Spanish Revolution
Reverte y la barra de bar: cuando el fascismo se disfraza de literatura
No
es ironía. Es odio. Y es viejo.
LA VIÑETA DEL CUÑADO QUE ESCRIBE EN ABC
"Vente para acá, Mohamed, primo, que en España puedes ocupar una casa ajena, decirle puta a una zorra con minifalda, robar a punta de navaja y al día siguiente estás en la calle. Y si eres menor, mejor. Además, te subvencionan. A qué pasar hambre si es de noche y hay higueras"
No es una frase salida del rincón más mugriento de Forocoches ni del programa de Javier Negre. Es parte de un texto firmado por Arturo Pérez-Reverte en su columna del 21 de julio de 2025. Un autor que presume de tener más libros que empatía, y que ha encontrado en el resentimiento su estilo literario. Lo que escribe no es sátira, ni provocación, ni literatura dura. Es basura ideológica disfrazada de genialidad maldita.
Reverte no hace crítica social: hace pornografía del desprecio. En vez de escribir novelas, lleva años redactando panfletos camuflados con referencias cultas, pero con un fondo tan rancio como el de cualquier jubilado cabreado con Telecinco.
Su imaginario: el menor extranjero violento. La mujer convertida en “zorra con minifalda”. El “primo” que viene a vivir del cuento. Y por encima de todos ellos, su voz: la del hombre blanco español que se cree licenciado en verdad por haber sobrevivido a la Guerra de Bosnia con un puro en la boca.
CUANDO EL CANSINO SE VUELVE PELIGROSO
Pérez-Reverte lleva décadas construyendo el personaje de “antisistema ilustrado”. El que insulta a políticos de todos los colores, pero al final solo coincide con los que quieren cerrar fronteras, eliminar derechos y volver a una España en blanco y negro. El que se hace el cínico, pero nunca critica al poder económico. El que se burla del feminismo y del antirracismo porque no los entiende, ni los ha leído, ni le interesa.
Lo suyo ya no es solo una opinión polémica: es una estrategia cultural de legitimación del fascismo posmoderno, el que viene sin uniforme pero con columna semanal, sin esvásticas pero con metáforas de mierda. Porque eso es lo que son: palabras cuidadosamente diseñadas para inocular veneno mientras se disfraza de literatura.
¿Y qué hay detrás de todo esto?
Mentiras. El bulo de las subvenciones a inmigrantes (desmentido una y otra vez por el Defensor del Pueblo). El bulo de la ocupación (que representa solo el 0,2% de las viviendas). El bulo de la impunidad delictiva por ser menor (desmentido por los propios datos del Ministerio del Interior y de la Fiscalía General del Estado). Todo se repite como dogma porque no importa la verdad, importa agitar el resentimiento, alimentar el odio y vender libros.
La España que Reverte retrata es la de una ultraderecha que quiere convertir la ignorancia en identidad nacional. Y lo hace desde los salones de la RAE, desde las editoriales que le publican sin leer, desde los medios que le ríen las gracias aunque ya solo diga barbaridades. Porque ser franquista de salón aún cotiza.
Y mientras tanto, los Mohamed reales están sirviendo cañas, recogiendo fruta, trabajando en residencias, estudiando sin papeles, sobreviviendo sin derechos. Pero en su mundo, solo son caricaturas útiles. Carne de barra de bar. Munición para la cruzada cultural del cuñado ilustrado.
Cuando llegue el fascismo, Reverte se situará en una cómoda posición desde donde podrá seguir vomitando desprecio con pose de sabio. Pero no hará falta que dé más discursos. Ya lo ha dicho todo. Ya ha legitimado todo. Ya ha hecho su trabajo.
Y por eso hay que señalarlo, sin paños calientes, como lo que es: uno de los principales fabricantes de odio de nuestra época.
¿Quieres que sigamos citando a este señor en los institutos? ¿Que su firma tenga más peso que las vidas que degrada con cada palabra?
No hay literatura en la deshumanización. Solo fascismo con acento de académico.
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