excitación devota, se ha demostrado a partir de mediados de la década de 1970, que el cerebro segrega una diversidad de potentes drogas, conocidas como endorfinas, algunas de las cuales pueden tener importantes efectos curativos. Es lo mismo que vienen haciendo los curanderos desde hace siglos, sin que a ninguno de ellos se le haya elevado a los altares. Conocedores de este efecto psicobiológico, los laboratorios prueban sus fármacos dando a la mitad de los enfermos del test unas cápsulas sin el principio activo, y lo curioso es que un porcentaje de ellos se cura, sin que hasta el momento se hayan calificado estos casos de milagrosos. 

Nada de lo que antecede es nuevo para los médicos. Las razones por la que los 60 facultativos de la Congregación para la Causa de los Santos, que previo pago de 500 dólares por caso, dictaminaron que lo sucedido al doctor Nevado era "científicamente inexplicable", nunca las conoceremos. A no ser que alguno quebrante el secreto pontificio al que están sometidos bajo pena de excomunión y, por supuesto, de no hacer más informes. 

Pero a muchos católicos para los que José María Escrivá no es santo de su devoción, quizá les consuele saber que el Vaticano no es infalible cuando canoniza a alguien, y mucho son los que va descolgando periódicamente del calendario. El último, san Cucufato. Y si siempre fue así, ahora lo es más que nunca, ya que el actual Pontífice ha desactivado las garantías del proceso, cargándose al llamado abogado del diablo, que es el equivalente a la figura del fiscal en los tribunales de justicia. De esta manera, Juan Pablo II se ha podido convertir en el mayor fabricante de santos y beatos de la historia, un total de 1.738 personas, cifra superior a la suma de las canonizaciones acumulada por todos sus antecesores. 

Gracias a esta permisividad vaticana, la canonización de José María Escrivá de Balaguer ha batido un récord de celeridad en el proceso, al ser beatificado cuando sólo habían transcurrido 17 años desde su muerte y declarado santo diez años después. 

Los que crearon el santo de la nada, posiblemente se aplicarán aquello de "¿si tienes la santa desvergüenza, qué te importa del 'qué habrán dicho' o del 'qué dirán'?" (Camino, 391). 



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