En
el Día de la Hispanidad… recordemos al que gritó “¡Muera la
inteligencia!”
12
cosas que quizá no sabías (ni querías saber) de Millán-Astray
El
inventor del grito y del fanatismo
Millán-Astray
popularizó la frase “¡Viva la muerte!”, una oda al sinsentido.
Esa exclamación no era valentía, era nihilismo armado. Mientras
otros buscaban razones para vivir, él encontró en la muerte su
religión personal. Su lema condensaba el espíritu de un régimen
que prefería tumbas antes que pensamiento.
Fundador
de la Legión, semillero de brutalidad
Inspirándose
en la Legión Extranjera francesa, creó la Legión Española, un
cuerpo que él mismo moldeó con el martillo del desprecio. Reclutaba
a marginados y los convertía en soldados sin conciencia: obedecer,
matar y morir eran las tres virtudes cardinales. Lo que hoy algunos
llaman “honor” fue, en realidad, un entrenamiento en la
deshumanización.
De
la guerra de Marruecos al fascismo
En
el Rif, Millán-Astray se forjó entre pólvora y odio. Allí
aprendió a matar sin preguntar por qué. Las atrocidades coloniales
fueron su escuela: un campo de pruebas donde ensayó la brutalidad
que luego traería a la Península. Marruecos fue su taller de
violencia y su espejo ideológico: jerarquía, castigo, silencio.
El
mutilado que se volvió símbolo del odio
Perdió
un brazo y un ojo, pero sobre todo perdió el alma. Su cuerpo herido
se convirtió en símbolo del “sacrificio por España”, aunque su
sacrificio real fue por la gloria personal y el culto al poder.
Convertido en estandarte del franquismo, transformó su dolor en
resentimiento y su resentimiento en doctrina.
El
que intentó callar a Unamuno
El
12 de octubre de 1936, en Salamanca, mientras Unamuno defendía la
inteligencia y la compasión, Astray rugió su “¡Muera la
inteligencia!”. Aquel eco aún retumba como el epitafio del
pensamiento libre. Fue el día en que la espada intentó degollar la
palabra, y la historia tomó nota.
Fanático
del orden sin alma
Para
él, el soldado ideal no pensaba, solo obedecía. La disciplina era
su credo y la obediencia su dogma. Defendía un tipo de patriotismo
que no amaba al país, sino que lo encadenaba. Quería un ejército
de cuerpos, no de mentes.
Devoto
de Franco (hasta lo ridículo)
Millán-Astray
fue uno de los primeros y más fanáticos seguidores de Franco. Lo
veneraba casi como un santo militar. Pero lo irónico es que el
propio Franco, más frío y calculador, acabó apartándolo por su
teatralidad. Astray fue el fervor desbordado que hasta el dictador
temía.
Amigo
de la censura
Su
relación con las letras era simple: si no alababan la patria, había
que quemarlas. La cultura libre le parecía una amenaza. Bajo su
influencia, se promovió la purga intelectual: maestros, escritores,
poetas, todos sospechosos de pensar demasiado.
Su
Legión fue usada para reprimir al pueblo
Durante
la Guerra Civil, la Legión que él creó fue protagonista de
masacres de civiles en zonas republicanas. Aquellos “hombres sin
miedo” eran en realidad hombres sin piedad. De su grito de guerra
nacieron muchos silencios.
Un
“héroe” del régimen, un fantasma de la historia
El
franquismo lo convirtió en ídolo, pero su imagen se fue
desmoronando con el tiempo. Murió venerado por un sistema que ya
solo existía en la sombra. Hoy su legado se recuerda más como una
advertencia que como una gloria.
Admirador
del fascismo europeo
Era
un entusiasta de Mussolini y sus camisas negras. Viajó a Italia y
absorbió las ideas del fascismo como quien bebe veneno creyendo que
es vino. Su sueño era una España militarizada, uniforme, sin
disidencia ni alma.
Militar
sin alma, poeta de la muerte
Le
gustaba hablar de “honor”, de “gloria”, de “mística del
sacrificio”. Pero tras esas palabras había un vacío enorme: el
culto a la muerte como sustituto de sentido. Si no sabes qué
defender, defiende morir. Ese era su lema oculto.
El
negocio del patriotismo
El
franquismo hizo de su figura un negocio simbólico. Himnos, desfiles,
documentales… todo un marketing del horror. La Legión fue su marca
personal: disciplina y sangre como producto nacional.
Nunca
fue juzgado
Ni
un tribunal, ni una condena, ni una disculpa. Como tantos otros del
régimen, murió en la comodidad de la impunidad. La justicia
democrática llegó tarde y nunca tocó su puerta.
La
Legión que dejó siguió sembrando terror
Décadas
después, la Legión siguió siendo usada como símbolo del poder
militar, incluso en la Transición. Su sombra, su estética y su
grito siguieron vivos. El eco del “¡Viva la muerte!” aún
resuena en algunos cuarteles.
Un
hombre roto que quiso romperlo todo
Sus
mutilaciones fueron más que físicas: eran la metáfora perfecta de
su espíritu fracturado. Transformó su trauma en ideología, su
herida en bandera. Era la rabia encarnada en uniforme.
Idolatraba
la “España eterna”, pero odiaba su diversidad
Su
concepto de España era una lápida: una sola lengua, una sola fe, un
solo pensamiento. Todo lo demás —Cataluña, Euskadi, la República,
las mujeres libres— le resultaba intolerable.
Su
discurso, puro ruido marcial
No
hablaba: gritaba. No convencía: imponía. Su verbo era tambor y
bala. Era el ejemplo viviente de cómo el autoritarismo sustituye las
ideas por volumen.
Usó
la religión como excusa
Predicaba
una fe de trincheras: Dios, patria y muerte. Bendecía las armas
mientras condenaba a los que pensaban distinto. Su cruz era un arma
más.
Un
personaje que el tiempo desenmascaró
Hoy, Millán-Astray ya no es un héroe, sino un símbolo de todo lo que España tuvo que superar. Su nombre se recuerda no por lo que construyó, sino por lo que destruyó.
Porque
la historia, al final, no perdona al que quiso silenciarla.
Que no te vendan épica donde hubo horror.
Comparte
para que la historia no se repita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario