La
revuelta de las putas
Amelia
Tiganus: “Sindicalista, policía, periodista o médico, cualquiera
puede ser putero”
Violada
en la adolescencia, captada por las mafias y prostituida en España,
Tiganus es hoy activista abolicionista: "No podemos seguir
obviando que los puteros son agresores sexuales".
Marina
Velasco
ElHuffPost
17-10-212
Cuando
tenía 13 años, un grupo de chavales la violó al volver del
colegio, y se convirtió para siempre en ‘la puta’ del pueblo.
Cuatro años más tarde, y ya rota por dentro, las mafias de su país,
Rumanía, la vendieron a un proxeneta español por 300 euros. Amelia
Tiganus (Galati,
1984) fue prostituta en España durante cinco años, pasando de
prostíbulo en prostíbulo —o “campo de concentración”, como
ella los llama— hasta que a los 23 años logró salir de la espiral
de abusos, engaños, violencia, drogas y sometimiento que habían
anulado su persona.
Ahora
Tiganus vuelve a ser “humana”, dice. Ha sobrevivido, a diferencia
de muchas, al sistema prostitucional, pero además de superviviente
es activista feminista abolicionista (que defiende la abolición de
la prostitución). Acaba de publicar La
revuelta de las putas (Ediciones
B), un ensayo en el que cuenta su historia y la hace política.
“Quiero que las mujeres bajen a los suelos prostitucionales a
darnos la mano, no para validar el discurso de que la prostitución
es como cualquier trabajo, sino para sentirnos iguales y, desde ahí,
construir un mundo en el que nos duela por igual que una joven sea
violada por cinco hombres en un portal o que a una joven rumana,
colombiana o nigeriana la violen sistemáticamente en los campos de
concentración que son los prostíbulos”, explica a El
HuffPost en
una entrevista por teléfono.
Si
el Parlamento Europeo condena la prostitución como “una
forma de esclavitud incompatible con la dignidad humana”,
¿por qué en España se permite?
Creo
que tiene que ver con que aquello que afecta a las mujeres parece que
no merece ser tratado o legislado en términos de prevención o
protección. En un país que se declara abiertamente feminista y
democrático, la violencia y la explotación sexual están muy
instauradas y, en mi opinión, aún no se ha puesto el foco donde
debe estar, que es en los puteros, y en esa sexualidad depredadora y
patriarcal.
Nosotras
reivindicamos que a la hora de tener relaciones sexuales esté el
placer, el encuentro y el reconocimiento de las mujeres como sujetos
activos. Sin embargo, hay hombres que no están dispuestos a negociar
en esos términos, no están dispuestos a escuchar un ‘no’ y por
eso compran un ‘sí’. Y lo compran porque es su propio Estado el
que pone a su disposición lugares físicos donde los hombres de
siempre puedan tener barra libre de mujeres que además son exóticas,
y esto no sólo tiene que ver con la clase, sino con la raza, porque
a las mujeres se las compra en base a su origen.
Hay
hombres que no están dispuestos a escuchar un no, y por eso compran
un sí
Cuando
se dice que las mujeres ahora somos unas mojigatas o unas puritanas,
y que los chicos ya no se atreven a ligar por miedo a que les
denuncien, ¿qué se te pasa por la cabeza?
Es
preocupante, y lo digo sobre todo porque estoy en contacto constante
con mujeres adolescentes. Cuando pensábamos que habíamos avanzado,
que todo se estaba transformando, que había un cambio de paradigma y
las relaciones entre los más jóvenes se daban de otra forma, nos
damos cuenta de que no. En mi generación, lo peor que se le podía
decir a una mujer es que era puta; ahora, lo peor que se le puede
decir a una mujer es mojigata o puritana. Todo ello para seguir
forzándonos a acceder a prácticas que no son ni placenteras, ni
saludables para nosotras, ni mucho menos ponen en el centro la
sexualidad de las mujeres.
Aquí
tenemos un problema. El porno es el que educa a chicas y chicos, pero
no para lo mismo: a los chicos, para la violencia, el maltrato,
incluso la tortura hacia las mujeres; y a las chicas, para recibir el
mensaje de que si no disfrutan con esas prácticas es porque es
problema suyo.
Los
chicos dicen ‘ahora no sabemos si un un sí es un sí o un no es un
no’. Bueno, hay cuestiones que tienen que ver con la conexión
emocional, y no hablo de amor ni de matrimonio para toda la vida; hay
gestos, miradas, sonidos, la propia respiración. No hacen falta
palabras cuando estás conectado a la otra parte como ser humano, y
no como un mero instrumento a través del cual eyacular. Es urgente
integrar la educación sexoafectiva dentro de la currícula escolar.
En
mi generación, lo peor que se le podía decir a una mujer es que era
puta; ahora, lo peor que se le puede decir es puritana
Leer
en tu libro la estadística de la ONU que dice que cuatro
de cada diez españoles se ha ido de putas es
estremecedor. Es duro asumir que tu novio, tu padre o tu jefe pueden
ser puteros.
Sí.
De hecho, esa estadística es de los hombres que lo han reconocido,
yo creo que la cifra es mucho más alta. Pero bueno, ciñéndonos al
estudio y al método científico, efectivamente, esto remueve, y nos
hace ver que el problema lo tenemos en casa, y eso es lo más difícil
de manejar y de asumir. Muchas veces pretendemos hacer la revolución
de fuera hacia fuera, y tenemos que empezar desde dentro. Tenemos que
interpelar a los hombres que nos rodean, que a nosotras nos quieren e
incluso nos respetan, pero se sienten legitimados para utilizar a
otras mujeres.
Las
cifras son las cifras, y claramente tenemos que conocer a puteros,
independientemente de que ellos lo reconozcan o no. El problema es
que no existe un perfil de putero. No podemos decir: ‘Vale, este
tiene pinta de putero’, porque no hay una ‘pinta de putero’.
Cualquiera puede ser putero: de izquierdas, de derechas,
sindicalista, empresario, político, policía, periodista, médico,
cualquiera puede serlo. Lo que tienen en común, aparte de ser
hombres, es que son machistas, y entienden que las mujeres hemos
venido al mundo para servirles.
El
‘putero majo’ puede hacernos incluso más daño que el ‘putero
macho’, que simplemente viene a penetrarnos y a alimentar su ego, o
incluso que el ‘putero sádico’
Citas
toda esta retahíla de profesiones e imagino que lo dices por
experiencia, porque tú te los has encontrado.
Sí,
sí, sí, doy fe. Es según los estudios, pero también según mi
experiencia vital. Muchas veces me decían: ‘No, pero no todos los
puteros son malos, hay algunos buenos’. A ver, ¿cuáles son los
buenos? ‘Hay algunos que sólo van a hablar’, me decían. Yo he
hecho tres categorías de puteros según cómo se comportaban con
nosotras. Ese que dicen que no es malo yo lo llamo el ‘putero
majo’, y puede hacernos incluso más daño que el ‘putero macho’,
que simplemente viene a penetrarnos y a alimentar su ego, o incluso
que el ‘putero sádico’, que muchísimas veces llega a
asesinarnos a las mujeres en prostitución, o que nos deja tales
secuelas que acabamos suicidándonos.
El
putero majo, con un billete, no sólo quiere nuestro cuerpo, no sólo
quiere convertirlo en un divertimento, sino que pretende pagar por
aquello que ni se compra ni se vende, y es el cariño, las caricias,
los besos. Eso es muy doloroso. Lo que más nos duele a las mujeres
en prostitución son las caricias y los besos, porque eso nos conecta
con nuestra parte más humana, y es muy difícil. Necesitamos
resguardar esa parte de nosotras para poder sobrevivir en esos campos
de concentración.
Lo
que más nos duele a las mujeres en prostitución son las caricias y
los besos
Al
final del libro explicas que no se debería hablar de reinserción de
las putas en sociedad, sino de inserción. En tu caso, te hiciste
activista feminista, aunque al principio tampoco te quisieron ahí.
¿Qué ha sido lo más duro de ese camino de vuelta a ser persona,
casi?
Sí,
yo lo llamo así: he vuelto a ser humana. Diría que mi caso es uno
de los menos trágicos. Nadie se salva solo, y yo he tenido la gran
suerte de conseguir un entorno de personas que han sabido verme más
allá de un cuerpo, que han sabido acompañarme y entenderme, sobre
todo, porque yo me manejaba con otros códigos que no tenían nada
que ver con este mundo.
Al
final, sobrevivir en esa selva violenta que es la prostitución te
convierte en un ser que lucha por la vida desde la violencia y la
hostilidad. Creo que lo más importante en este proceso ha sido
conseguir tener un hogar seguro, y esto es un tema clave. Muchas
mujeres viven en un hogar que no es seguro, y la violencia que sufren
convierte sus vidas en una auténtica pesadilla.
Yo
he podido ir recomponiéndome poquito a poco y llegar hasta aquí,
pero sobre todo fue clave el descubrimiento del feminismo, adonde
llegué por casualidad. Fue entonces cuando se me abrieron las
puertas de par en par y pude nombrar todo aquello que había vivido.
Y al nombrar una realidad, y una injusticia, podemos enfrentarla.
He
llegado hasta aquí porque me sentía en la obligación ética de
actuar. De algún modo, había conseguido un trabajo estable, una
pareja, una casa, había descubierto que no había sido mi culpa, ni
tenía por qué avergonzarme, pero sin embargo no podía vivir
tranquila sabiendo que en esos mismos momentos, igual que ahora
mismo, en alguna parte del mundo, y puede que muy cerca de tu casa,
están violando a niñas para que después sean arrojadas al sistema
prostitucional y están utilizando a las mujeres como meros
instrumentos para eyacular en concepto de ocio y diversión.
Ahora
mismo, puede que cerca de tu casa, están violando a niñas y
utilizando a mujeres como meros instrumentos para eyacular. No
podemos seguir obviando que los puteros son agresores sexuales
El
Gobierno actual tiene una postura abolicionista. ¿Tienes esperanzas
de que finalmente la lleven a cabo? ¿Por dónde deberían empezar?
Sí, el
Gobierno actual tiene una postura abolicionista,
pero no tiene claro el hecho de multar a los puteros como medida de
prevención y de reparación a las víctimas. Para mí es muy
importante que reparen el daño que han hecho a las mujeres, y que
les ha provocado problemas de salud tanto físicos como psicológicos,
porque esto no lo causan conceptos abstractos, no ha sido ‘la
prostitución’, la ‘explotación sexual’ o la ‘trata’; son
los puteros y sus prácticas lo que nos enferma.
Es
importante que se ponga el foco en esto. No es posible que yo vaya
por la calle y que, si me gritan obscenidades, pueda denunciar a ese
hombre por acoso sexual, pero que no pueda hacer lo mismo si me
ofrecen 50 euros por chuparle los genitales, porque eso podría
considerarse incluso una oferta de trabajo.
No
podemos seguir obviando que los puteros son agresores sexuales.
Necesitamos una ley integral por la abolición de la prostitución,
que incluya no sólo medidas de prevención, reparación y protección
de las víctimas, sino también una ayuda económica, acceso a la
vivienda, formación, terapia, asesoramiento jurídico… No es que
no haya dinero como nos dicen a veces; es que el dinero está mal
repartido. Ese dinero que nos falta a las mujeres para sobrevivir les
sobra a los puteros, y queremos que llegue a nosotras sin pasar por
su cama. Eso sí sería justicia e igualdad.
Queremos
que se persigan todas las formas de proxenetismo y que se
desincentive la demanda a través de la educación sexoafectiva, pero
también a través de las multas a puteros, porque la ley también
educa.