El juez archiva definitivamente la causa contra Mónica Oltra. No hay indicios. No hay pruebas. No hay delito.
Solo una persecución política orquestada desde la derecha mediática y judicial, con la ultraderecha como acusación popular.
Solo un linchamiento público sostenido por bulos, editoriales de odio y titulares en prime time.
Solo una dimisión forzada, una carrera política destrozada, y un precedente escalofriante: la justicia no condenó, pero el sistema ya había castigado.
¿Dónde están hoy quienes la llamaron encubridora? ¿Dónde está el “feminismo selectivo”? ¿Dónde están los que dijeron que “la izquierda callaba”?
El
juez ha sido rotundo:
“No existe absolutamente ningún indicio de conducta penalmente relevante”
“Las acusaciones se basan en meras conjeturas”
Y aun así, el daño ya está hecho.
Porque esto no iba de justicia.
Iba de silenciar a una mujer incómoda que se atrevió a defender políticas feministas y sociales desde el poder.
Y de enviar un mensaje al resto: si lo haces tú, te pasará igual.
No fue un juicio. Fue una campaña de exterminio político con toga y plató de televisión.
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