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jueves, 11 de septiembre de 2025

 






Ricardo Miñana


No parece que los valencianos tengamos mucha suerte con ciertos dirigentes. Primero padecimos a Francisco Camps, con sus empresas pantalla en la Fórmula 1, emitiendo facturas falsas y hundiendo a la Generalitat en una deuda faraónica que todavía estamos pagando. Después llegó Eduardo Zaplana, que acabó en los tribunales por casos de grave corrupción y dejó tras de sí un reguero de descrédito para nuestras instituciones. Y ahora, con Carlos Mazón al frente, miles de valencianos vuelven a sentirse abandonados, invisibles y rotos.

Resulta indignante que, después de haber sufrido el bochorno de tener presidentes marcados por el saqueo, las tramas y la corrupción, volvamos a topar con un proyecto político que representa más de lo mismo: clientelismo, retrocesos y servilismo hacia intereses que poco tienen que ver con el bienestar de la mayoría.

Que el “facherio” valenciano siga aplaudiendo estos liderazgos demuestra una alarmante falta de memoria y de sentido crítico. Es como si el dolor y la ruina social y económica que dejaron figuras como Camps o Zaplana no hubieran servido de lección.

La dignidad de un pueblo debería estar por encima de los colores políticos, pero aquí parece que algunos prefieren perpetuar la indignidad. Y mientras tanto, la Comunidad Valenciana paga el precio de tener al frente a quienes no están a la altura del cargo.


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