Spanish Revolution
La amnesia como estrategia: cuando el PP aplaude a sus fantasmas
Aznar,
Rajoy y Feijóo reescriben el pasado del Partido Popular en su
congreso como si la corrupción hubiera sido un mal sueño. Pero no
fue un sueño: fue un sistema.
UNA MEMORIA SELECTIVA Y BIEN PLANCHADA
El congreso nacional del PP ha sido cualquier cosa menos un acto de regeneración. Ha sido un funeral de la verdad, una ceremonia de olvido con traje azul, sonrisa cínica y aplauso bien coreografiado. En él, José María Aznar y Mariano Rajoy fueron presentados como figuras tutelares de la democracia, como si no arrastrasen consigo un historial de escándalos, condenas, cajas B y cloacas de Estado.
Ambos se erigieron en jueces morales sin recordar —ni por un instante— que trece de los treinta y cuatro ministros de Aznar acabaron imputados o condenados. Que Rodrigo Rato, símbolo de su “milagro económico”, acabó en prisión. Que Jaume Matas convirtió Baleares en un laboratorio de saqueo. Que el propio partido fue condenado como partícipe a título lucrativo. Que se organizó una policía paralela para fabricar pruebas contra rivales políticos.
Y sin embargo, ahí estaban. Sonriendo. Disertando. Aplaudidos. Intactos.
EL CONGRESO DEL OLVIDO: FEIJÓO Y LA HISTORIA EN FORMATO POWERPOINT
Feijóo no solo los rehabilitó. Los consagró. Habló de ellos como si fueran próceres inmaculados, como si el PP fuera un partido ajeno a sí mismo, como si todo lo ocurrido entre 1996 y 2018 fuera responsabilidad de una fuerza política distinta.
Ninguna referencia a Pablo Casado, defenestrado por atreverse a señalar la podredumbre interna. Ninguna alusión a los cientos de millones saqueados. Ni una sola línea sobre ética pública o memoria institucional. Solo retórica vacía y nostalgia de poder. Feijóo quiere heredar la maquinaria, no la culpa.
Pretende ofrecer un “proyecto para todas y todos” mientras se rodea de quienes convirtieron el BOE en un catálogo de favores y sobres. Y para ello necesita una cosa: que la ciudadanía olvide. Que olvide la Gürtel. Que olvide a Villarejo. Que olvide los sobresueldos, las campañas dopadas, las escuchas ilegales, los SMS de apoyo a corruptos.
Feijóo no quiere limpiar. Quiere pasar página sin leerla.
CUANDO LA IMPUNIDAD SE DISFRAZA DE EJEMPLO
Mariano Rajoy subió al atril con su tono de gallego displicente, ese que esconde soberbia bajo el barniz de la flema. Se presentó como ejemplo de integridad, como paladín del Estado de derecho, como si no hubiera sido el primer presidente expulsado por corrupción. Como si no existieran grabaciones de su ministro del Interior recibiendo a comisarios corruptos para montar campañas de intoxicación contra rivales.
Rajoy habló de “otros que atacan a los jueces” mientras su partido premiaba a fiscales obedientes y perseguía a quienes investigaban sus tramas. Mientras enviaban mensajes de ánimo a Bárcenas y destruían discos duros con martillo. Mientras usaban a la prensa afín para fabricar enemigos.
No compareció para asumir nada. Compareció para negar todo. Para convertir el delito en anécdota, la sospecha en calumnia y el pasado en decorado.
EL NACIONALISMO DE ESTADO COMO COARTADA
Aznar cerró con grandilocuencia. Apeló al espíritu constitucional, al peligro de fractura, al deber de salvar la nación. Lo hizo con ese tono suyo, entre caudillista y académico, que no disimula que lo que desea es volver al mando. Usa la palabra “España” como un bastón, pero lo que busca es revancha.
No habla de convivencia. Habla de obediencia. No habla de democracia. Habla de orden. No habla de pasado. Habla desde él, pero como si nadie pudiera señalárselo.
Porque esa es la estrategia: invocar la patria para que nadie recuerde la trama. Reemplazar la autocrítica por patriotismo. Tapar el hedor con bandera.
FESTIVAL DE LA IMPUNIDAD, AUSENCIA DE VERDAD
El congreso del PP no ha sido una reflexión. Ha sido una farsa. Un escaparate para quienes deberían dar explicaciones, no discursos. Para quienes degradaron las instituciones y ahora se disfrazan de guardianes de las mismas.
No hubo ni una palabra para quienes lo perdieron todo bajo sus gobiernos: las y los trabajadores despedidos por reformas laborales brutales, las familias desahuciadas mientras se rescataban bancos, las personas mayores cuya dependencia fue recortada sin pestañear. No hubo memoria para las víctimas del saqueo. Solo homenaje a los saqueadores.
Y cuando la derecha española se niega a hacer su ajuste de cuentas con la historia, con su historia, lo que ofrece no es futuro. Es repetición.
Porque lo que no se nombra no se repara. Y lo que no se repara, se repite.
Y en ese escenario de ovaciones, focos y marketing, el Partido Popular celebró su congreso no como un nuevo comienzo, sino como un monumento al olvido.
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