Spanish Revolution
El día que Mazón se esfumó bajo el agua
Mientras la DANA convertía Valencia en una trampa mortal, el Consell ya estaba a cubierto. De la ciudadanía, ni rastro.
LLUVIA, ABANDONO Y COCHES OFICIALES
Valencia se inundaba. Las calles eran torrentes, el metro se paralizaba, las líneas de autobús quedaban anuladas y cientos de vecinas y vecinos se veían atrapados entre la desidia y el agua. Era 29 de octubre de 2024, una DANA azotaba la ciudad y los consellers del Gobierno de Carlos Mazón ya estaban en casa antes de las 19.30. No es una sospecha, es un hecho: lo prueban los registros de los trayectos de sus coches oficiales.
Mientras miles de personas se dejaban la vida achicando agua en portales, socorriendo a sus mayores o tratando de rescatar a criaturas asfixiadas en un atasco, el conseller de Educación ya estaba cómodamente instalado en su salón a las 15.30. El de Infraestructuras, en pleno caos viario, también. Y el de Agricultura, a la hora de cenar. No es una anécdota. Es una radiografía perfecta del tipo de poder que nos gobierna.
La cúpula del Consell desapareció como por arte de magia en el momento más crítico. No comparecieron, no coordinaron, no dieron la cara. Se desvanecieron como si fueran turistas en temporada baja. Y eso que los avisos meteorológicos estaban emitidos, que las alertas eran claras y que, según los testimonios, el colapso era previsible y evitable. Pero los de arriba decidieron hacer lo de siempre: protegerse primero y mirar hacia otro lado.
MAZÓN, EL DESAPARECIDO
No se trata solo de una gestión negligente. Se trata de una forma de gobernar que contempla a la ciudadanía como un problema logístico y no como un sujeto político al que se debe rendir cuentas. Carlos Mazón sigue sin explicar dónde estuvo ese día, y nadie en su Gobierno aclara por qué su trayecto oficial sigue sin aparecer. Todos los demás consellers están localizados. Todos, menos él. Y cuando un presidente se esconde mientras su pueblo se ahoga, no hay relato que salve su liderazgo.
Dejar caer a Salomé Pradas ha sido el movimiento más cobarde y transparente del PP valenciano. Una consellera sacrificada para aparentar que algo se depura, cuando lo que en realidad se protege es la imagen del presidente. No hay explicación técnica que justifique que el coche de Mazón no figure en los registros. Solo hay una conclusión política: están ocultando deliberadamente su paradero. Y eso, en medio de una catástrofe, no se llama opacidad: se llama encubrimiento.
La frase más dura la dejó José Muñoz, síndic del PSPV, que ya no exige dimisiones parciales, sino elecciones. Y no le falta razón. Porque no se puede pilotar una comunidad autónoma desde el sofá mientras se derrumban las aceras. Porque no se puede invocar el rigor institucional para censurar una gala de actores, y luego largarse sin dejar rastro mientras las alcantarillas revientan.
Mazón no solo ha fracasado como gestor: ha desertado como presidente. Y cuando un Gobierno desaparece en una emergencia, se convierte en parte del problema. No basta con echar la culpa a los técnicos de la AEMET ni repartir culpas entre conselleras amortizadas. No se trata de una crisis de comunicación, sino de una crisis de legitimidad. Porque, a estas alturas, la única certeza es que el poder se escondió cuando más falta hacía.
Lo que queda es un clamor: “Mazón dimisión”, gritado en una gala censurada, repetido en las redes, coreado en los barrios anegados y convertido en consigna política. No es un capricho de la oposición. Es el resultado lógico de una cadena de desprecios. Y de una verdad incómoda: el agua no solo se llevó calles, también arrastró la poca credibilidad que le quedaba al Consell.
El silencio de Mazón ya no es un misterio: es un síntoma. Y cuando el presidente se calla, la ciudadanía grita por él.
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